16 noviembre 2011

San Marcelo


El coche empezó a traquetear nada más salir del tramo asfaltado al camino de polvo. Un cartel anunciaba el nombre del pueblo.
-¿Ya hemos llegado?
-¿Cuánto queda?
-Mamá, tengo sed…
Estacionaron a mano derecha y salieron a estirar las piernas. Era la primera parada, en los perales que pertenecían a la familia. Venían bien equipados, en el maletero había cajas para recoger la fruta que ya estuviera madura.
-Nunca habíamos hecho un viaje tan largo y con tantas curvas, ¿verdad, papá?
-¡Anda, dejad todos de dar guerra y a trabajar!
-¿A qué llego yo el primero?
Se lanzaron a la carrera como locos, y cada uno se apoyó en un árbol a esperar a los mayores y recuperar el aliento. Estuvieron trabajando un rato. Era una pena no haber ido unos días antes porque la fruta se estaba pudriendo por el calor.
¡Puaj! ¡Un gusano!
-Eres una niña… A los chicos no nos da asco…
Paulina recogió la pera que había tirado y se la lanzó a Antonio a la cabeza. Pero este la esquivó, y la pera se espachurró contra un árbol.
-¡Niños!
Paulina le sacó la lengua a Antonio que le hacía muecas.
Acabaron de llenar las cajas y volvieron al coche.
-¡Bien, a casa de tía Ángeles!- cantaban los niños a coro.
-¡Mirad, en esa casa nació vuestro abuelo!- y todos se apretaron contra la ventanilla derecha.
-¡Au! Que me aplastáis…- se quejó Julia.
-¿Cuál es, mamá?
-La que tiene las ventanas verdes.
Pronto la dejaron atrás, y recorrieron el pueblo para llegar por un camino empinado a su destino final.
Era una granja muy pintoresca, con los establos para las vacas, el abrevadero de camino hacia los pastos, y el tradicional hórreo asturiano en frente de la casa.
Tía Ángeles salió a su encuentro, y detrás venía Angelín, su hijo. Los niños les adoraban porque tía Ángeles hacía el mejor arroz con leche del mundo y les dejaba probar la leche recién ordeñada; y a Angelín porque aunque era mayor y tenía bigote, siempre jugaba con ellos.
Merendaron en el porche, espantando a las pesadas moscas. Los mayores preferían quedarse hablando allí en la sombra, ¡hacía un año que no iban por el pueblo y había que ponerse al día!
Los niños se escabulleron con Angelín para vivir sus propias aventuras. Nunca se decidían qué era lo más divertido. Les gustaba subir a los pastos recogiendo moras y comiéndoselas, para ver al tío Sergio que estaba con las vacas.
-¿Habéis visto a Rubio?- les preguntaba siempre con la boina ladeada y una sonrisa de oreja a oreja.
-Luego os lo enseño- proseguía diciendo con un guiño al ver sus caras de desconcierto.
-¿Quién es Rubio?- preguntaba Julia.
Angelín y tío Sergio estallaban en carcajadas contagiosas. De vuelta a la granja, Angelín, ante sus insistentes preguntas, les explicaba que Rubio era un caballo que estaba antes en la granja, cuando la madre de ellos era pequeña y le tenía mucho miedo.
-¿Y dónde está?
Angelín decía riendo: -Ya se murió hace tiempo.
-¡Vaya! Yo quería montarlo- gruñía Antonio.
Les gustaba subirse al hórreo, como si fuera una casa: “su” casa, y jugar a las tiendas o a los mecánicos con los clavos herrumbrosos ahí abandonados. A su madre no le hacía gracia, hablaba de una cosa rara que llamaba tétanos. Tampoco le gustaba a tía Ángeles porque tenía miedo de que se cayeran por las escaleras de piedra. Pero Angelín era un amigo de verdad, y les guardaba el secreto.
Desde lo alto del hórreo se veía un paisaje todo verde muy bonito, y se podía ver el corral de las gallinas como si volaran por encima. Angelín les confiaba que eran unas glotonas, se comían todo lo que se les echaba. Los niños siempre querían comprobarlo y se encaminaban al corral. Les arrojaban las moras que aún no habían terminado de comerse, flores y puñados de hierba, observando regocijados cómo se abalanzaban las gallinas.
A Antonio se le ocurrió una idea, y salió corriendo. Todos le siguieron por inercia. Antonio se subió a una piedra y se asomó al abrevadero.
-¿Les tiramos uno de esos?
Angelín les había explicado que los bichos que se escondían entre el musgo del fondo, eran renacuajos, que al crecer perdían la cola y les crecían las patas y se transformaban en ranas.
-¿Las has visto?
-No, porque se van de noche.
-Pues yo no me lo creo- respondía el escéptico de Antonio.
Angelín les contó que una vez salió por la noche con una linterna y las vio escaparse. Todos abrían los ojos como platos, y le pedían permiso para quedarse una noche y verlo ellos mismos. Pero hasta el momento sus padres no les habían dejado.
Metieron las manos en el agua fría para cazar algún renacuajo, y sólo Angelín consiguió encerrar uno en su puño. Se lo lanzó a las gallinas, pero esta vez no se lo comieron, se acercaron desconfiadamente y despreciaron la comida.
Otra atracción de la granja era el cerdo, que duraba solo hasta San Mateo, así que era un nuevo conocido todos los veranos. Angelín los aupaba por turnos para que lo vieran a través de la valla. Les asustaba un poco porque no se parecía a los dibujos de los tres cerditos: era mucho más grande y no era rosita. Y sus ronquidos les ponían los pelos de punta. Julia a veces lloraba del susto, y entonces Angelín regañaba al cerdo y le castigaba sin comer.
De camino hacia la casita del cerdo, Paulina se desvió. Había visto dos pollitos que andaban cerca del establo, y que eran preciosos. Se acercó a ellos cautelosamente. Cuando estuvo tan cerca que con alargar la mano los podía coger, quiso avisar a los otros. Iba a llamarles a voces pero una gallina furiosa se lanzó contra ella. Paulina dio un salto hacia atrás y vio horrorizada que la empezaba a perseguir con el pico abierto de forma amenazadora. Salió corriendo como alma que lleva el diablo y se precipitó en el porche entre los mayores. Le miraban entre asombrados y divertidos, porque Paulina tenía cara de horror y no sabían por qué. Paulina quiso explicarse pero le temblaban las rodillas y no era capaz de articular ningún sonido. Después de comprobar que la gallina no estaba cerca, se abalanzó sobre las rodillas de su padre, y lloró su susto y su orgullo herido.

2 comentarios:

  1. Hola Dolo,
    ¡Escribes demasiado rápido! De momento me he quedado con los poemas...
    A propósito te pasaré con mi manager (mi biografía ya la están escribiendo, jaja) Prometo leer las entradas etiquetadas como "niños" en cuanto saque tiempo.
    Sigue así.

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  2. Internet es muy rápido!!!, jaja
    yo con managers no me entiendo :P
    Qué te parecen los poemas??

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