01 marzo 2012

Una concepción unificada de las ciencias



Esta entrada creo que será la última de toda la serie de Hombres de ciencia, hombres de fe. En palabras de Ángel Guerra: “El incremento de especialidades es, por una parte, una necesidad, y conlleva ciertos beneficios. Pero por otra acarrea algunas pérdidas y entre ellas la mayor es frustrar la percepción del conjunto”.

Es como una sensación de pérdida la que provocan estas palabras. Porque dedicarse a la ciencia significa especializarse, pero es una lástima tener que elegir entre unas cosas y otras. No poder abarcar globalmente al hombre.

Me consuela que haya personas que piensen que tanta especialización de la ciencia la acaba desfavoreciendo. José María Albareda, de quien ya he hablado en otras entradas, es un científico al que admiro por su brillante carrera investigadora: porque supo tener los pies en la tierra (se dedicaba a la Química del Suelo) con la mirada en el cielo: buscando realizar bien su trabajo y hacerse mejor persona.

Fue él quién organizó el CSIC, y fue su primer secretario. Y me gusta saber que dentro de las áreas de investigación de dicha institución incluyó las Humanidades. “Además, pensaba él, todos esos enfoques metodológicos son compatibles entre sí por ser facetas complementarias de un mismo proceso.” (Hombres de ciencia, hombres de fe).

Estoy leyendo ahora un ensayo de Rafael Gómez Pérez que se llama Ni de Letras ni de Ciencias: Una educación humana. Quizá me dé alguna idea más dentro de todos estos temas que me preocupan: la educación de los institutos y de las universidades, la intradisciplinariedad de las ciencias experimentales, y la interdisciplinariedad con las ciencias humanas,...

Para acabar, dejo una reflexión del libro de Ángel Guerra:

Una opinión extendida entre bastantes científicos es que la ciencia empírica es totalmente objetiva. (…) Pero he podido comprobar que esta radical separación entre ciencia y valores es falaz. Su falsedad radica básicamente en que, siendo su objetivo la búsqueda de la verdad, la Ciencia, tanto considerada en sí misma como atendiendo a los sujetos que la cultivan, precisa de valores metodológicos y personales para su correcto desarrollo. Así, la ciencia experimental de calidad debe ser rigurosa y coherente, y el buen científico veraz, honesto y respetuoso con los demás. Además, como ese tipo de ciencia es cada vez más un trabajo en equipo, la generosidad, la responsabilidad y la lealtad son también valores fundamentales, cuya necesidad se acrecienta al considerar las aplicaciones que se derivan de ella. (…)

En la actualidad, cuando se tienden a ocultar las heridas de la sociedad, me ha parecido muy importante subrayar que la Ciencia, además de buscar la verdad, tiene siempre una vertiente de servicio a la humanidad, aunque los científicos no seamos muchas veces conscientes de ello.

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