27 agosto 2012

Treinta años de poesía española (José Luis García Martín)

He estado leyendo una antología de Luis Rosales, pero aún he de leer más para llegar a saber si me gusta o no, o que recomendaría más de él. Me he guardado un poema para publicarlo en Navidad (¡lo que queda!), y tengo pendiente re-leer a Manuel Machado para hablar algo de él... Entre medias me dijeron que Gamoneda era un poeta más bien malo, y decidí pedir consejo de lectura a E.G.-M. Por eso, he marcado en mi lista a nuevos poetas como Jesús Munárriz, Pere Gimferrer (del que espero aprender mucho), me interesaría conseguir un ejemplar de Segunda mano de Víctor Botas, o en cualquier caso seguiré su pista, tengo pendiente a Eloy Sánchez Rosillo en Oír la luz, de Luis Alberto de Cuenca os hablaré otro día, así como de Javier Salvago, más de Andrés Trapiello, con Juan Lamillar espero animar al escudero a leer más a menudo poesía o si no, con Carlos Marzal. En todos ellos hay cierta sordidez que me ha enganchado (a pesar de expresiones a veces bastas o excesivamente recurrentes a temas erótico-carnales, pero al final es de lo que está hecho el mundo), y que ya les mostraré otro día en otras entradas, para no aburrir demasiado... Por cierto: un 3,5/5

Y les dejo por hoy con Jon Juaristi (que espero me preste sus palabras):

AGRADECIDAS SEÑAS

No tengo casa propia
ni coche. Vivo solo
y mi cuenta corriente
está en números rojos.

Habito un ventisquero,
un frío promontorio
batido por las turbias
galernas del otoño.

Pasé la cuarentena,
doblé mi Cabo de Hornos,
perdí todos los mástiles
del alma en los escollos.

He vivido en países
no demasiado exóticos,
pero del triste mundo
sé más que los geógrafos.

Nací bajo Saturno,
nocturno dios del plomo.
El mío ha sido un tiempo
tirando a tormentoso.

Mi juventud distraje
con juegos peligrosos.
Sigo siendo de izquierdas,
aunque se note poco.

No recuerdo las veces
que resbalé hasta el fondo
por el derrumbadero
de los buenos propósitos



ni quiero dar noticia
de lances más gloriosos:
volver atrás la vista
me pone melancólico.

Vaya sólo un consejo
para los paranoicos:
la amnesia, si oportuna,
aleja el mal de ojo.

Tocando la memoria,
mejor pecar de sobrio:
mi infancia son recuerdos
de algún parque zoológico

y púberes deslices
de vate vanidoso
y megalomanía
en pantalones cortos.

Recelo hoy de los trucos
de los poetas mozos,
y a distinguir me paro
las voces de los bozos.

Amo ami pueblo vasco,
un pueblo noble y tosco
metido en un atasco
que firmaría el Bosco.

Le dejaré en herencia
mis huesos y mis polvos
y cuatro o cinco libros
de versos rencorosos.

Y si la poesía
me ha dado casi todo
(o sea, el buen puñado
de amigos que atesoro),

reñir y enamorarme
son artes que conozco
mejor que la poesía:
juzgad ahora vosotros.


Y con un objetivo que me ha plasmado Felipe Benítez Reyes:

EL JOVEN ARTISTA

El día te sorprende corrigiendo unos versos.
Y en aquella metáfora en la que cifraste
toda una larga historia de amor adolescente
el lector desganado no verá
sino un alarde técnico, una desangelada brillantez
propia del que comienza y necesita
demostrar su pericia y sus lecturas.


Has pasado la noche corrigiendo poemas
y la imaginación a ratos se dejaba llevar
por el ensueño grato de tus libros futuros,
páginas que constituirán más que nada en tu vida
porque su perfección habrá de ser más rara que la misma
rareza de vivir (y de los hombres queda
apenas la leyenda que ellos mismos
asumen como propia).

Toda noche a solas con tus versos,
fumando demasiado, buscando apoyo a veces
en los viejos maestros-ese tono de voz, inconfundible,
de la gran poesía, que habla siempre en voz baja...

Ahora estás ya cansado y la luz inconsciente
del amanecer filtra sus láminas de plata
por las cortinas de tu biblioteca.
El esfuerzo ¿fue en vano? Eso nunca se sabe.
Tú no buscas lectores anónimos, infieles,
sino la aprobación cortés de los pocos amigos
que verán en tus versos algo de tu carácter:
un indicio de miedo, una brasa de amor
aún del todo no extinta.

Tú no buscas
sino la ambigua sensación-tan irreal a veces-
de encontrarte a ti mismo a través de unos versos
que corriges y afinas con afán enfermizo,
buscando perfección y la verdad a medias
de tu existencia propia, destinada a afirmarse
en las noches a solas con tu arte,
en las noches a solas
con los cuerpos que amaste y que tal vez te amaron.





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