06 abril 2012

Soledad (V)


Esta es una explicación de Soledad (IV). Porque el otro día contemplando la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, conocida popularmente en Pamplona como la Dolorosa, pensé en su soledad. Se me vinieron a la cabeza la soledad de tantos enfermos terminales que viven solos su agonía, me acordé de tantas personas con sufrimientos físicos y, sobre todo psíquicos, que no tienen esperanza en su curación, y sufren sin que nadie comprenda su sufrimiento en la soledad de una habitación de un hospital. Pensé en los supervivientes de alguna catástrofe natural que se encuentran salvados, pero quizá heridos y habiendo perdido su familia, su casa, y su medio de ganarse la vida… Recordé a soldados en el campo enemigo esperando una muerte segura. A las víctimas del terrorismo y sus familiares, a los minusválidos, los ancianos, los huérfanos, y tanta gente… Y sin embargo, ninguna soledad me pareció tan fuerte y tan sola como la de Cristo en el Huerto de los olivos, esperando al discípulo traidor para que le entregara con un beso.

            ¿Puede haber soledad más grande? Dios hecho hombre va a ser entregado por un amigo a sus enemigos, y sus otros amigos se duermen, mientras su alma se consume en la angustia de que va a morir entre los más horribles dolores. Y el alma se queda estremecida porque Dios abandona al Hombre: Cristo está tan solo que gritará ya en la Cruz: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Ahora está sol, postrado en el Huerto, por única compañía el demonio, que le anticipa que su Muerte no tiene sentido. Que los hombres que lo matarán, lo matarán de nuevo en generaciones siguientes: los mártires de Roma, el relativismo del siglo XXI, los ateos y los agnósticos, el laicismo rabioso que quiere quemar iglesias como en la España del 36, el comunismo que perseguirá a sus escasos seguidores, los millones de hombres que morirán sin haber oído el nombre de Cristo, el hombre que fabricará la bomba nuclear, las armas químicas, la eutanasia y los métodos de aborto, los enfermos de SIDA, los homosexuales, el racismo. "Tu muerte es inútil", le repite.

            Y Cristo grita: "Dios mío, que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi Voluntad sino la tuya", y clama a su Padre. Y vence el Amor a la tentación. Para Chesterton está claro que si Dios es Amor, Dios es Trinidad, porque Alguien tenía que ser el Sujeto y Objeto de su Amor antes de la creación del mundo. Gana el Amor. Un ángel baja del Cielo a consolar a su Creador: le recuerda que el mal se vence en abundancia de bien, que frente a las grandes infidelidades del hombre habrá pequeños actos de amor de otros hombres, que cambiarán el mundo. Y Dios se deja consolar por su criatura.

            Empieza la Pasión. La Madre de Dios ve a su Hijo torturado, deshecho el Cuerpo divino de Hombre, y mira su alma rota de Amor, y siente la soledad máxima de que su Hijo inocente muere por la humanidad entera. Siente en su alma las incomprensiones, las traiciones, los golpes, y la espada que le profetizaron que le traspasaría el alma. Llora pero no encuentra consuelo en sus lágrimas. Acompaña a su hijo, en soledad de Madre, sintiendo la soledad del Hijo. Y cuando le oye gritar ese: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?, siente que va a morir de dolor, pero sigue stabat al pie de la Cruz, para recibir a su Hijo muerto, destrozado el cuerpo… Ella sola, en soledad.

            Para que los hombres nunca más vuelvan a estar solos. Para que la soledad no sea amarga. La Oreja de Van Gogh cantaba. "Dime, soledad si algún día habrá entre tú y el amor buena amistad…", y sí lo hay, porque una madre vivió la soledad de verdad, para ahorrársela a sus hijos ladrones, homicidas…

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