26 enero 2013

4. El teólogo alquimista

(Continuación de 1. La noche oscura del alma2. Fray Ilustrísimo y 3. En busca de manuscritos)
Fausto y Mefistófeles vía

Sabía que tenía fama de loco, cuando no de pecador. Su MagisterTheologiae le salvaba de que lo acusaran de pacto con el diablo, al menos de momento. Es cierto que en la zona que ocupaba del convento, en ocasiones había un tufillo intenso a azufre, aunque procuraba disimularlo calentando muchas más cosas de olores aromáticos... Alberto había descartado que el diablo se hallara detrás de sus pruebas, ya que nunca oyó voces ni se le apareció en medio de llamas. Así que dedujo que los cambios que detectaba en sus pócimas se debían al efecto de la llama o alguna otra explicación más terrenal que el fuego del Infierno. Pero era difícil conseguir hacerse entender por el colectivo que formaban sus hermanos frailes, muy buenos y santos, pero poco predispuestos a indagar acerca de la materia que formaba el mundo en el que cultivaban, cocinaban y vivían. Cierto que “materia” era un concepto tomado de Aristóteles..., y los hermanos que estudiaban teología en la universidad de París, con suerte habían leído traducciones de Platón, el cual no se preocupaba de tales asuntos ya que no pertenecían a su mundo de las Ideas.. Alberto mismo no conocía apenas el griego y había de servirse de traducciones de Maimónides y Avicena, siempre a escondidas para evitar sospechas malintencionadas. Varias veces habían intentado acusarle de prácticas diabólicas, pero nunca pasaban a mayores. ¿Cómo es que Alberto había vendido su alma al diablo, y por eso destacaba en la solidez de su doctrina católica tanto desde el púlpito como en la cátedra? ¿Alberto que pasaba horas en la capilla, y que todos sabían que tenía las rodillas despellejadas y encallecidas de arrodillarse? ¿Alberto que celebraba cada día la Misa con sumo cuidado y devoción? Difícilmente podría alguien creerse en serio dichas acusaciones.
Maimónides vía

Gracias sean dadas al Dios que le concedía la libertad de llevar a cabo sus experimentos y observaciones. Ya habían pasado los tiempos difíciles cuando solo era un fraile más que estudiaba teología, y que tenía que esconderse. Muchas de sus ideas (“¿y si hiciera tal cosa?”) habían tenido que aguardar años en su memoria antes de poder ensayarlas. Ahora siempre que tuviera cuidado y discreción conseguía un mínimo de intimidad y de espacio y tiempo para dedicar a sus estudios naturalistas.


París tenía las ventajas de una gran urbe: uno podía encontrar todo aquello que necesitara: manuscritos sobre alquimia y la naturaleza, tratados teológicos y filosóficos griegos y judíos, y se podía adquirir minerales y piedras raras. Se decía de Alberto que tenía amigos debajo de las piedras, y así conocía a un soplador de vidrio que le ayudó a construirse un alambique (que en cierta ocasión vio en casa de un afamado alquimista), había estado varias veces en la forja de espadas observando con minuciosidad el proceso. Allí siempre había fuegos más grandes y potentes que en casa del alfarero, y uno podía ver cómo los sólidos y los metales nobles usados para las armas de caballería se convertían en líquidos brillantes y viscosos que tomaban la forma del recipiente en los que eran vertidos. Alberto siempre llevaba encima un trozo de pergamino para apuntar todo aquello que le pareciera de interés, y que quisiera pensar con más detalle. A veces se llevaba pequeños trozos sobrantes de los metales de la forja, y los trataba con los ácidos obtenidos en su alambique.

Fuente

“Obtenemos un fluido de destilar el nitro y el vitriolo (ácido nítrico), que ha de manejarse con extremo cuidado, pues una gota es capaz de destruir la madera, el pergamino, o la túnica, y no sería la primera vez que alguna persona presente quemaduras por tocarlo. Intentando conocer la naturaleza de esta nueva sustancia encontrada por el hombre, he probado a ponerla en contacto con agua, jabón, vino, pan y queso. Pero su comportamiento es totalmente distinto al aproximarlo al acero o a hierro puro: es como si  tuviera una extraña ‘afinidad’ por los metales.

Fuente
“Muchos años de experiencia, observando e incluso probando yo mismo como si fuera un aprendiz más en la forja, me llevan a negar que sea posible obtener oro de otro metal. Mediante el fuego podemos transformarlos en líquidos, y también con bastante cantidad de destilado. Las ocasiones en las que alguno dice haber conseguido la transmutación en oro, revelan finalmente ser engaños, y es que como mucho, se puede recubrir con oro o bien con algún mineral que se asemeje al color del oro, pero eso no cambia la sustancia del metal.”

Alberto por principio no descartaba nada, pero siempre trataba de comprobarlo y experimentarlo en primera persona. Iba guardando los pergaminos en los que escribía: partiendo de la descripción de Aristóteles acerca de la composición del mundo, intentaba comprobar la veracidad de sus argumentos con los medios que tenía a su alcance. Al contrario de los secretos y falsas recetas que uno podía encontrar en los manuscritos de alquimistas, Alberto apuntaba cuánta cantidad utilizaba, cuánto tiempo tardaba en producirse algún cambio, el color de todo aquello que aparecía o desaparecía. Cuando tuvo el privilegio de descuartizar la vaca para alimentar a los pobres durante la hambruna, se fijó que en cuatro partes distintas había hierba, lo que le llevó a fijarse en la manera de comer de la ternera que aún quedaba en el convento. Si le tocaba ayudar en la cocina se interesaba por la manera de hacer queso a partir de la leche y también en cómo se elaboraba el pan. Los hermanos dominicos estaban acostumbrados a encontrarse a Alberto en los lugares más insospechados, mirando y apuntando los asuntos más insospechados. Como aquella vez que apareció en la capilla con las cejas chamuscadas y eufórico. Al parecer había destilado vino, y lo que había obtenido se le derramó en el fuego y salió una llamarada sin que le diera tiempo a apartarse. Ninguno entendía que podía tener de interesante, pero Alberto estuvo un tiempo decidiendo donde era más seguro almacenar el vino por si había un incendio en París.

Una vez un novicio le preguntó por qué lo escribía todo. Alberto le miró sorprendido:

- Otros aprenderán de mis errores, y así como el conocimiento de nuestros antepasados ha quedado escrito en los códices, todo lo que haya experimentado sea accesible al que le interese. Supongo que esa es la mejor manera de crecer en sabiduría.

El novicio no pareció muy convencido. Alberto sabía por experiencia que no había muchas personas como él, pero algo dentro de él le animaba en su empeño de preservar sus experimentos, porque si bien no confiaba en encontrar a alguien que continuara su legado, sí esperaba que hubiera épocas mejores.





Esta entrada participa en XXI Edición del Carnaval de la Química en este blog (Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión), también en la III Edición del carnaval de Humanidades que se encuentra en El cuaderno de Calpurnia Tate


Los siguientes capítulos de esta serie los puedes leer en los siguientes enlaces:

25 enero 2013

Más luna

La luna se esconde.
Entre bastidores se viste
de nubes más claras
o más oscuras.

Se mueve la luna,
si yo me muevo,
se oculta si miro
(juega conmigo).

Si intento adelantarla
aparece aún más delante,
me acompaña en el camino
de vuelta a casa.

La luna me observa,
hoy brilla especialmente
con la luz que toma prestada
del sol, ¡está radiante!

Si me distraigo
(me llaman al móvil),
prepara una sorpresa:
¡regalo de lluvia!

20 enero 2013

La Guerra Fría en la Tabla Periódica

LEET MI Explain optó por el archidesconocido Wallace, Luis Moreno se ha aliado nada menos que con Calpurnia Tate, y ¡Jindetrés, sal! no para de hacer viajes en el tiempo para traernos de vuelta a ¡Darwiiinnn! Incluso el poeta EGM tiene un blogg por Frances Blogg, esposa del escritor Chesterton. Si conoces un poco este, pobablemente ya sepas que Alberto de Suabia se convirtió desde muy pronto en patrón y jefe de su redacción. Pero, así como Fosfatín tiene su terrible Némesis en Arsenín, Uuq la tiene en ¡Flerov!

(Vía)
Que ¿por qué? ¡Porque Ununcuadio (aunque mi madre lo pronuncie en una especie de latinizado ununcuandium o más comúnmente unun¿qué?) suena infinitamente mejor que Flerovium, o "Flerovia" (que también me lo han llamado...)! Así que hoy sacaremos en exclusiva todos, todos los trapos sucios de Georgy Flyorov. Y para que no me acuséis de parcial, os digo desde ya que todo lo que diga se puede encontrar en Internet, en los libros La cuchara menguante de Sam Kean y Antes de Hiroshima. De Marie Curie a la bomba atómica de Diana Preston.

Ya desvelamos hace un tiempo que Flyorov fue responsable de que los soviéticos empezaran a desarrollar la bomba atómica. Durante el mandato de Stalin no era fácil dedicarse a la ciencia, si esta no concordaba con el ideario comunista. Cuenta Sam Kean que Lysenko fue el prototipo de científico afín al régimen y favorito, por ello de Stalin: negó la existencia de los genes, afirmando que lo único que importaba era el ambiente, y en este aspecto se demostraría que el comunismo era superior al capitalismo de Occidente.

"Pero el caso de Flyorov es ambiguo. Había visto cómo se desperdiciaba la vida de muchos colegas, incluidos 650 científicos arrestados durante una imborrable purga de la selecta Academia de las Ciencias, muchos de los cuales fueron ejecutados por ser traidores que se 'oponían al progreso'. En 1942, Flyorov, con veinticinco años de edad, albergaba profundas ambiciones científicas y poseía el talento para alcanzarlas. Atrapado como estaba en su país, supo que su única posibilidad de progresar estaba en la política. Y la carta de Flyorov funcionó. Stalin y sus sucesores quedaron tan satisfechos cuando la Unión Soviética hizo estallar su primera bomba atómica, en 1949, que ocho años más tarde el camarada Flyorov fue puesto al cargo de su propio laboratorio de investigación. Se trataba de un edificio aislado a ciento treinta kilómetros de la ciudad de Dubna, donde podía trabajar libre de interferencias del Estado." [1]

Aunque Flerov estuviera entusiasmado con la fisión nuclear, se dedicó a la investigación en fines más bien pacíficos: rayos cósmicos y la aplicación de la física nuclear a la prospección de petróleo. "En Dubna, Flyorov tuvo el acierto de centrarse en la 'ciencia de pizarra', en temas prestigiosos pero esotéricos, demasiado difíciles de explicar a los legos y que, por tanto, era poco probable que pudieran contrariar a una ideología intolerante."[2]

Después de 1945, comienza la llamada Guerra Fría, que se caracterizó por un continuo enfrentamiento ideológico, económico y tecnológico entre la URSS y USA, que si bien no llegaron a una Tercera Guerra Mundial poco les faltó en numerosas ocasiones. Ambos bandos pretendían demostrar la superioridad de sus planteamientos, lo que influyó de forma decisiva en los descubrimientos científicos de la época, ya fuera en la carrera espacial, o en el caso de Flerov para la tabla periódica.
(Vía)
En California, en la universidad de Berkeley, tras el descubrimiento del neptunio, se halló que este se descomponía dando lugar a un nuevo elemento: el plutonio. En el Proyecto Manhattan se investigó tanto el uranio como el plutonio de cara a las dos bombas que se lanzaron en Hiroshima y Nagasaki.

Pero los investigadores Seaborg y Ghiorso emplearon el plutonio para tratar de descubrir nuevos elementos: los transuránidos, a los que tenían derecho por ser descubridores a elegir el nombre (y se tienen los elementos californio, berkelio y seaborg). Para ello, bombardeaban el plutonio con partículas alfa (formadas por dos neutrones y dos protones), en vez de bombardear con neutrones. Como las partículas alfa tienen carga, resultan más fácilmente acelerables que los neutrones en un ciclotrón. Un ciclotrón consta de dos placas semicirculares que se colocan con los bordes diametrales adyacentes aplicando vacío y con un campo magnético uniforme en perpendicular a la dirección de las placas. Se aplica también altas frecuencias de oscilación en los electrodos de las placas produciendo un campo eléctrico oscilante sobre la región diametral entre ambas (placas). [3]
Si ya el plutonio no era estable, se puede suponer que cuánto más pesados fueran los elementos, más difícil se ponía el asunto: "Obtener una cantidad de einstenio (el elemento 99) suficiente para siquiera considerar la posibilidad de saltar desde él hasta el elemento 101 requería bombardear plutonio durante tres años." [4] El einstenio obtenido de esta manera, se disponía en una lámina de oro que se bombardeaba con las partículas alfa. Luego se procedía a disolver el oro, para conseguir los átomos que hubieran quedado incrustados en la lámina. Una vez tenían el nuevo átomo de "X" se metía en un tubo de ensayo para caracterizarlo: con qué reacciona, qué valencias tiene, etc. Pero...no había suficiente cantidad, había que cambiar los métodos de análisis: esperar a que se desintegrara y analizar los fragmentos. En Berkeley tenían además otro inconveniente y era que el bombardeo se hacía en un laboratorio y la detección en otro a varios kilómetros de distancia. Así que "Ghiorso esperaba afuera en su Volkswagen, con el motor en marcha, para llevar la muestra a toda prisa hasta el otro edificio. El equipo hacía todo esto por la noche, porque en caso de atasco, la muestra podía tornarse radiactiva sobre las piernas de Ghiorsi y todo el esfuerzo se echaba a perder." [5]

Pues bien, resulta que "Flyorov y sus colaboradores estudiaron a fondo y copiaron las técnicas del laboratorio de Berkeley. Y en gran parte gracias a él, hacia finales de la década de 1950 la Unión Soviética se había sacudido de encima su reputación de retrasada en la ciencia física." [6] Esta era la investigación esotérica a prueba de las sospechas comunistas, porque el descubrimiento de nuevos elementos consistía en  registrarlos con detectores de radiación conectados a computadoras (es decir, que ver ver, no se veía al nuevo elemento). Tampoco valía utilizar el elemento más pesado recién descubierto y bombardearlo con partículas alfa, porque ya hemos visto la dificultad de obtener una cantidad suficiente de einstenio. Los físicos intentaban la fisión de otros elementos de la tabla periódica, después de hacer cálculos para intentar predecir si lo conseguirían.

Como podéis imaginar a los americanos no les hizo nada de gracia que los rusos les estuvieran adelantando, y esto dio lugar a una especie de competición no amistosa  (una Guerra fría a nivel de tabla periódica) entre Dubna y Berkeley, que volvió locos a los editores de tablas periódicas... Porque cada facción ponía sus propios nombres a los elementos que descubría. Al final, la IUPAC hizo de árbitro, pero los de Berkeley no estuvieron conformes con el veredicto y montaron una rueda de prensa y escribieron muchos artículos científicos defendiendo al seaborgio. En 1996 se publicó la lista definitiva que incluía el seaborgio para el 106 (y también el dubnio (104), descubierto por el grupo de Flyorov en Dubnia, en realidad el dubnio es el 105 como señala Gödel en los comentarios, es una errata del libro de Sam Kean).

Con la jubilación de los dos pioneros, Seaborg (que murió poco después de que se incluyera "su elemento") y Al Ghiorsi, la retractación de la universidad por los errores del científico Ninov, Berkeley perdió su prestigio y financiación. "Peor quizá es que los americanos se vieron reducidos a viajar a Dubna si querían trabajar con elementos pesados. Allí, en 2006, un equipo internacional anunció que tras hacer colisionar diez trillones de calcio contra una diana de californio, habían producido tres átomos del elemento 118. (...) Los rusos tienen las de ganar, pues el hallazgo se produjo en su laboratorio, y al parecer son partidarios de llamarlo 'flyorio'." [7] A posteriori queda por señalar que el 8 de diciembre de 2011 se puso el nombre de Flerovio al elemento 114 (y no al 118).

Referencias

[1], [2], [4], [5], [6], [7] La cuchara menguante, Sam Kean, 1ª edición Editorial Planeta

[3] E. Rutherford y M. Livingstone, The production of high speed light ions without the use of high voltages, Physical Review April 1, 1932, Volume 40.

Esta entrada participa en XXI Edición del Carnaval de la Química en este blog (Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión), también en la III Edición del carnaval de Humanidades que se encuentra en El cuaderno de Calpurnia Tate y en la XXXVIII del Carnaval de Física que organiza Eureka

(Fuente)


19 enero 2013

Una química de cine

(Vía)
Viendo La invención de Hugo, película con 11 nominaciones basada en la novela de Brian Selznick, me ocurrió lo que describe Luis Moreno magistralmente en su blog: ver el mundo a través de la Química. Escuchando acerca de las películas de celuloide de Georges Méliès, considerado el autor de los efectos especiales en el cine. Méliès era un mago ilusionista que se sintió cautivado por el invento del cinematógrafo y comenzó unos estudios donde llevó a cabo grabaciones muy originales y artísticas. Con el tiempo, muchas de sus obras que se daban por perdidas pudieron ser recuperadas.


Recomiendo ver el vídeo de la entrada de XdCiencia, sobre los avances en fotografía, porque con motivo de la fotografía se llegó a la idea del cine. Aprovechando que nuestro cerebro no percibe las imágenes en rápida sucesión como  fotografías individuales sino como un continuo, se enfoca un haz de luz sobre los fotogramas, y así se consigue ‘crear’ la ilusión de movimiento. Los conocidos hermanos Lumière eran hijos de un fotógrafo y se inspiraron en el aparato kinetoscopio del laboratorio de Edison. No fueron los primeros en "grabar" una película, aunque sí lo fueron en proyectar públicamente unos pequeños documentales previo cobro de la entrada. De aquí viene la famosa historia de que los asistentes se asustaron porque creyeron realmente que morirían aplastados por el tren de la pantalla.
(Vía)


(Vía)

Las primeras películas eran de rollos de papel. Pero este material no conseguía transmitir la sensación de movimiento, salvo mediante saltos. Además, todos tenemos la experiencia de que el papel se rompe con facilidad. Era necesario innovar el soporte cinematográfico, por lo que ya en el siglo XIX, se empieza a usar el celuloide, que en realidad es el nombre comercial del nitrato de celulosa acondicionado para fotografía o cine. Tiene como especificaciones la flexibilidad y la resistencia a la humedad con el grave inconveniente de ser extremadamente inflamable. Esto aumentaba el riesgo de incendios en la salas habilitadas para almacenamiento o proyección de películas (ver el final de este vídeo).


(Fuente)
El celuloide se trata de un polímero que sido empleado para explosivos, como propelente de cohetes, para la emulsión de la placa fotográfica o para pinturas; y que se obtiene del algodón y de los ácidos sulfúrico y nítrico. Se empleó en el cine hasta 1940, siendo sustituido a partir de entonces por otros polímeros: el triacetato de celulosa y, más actualmente, el poliéster que es más barato. Aunque ya se haya producido el salto del cine analógico al digital (ahora no “hacen falta” magos sino buenos efectos especiales digitales) ya nada cambiará que popularmente se conozca al cine como el celuloide.



Otro inconveniente del nitrato de celulosa es que es inestable químicamente; por lo que se hace necesario traspasar todo el material fílmico a otro soporte (triacetato de celulosa) para evitar perder el contenido. La inestabilidad del nitrato de celulosa puede atribuirse principalmente a la sensibilidad térmica. Un examen rápido de las energías de enlace (N--O 163 kJ/mol; C--C 347 kJ/mol; C--H 414 kJ/mol) revela que la rotura de los enlaces oxígeno-nitrógeno es muy posible, y llevaría a la formación de productos de descomposición del óxido de nitrógeno. Si estas impurezas de degradación primaria no se eliminan, podrían inducir reacciones secundarias como la oxidación, nitración, nitrosación, hidrólisis de los grupos ésteres y escisión hidrolítica de la cadena de celulosa. La degradación sería entonces autocatalítica.




La degradación de nitrato de celulosa en el soporte de las películas cinematográficas en situaciones de archivo parece asociada con la des-nitración para formar varios óxidos de nitrógeno que reaccionan con la humedad del ambiente formando ácidos nitroso y nítrico, o bien peróxidos (que a su vez formarían radicales libres dando una reacción en cadena). Los ácidos oxidarán los grupos funcionales (con formación de carbonilo), y provocarán la escisión de cadena y desintegración de anillo. Si además hay presente hierro, este funcionaría como catalizador de las reacciones de degradación.


El soporte cinematográfico también contiene plastificante, aproximadamente en un 10-20% en peso. Su pérdida vía migración o volatilización podría dejar zonas en el celuloide más susceptibles al ataque del agua o del oxígeno. El plastificante que se usaba inicialmente como sustrato de películas cinematográficas era el alcanfor (1,7,7-trimetilbiciclo[2.2.1]heptan-2-ona), y posteriormente incluían ésteres de ftalato y fosfato. El ftalato de etilo y sus homólogos superiores son susceptibles de ruptura oxidativa, y los ésteres de fosfato a hidrólisis ácida.

Referencias

Wikipedia (general)


ResearchBlogging.orgEdge, M., Allen, N., Hayes, M., Riley, P., Horie, C., & Luc-Gardette, J. (1990). Mechanisms of deterioration in cellulose nitrate base archival cinematograph film European Polymer Journal, 26 (6), 623-630 DOI: 10.1016/0014-3057(90)90218-S
 

Esta entrada participa en la XXI Edición del Carnaval de la Química que en esta ocasión se aloja en el blog:  Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión, y también en la III Edición del carnaval de Humanidades que se encuentra en El cuaderno de Calpurnia Tate y  en el  X Carnaval de la Tecnología que hospeda en el blog la Caja de Ciencia de @lualnu10


18 enero 2013

Apátrida




Esta vida acelerada,
en la que siempre voy corriendo,
muy justa de tiempo,
sin escribir apenas poesía.

Mi ciudad no deja
mirar a las estrellas, y olvido
que son puntitos,
y que parpadean.

Al menos me queda la luna,
tumbada haciendo una cuna,
o bien llenita después de las fiestas.


Debería estar prohibido
que pasen los días sin mirar
hacia arriba. ¿Cuántos
atardeceres me he perdido?

Los colores del sol sobre el mar
no los capta ninguna cámara
(¡y menos la del móvil!):
el rosa es más oscuro,
el rojo no es tan brillante.

La soledad me acompaña
a dónde quiera que pasee,
ese aire de exilio que respiro
en cada esquina. Siento la pérdida
como una astilla en el pulmón
que no me deja respirar
y duele muy adentro.

El pasado ideal
es el fardo más pesado.
Y si la pobreza es libertad
por la levedad del equipaje,
soy el ser más libre que ha
pisado esta tierra...
también el más triste.

Espero no ser irreversible.
O que la eternidad sea más breve.




14 enero 2013

El mejor amigo del hombre (en Hablando de Ciencia)

Probablemente ya sepas que ahora también participo en Hablando de Ciencia, la estupenda iniciativa de Rubén Lijó. El 16 de noviembre se estrenó el documental del Draco Milenario en Pamplona, en un evento de divulgación científica "selecto" en el que intervino de forma brillante Julián Estévez, y el elemento 114 habló de lo que siempre habla... Poco después, me incorporé al equipo de redacción, participando en las secciones de reseñas y Lo Mejor de la Semana. Y ayer salió mi último post, si aún no están hartos del vino, pueden leerla.

Referencias


Crouzet J., Les enzymes et l’arôme du vin, Rev. Fr. Oenol. (1986102, pp 42–49.
Henschke; Jiranek, Yeasts – metabolism of nitrogen compounds, En Wine Microbiology and BiotechnologyG. H. Fleet (Ed.), Harwood Academic Publishers, Victoria, Australia (1993) pp 77–164.
Holloway y Subden, 1991 Holloway; Subden, Volatile metabolites produced in a Riesling must by wild yeast isolates, Can. Inst. Sci. Technol. (1991) 24, 57–59.
Jackson; Wine Science. Principles and Applications, Academic Press, San Diego, California, EE UU (1994).
ResearchBlogging.orgRapp, A., & Mandery, H. (1986). Wine aroma Experientia, 42 (8), 873-884 DOI: 10.1007/BF01941764

09 enero 2013

3. En busca de manuscritos

Si le parece al organizador, este capítulo 3 participará en la III Edición del Carnaval de Humanidades para demostrar que la Ciencia es Cultura, y por tanto, la historia de la ciencia y de los primeros científicos está interrelacionada con el desarrollo de la cultura occidental, San Alberto Magno patrón de los científicos fue un monje santo para la Iglesia Católica, alquimista, aristotelista cuando era una herejía para su fe, observador naturalista y mucho más.


(Vía)
¡Por fin!, había encontrado lo que llevaba meses buscando, y no pararía por poca luz que diese la vela. ¿Conseguiría terminarlo antes de la medianoche? No debía llegar tarde a los maitines…, y después apenas habría tiempo hasta los laudes. ¿Por qué tenía que oscurecer tan rápido? Su ritmo de lectura bajaba considerablemente sin que tuviera que ver con el cansancio acumulado. Y es que cuando estaba estudiando  el tiempo dejaba de existir y solo importaba aclarar el asunto que le quitara el sueño en ese momento. Claro que para vivir en el convento tuvo que aprender a calcular el tiempo, normalmente gracias a la incidencia de la luz solar, y varios otros trucos desarrollados de manera inconsciente. Al principio se había ganado severos sermones por impuntualidad en la vida monacal. Tenía mucho que agradecer a la aptitud para el estudio, el superior le había exonerado de las tareas pesadas para que dedicara su tiempo a la preparación para obtener su magister theologiae en París.

El primer año como novicio fue la prueba de fuego. El resto ya salía solo, incluidos los ayunos y demás mortificaciones corporales estipuladas por Santo Domingo. Se había acostumbrado a las largas caminatas para recorrer la ciudad y acudir a dónde les llamaban o dónde les enviaba el superior. También a la estructura del estudio en lectio y disputatio, más las llamadas artes liberales.

Se transmitía de año en año la leyenda de la primera intervención pública de Alberto. La exposición brillante y clara de la doctrina agustiniana, y el acierto en contestar las quastiones planteadas por los maestros. La alocución final en la que recogía la tesis defendida y el silencio que se podía cortar al finalizar. Cuando sonó el atruendo de los aplausos, el ponente se sobresaltó visiblemente, Alberto había levantado la vista hacia el tribunal que también se habían unido al público, Alberto notó cómo las orejas le ardían. Con el tiempo había conseguido no enrojecer demasiado cuando había de hablar ante muchas personas.

(Vía)
Desde entonces, leía sin descanso los manuscritos que se guardaban en el naciente Studium Generale de la Orden dominicana en Colonia. Aprendió nuevas lenguas como el hebraico y alguna noción de griego, además de perfeccionar su latín, por el afán de leer los escritos originales. Era una manía estrambótica y a veces peligrosa, ¿acaso no le bastaba con la lengua hablada por Jesús de Nazareth y los Apóstoles? No, no bastaba. Había un mundo entero por descubrir acerca de otras tierras que habían establecido un modo vde vida distinto…, y no por ser paganos habían de estar equivocados en todo… ¿Acaso la Iglesia no había aceptado las tesis agustinianas que provenían del pagano Platón? Estaba claro que la observación de la naturaleza mostraba las maravillas de su Creador, si solo existía una verdad, ¿los paganos no la habrían encontrado aunque con cierto error? Si uno estaba firme en sus creencias, ¿por qué había de ignorar todos aquellos pozos de sabiduría que no podían hacer ningún mal a nadie? Pues si era verdad, ¿cómo no iba a ser parte de la Verdad, y por lo tanto del Bien? Y el bien no podía ser mal por definición…

(Vía)
Estas ideas eran peligrosas, y Alberto tenía que tener cuidado con quién las compartía. Estudiar ejercitaba las virtudes, sobre todo la paciencia por no tener acceso a satisfacer las dudas acuciantes, y la prudencia de no compartir lo que otros no entenderían. Al fin y al cabo como decía San Pablo, había que procurar no escandalizar a los débiles para evitar la condenación aquellos y de su propia alma. No era un consuelo fácil el tener que escoger la vía más segura y no la más rápida, que hubiera sido aprender árabe. Ellos eran mucho más abiertos a otras culturas y poseían manuscritos de gran valor, además de descubrimientos recientes interesantes. Pero aprender árabe conllevaría ser anatema y la excomunión. Alberto tenía aprecio a su fe y su llamada, lo que implicaba grandes sacrificios en la vida intelectual y un sentimiento intenso de soledad que a veces no remitía ni cuando se ponía delante de su Dios.

No le preocupaba demasiado que los demás le consideraran excesivamente original por esa ansia de conocer las últimas causas y primeros principios. Apenas quedaba ya nadie en el convento capaz de recordar su noviciado y a fray Ilustrísimo, ni la noche que cambió su vida para siempre. Era obvio que todos en su momento habían apreciado el cambio de carácter, su aplicación al estudio, y su reciedumbre para trabajar en lo que le pidieran. Nadie se explicaba qué había ocurrido ni por qué Alberto acudía cada día con flores para la Virgen de la catedral en construcción, y pasaba las noches estudiando viejos manuscritos o de rodillas en la capilla.



Los siguientes capítulos de esta serie los puedes leer en los siguientes enlaces: