31 agosto 2012

Publio Virgilio Marón

Tenía curiosidad, ya que saqué las Obras completas de Virgilio, tenía curiosidad por leer de primera mano (aunque no me he atrevido con el latín) el pasaje que, según Louis de Wohl llevó al futuro emperador Constantino a trabar la batalla por conquistar la ciudad de Roma bajo el signo de la cruz cristiana y a permitir la religión cristiana en su imperio y convertirse él mismo al cristianismo. Lo cierto, es que el texto pone los pelos de punta si se buscan ciertos parecidos: uno puede preguntarse si los judíos estaban en contacto estrecho con los romanos, si un Hércules no sería el Sansón de la Biblia, y muchas cuestiones más. El que sí parecía haber leído a Virgilio, era Cicerón que según la novela La columna de hierro tenía un amigo judío y esperaba en cierta manera la llegada del Mesías, e incluso dejó flores en el templo del Dios Desconocido: para tu madre, dijo.

Señoras y señores, les dejó con la Égloga IV de las Bucólicas de Publio Virgilio Marón:

(...)
(Vía)
La edad postrera
ya llegó del oráculo de Cumas:
nace entero el gran orden de los siglos;
vuelve la Virgen, ya vuelve el reinado
primero de Saturno, y al fin baja
estirpe nueva desde el alto cielo.
Sólo, casta Lucina, atiende amante
al niño que nos nace, a cuyo influjo,
muerta la edad de hierro, una aúrea gente
en todo el mundo va a surgir: Apolo,
tu hermano, reina ya.
Mas de este siglo
la gloria ha de iniciarse mientras dure,
Polión, tu consulado, y en tu tiempo
su curso incoarán los grandes meses.
Tuyo será el poder cuando los rastros,
si algunos hay, de nuestro antiguo crimen,
quedarán sin efecto, y a las tierras
libertarán de su perpetua alarma.
Recibirá vida divina el niño,
(Vía)
verá a dioses mezclados con los héroes,
a él mismo le verán en medio de ellos,
que, puesto el orbe al fin en paz, lo rige
con las virtudes de su padre.
Entonces,
para empezar, te ha de brindar, oh niño,
sin cultivo la tierra de presentes,
la bácara, las hiedras trepadoras,
la colocasia y el festivo acanto.
Por sí las cabras con las ubres llenas
volverán al redil; no tendrán miedo
de los grandes leones las manadas;
flores te verterá la misma cuna;
muerta la sierpe y muerta la ponzoña
de la hierba engañosa, en todas partes
(Vía)
veranse flores del asirio amomo.
Mas cuando loas de los grandes héroes
y hazañas de tu padre leer puedas
y sepas qué es virtud, verás los campos
poco a poco enrubiarse con espigas,
y en uvas tintas frutecer las zarzas
y aljofarada miel sudar los robles.
De la maldad antigua, sin embargo,
vestigios quedarán que al hombre impelan
a desafiar las ondas en sus naves,
y amurallar las urbes, y con surcos
los rastrojos abrir. Un nuevo Tifis
no faltará, piloto de otra Argo
para escogidos héroes; todavía
surgirán guerras, y de nuevo a Troya
habrá quien lance a un poderoso Aquiles.
Mas cuando llegues a varón perfecto,
renunciarán al mar sus navegantes,
no habrá barco que trueque mercancías,
producirán todas las tierras todo.
No se ha de hundir la azada ya en los campos,
ni en las vides la hoz; ya sus toretes
desuncirá el recio gañán. La lana
no querrá ya mentir colores.
Por sí mismo el morueco en los pradales
mudará su vellón en clara púrpura
o en amarilla gualda, y los corderos
al pastar teñiranse de escarlata.
“¡Pronto hilad tales siglos!”, repetían
a sus husos las Parcas, de concierto
con el fallo inmutable de los Hados.
A los grandes honores adelántate,
-tu tiempo llega ya-, divino vástago,
incremento magnífico de Jove.
Al mundo mira gravitar al peso
de la celeste bóveda, las tierras,
los mares, las honduras de los cielos:
todo, ¡mira!, de gozo se estremece
(Vía)
ante el siglo que llega.
¡Oh que hasta entonces
alcanzara el ocaso de mi vida
con voz e inspiración para cantarte!
Mi canto no venciera el tracio Orfeo,
no lo venciera Lino, aunque acudiesen
padre y madre divinos a asistirles,
a Orfeo Caliopea, a Lino Apolo.
Si me retase Pan, y toda Arcadia
estuviese de juez, Arcadia toda
a Pan le sentenciara por vencido.
Con tu sonrisa a conocer empieza,
tierno niño, a tu madre, que diez meses
por ti sufrió de expectación ansiosa;
niñito, empieza: al niño que no sabe
sonreír a su madre no le brindan
ni un dios la mesa ni una diosa el lecho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Cómo termina esta historia?