Hoy comparto un texto que me ha llegado para participar en la convocatoria de Next Door. Me he sentido completamente identificada con la historia de Montse Sancas. Desde aquí le doy un super gracias emocionado por plasmar en palabras la radiografía de una persona con depresión y le mando un abrazo inmenso con el deseo de que encuentre luz al final del túnel lo más pronto posible. Montse: ¡eres muy grande!
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Algo parecido a lo que dijo, supuestamente, Virginia Woolf… y esa sería mi situación actual, porque una depresión es una enfermedad invisible y estigmatizada, de la que no se puede hablar, que debe permanecer en el anonimato y que no se note. Aunque puedas permitirte ayuda profesional, un lujo para muchos, se sufre en soledad y silencio.
La primera vez que dije no tengo ganas de salir y, para disimular, insinué un medio estado griposo, no pasó nada. La tercera vez que me quedé en casa ya fui castigada con un si te aislas, aún estarás más sola. Y cuando, con la excusa de la confianza y la sinceridad de la amistad, me atreví a decir que estaba deprimida y no tenía ganas de nada, también llegaron esas palabras tan habituales entre las personas que desconocen esta situación: no tienes de qué quejarte/yo también tengo problemas/Fulanita tiene cáncer. Y entonces sí, llegó el aislamiento y superarlo sola y en silencio.
Cierto, no tengo (casi) de qué quejarme, tengo trabajo, vivienda y salud, pero siento que no tengo motivos para levantarme ningún día, sólo obligaciones, y tengo que rebuscar en esa cotidianidad diaria algo que me anime a salir de la cama. Porque yo sólo deseo dormir, dormir y dormir. Cuando duermo no soy consciente de la vida y consigo descansar y recuperar algo de fuerzas para continuar con la batalla. En realidad, me gustaría dormir para siempre y no despertar nunca más. Los fines de semana son terribles y, a menudo, paso horas tumbada en el sofá, mirando el techo o intentando desconectar durmiendo. Es tristeza infinita, un lamento mudo que nadie escucha.
No puedo quejarme, ni insinuar mi malestar. Y como sigo, de cara al exterior, con una vida normal, aún es más difícil de comprender y se insinúa sólo desgana, o enfado, o lo que sea… Las amistades, las que aún aguantan, se mantienen a una distancia prudente. Están ahí, sí, pero no puedo molestar demasiado. A veces sólo necesito compañía para un café o un cine, pero nadie se ofrece a estar conmigo un rato y casi nunca cuento con ellas en los momentos más duros (bueno, los momentos más duros los paso en casa, que es cuando puedo relajarme y dejar que la depresión se manifieste en todo su esplendor). No comprenden nada. Otras amistades han resultado ser un engaño, un gran engaño y ni rasto de ellas. Y otras, se han alejado tanto que ya no volverán. Ya no uso la palabra amistad. Ya no confío. Ya no creo en nada ni en nadie.
Y sí, voy a trabajar y sigo con las clases de inglés. No puedo permitirme una baja y en las clases, a pesar de todo, me relajo y hasta consigo reir! Eso sí, empieza a preocuparme mi desinterés por aquellas actividades que me gustaban hasta hace unos meses. Este año no he ido al Saló del Còmic. Tampoco fui a la Calçotada Friki (no he faltado desde la 1ª, en 2010). No fui a Naukas el año pasado… Y así podría enumerar unas cuantas actividades más. Por ahora, la música es lo único que aún me emociona, pero tendré que renunciar, casi, a ella por temas económicos (¡ser pobre y tener gustos de burguesa es duro!) Consigo, con cierto esfuerzo, centrarme en la lectura, o disfrutar de nuevos contenidos en la TV. Pero cansa. Siempre estoy cansada.
La rendición absoluta está a la vuelta de la esquina. Esta lucha por seguir la vida agota y las pequeñas victorias no compensan, la mayoría de veces, el esfuerzo vital que supone seguir adelante. Las alegrías son tan fugaces, que apenas iluminan un segundo el pozo en el que me encuentro. Y, peor aún, para evitar ese desasosiego después del placer, tiendo a evitar esos momentos y sufrir lo menos posible después. Ya tengo suficiente con mi mente, que sólo calla cuando duermo, y mis intentos frustrados de encontrarme en ese inmenso vacío que ahora me rodea. Esa es la sensación que nadie entiende: estar perdida y no saber bien bien la razón.
Y cualquier circunstancia adversa se convierte en una montaña en el camino. Otro obstáculo más a superar, además de vivir sin sentido y sin esperanza. También, en este estado de fragilidad emocional, todo lo malo se magnifica y el enemigo cada vez es mayor. Todo va mal. No hay salida. No hay esperanza.
Debo admitir también que, en mi caso, tengo días buenos, diría que hasta gloriosos y me agarro a un clavo ardiendo si eso significa algo de luz o la oportunidad de reír. Sí, procuro reír siempre que tengo opción, para compensar las lágrimas que derramo en la intimidad. Como siempre le digo a la psicóloga, mi instinto de supervivencia es muy fuerte, está muy desarrollado y, a veces, no parezco enferma. A veces. Y despisto a la gente. “¿Estás deprimida? ¡Anda ya! Si estás organizando la jornada de puertas abiertas del PRBB…” Insisto: un instinto de supervivencia muy fuerte y que aún me empuja para salir de la oscuridad.
No sé si voy a salir de esta. Todo lo tengo en contra ahora mismo y no veo la luz al final del túnel, ni la intuyo, ni creo que exista. Pero toca seguir. De momento, no puedo hacer más.
Montse Sancas
Depresión: un interruptor que a veces apagas tú, a veces ayudan a apagarlo los demás. Escribiendo has dado las instrucciones, por que nadie aprende solo. Gracias Montse
ResponderEliminarGracias Montse, seguramente has aportado un rayito de luz a tántas personas que están en esa oscuridad. Saldrás, estoy segura y tú tienes que estar segura también. Un abrazo.
ResponderEliminarque real, gracias por contarlo tan bien
ResponderEliminarMontse,
ResponderEliminarEn algunos momentos de mi vida tampoco vi la luz al final del túnel. Ni siquiera pensé que existiera esa luz. Y cuando la gente me decía que las cosas cambiarían y todo iría a mejor pensaba que eran cursilerías que decían para animarme. Pero no era así. Mi estado de ánimo mejoró y las cosas mejoraron de forma radical.
La luz al final del túnel es tu instinto de supervivencia y tu esfuerzo por sonreír, son las personas que te apoyan y los días que el monstruo de la depresión te da un ligero descanso.
Hay un verso de Machado que me repito siempre y que la vida me ha demostrado que es cierto, un verso que me encantaría que también hicieras tuyo:
«Hoy es siempre todavía»
La autora de este blog, a quien considero como mi hermana, me regaló una libreta que llevaba este verso, y creo que es el regalo más "para mí" que me han hecho jamás.
Ambas sabemos que el camino que queda por delante es duro pero estoy segura de que lo conseguirás.
Gracias por tu sinceridad y valentía.
Un besazo
Para Montse.
ResponderEliminarSe lo que es estar en ese tunel donde no hay luz, yo mismo estoy en el, y cuando veo la luz descubro que es un tren. Entiendo lo doloroso que es cuando tu cabeza es tu peor enemigo, cuando no tienes fuerzas fisicas o emocionales para hacer aquello que normalmente te apasionaba...
Espero que puedas encontrar la salida del tunel
La verdad es que yo me he sentido muy identificada en el texto. La tristeza que no se va, el cansancio... Me ha ayudado lo que has escrito porque me has dado las palabras para cosas que yo no sabía como expresar.
ResponderEliminarLarga vida y prosperidad, Montse
P.S. Yo sufro dolor crónico y siempre me dicen "¿te duele? ¡pero si tienes muy buena cara!" Mi teoría es que la gente tiene a veces la sensibilidad y el tacto de una cuchara (aquí me robo de Harry Potter).
GRACIAS por compartir esta experiencia personal tan íntima con nosotros. Mucha fuerza y mucho ánimo :´*
ResponderEliminarHaber contado esto es ya un gran paso que has hecho tu sola. Imagino cuantas más cosas vas a ser capaz de hacer para caminar hacia la salida del túnel y que tú ni siquiera sabes todavía que vas a ser capaz.
ResponderEliminarYa has comenzado ese camino ¡brava!.