14 abril 2017

Viernes Santo

Hay una parte de mi depresión que no suelo compartir mucho públicamente, al menos en este blog o en redes sociales, que tiene que ver con mi catolicismo. Aprovechando la Semana Santa, he decidido publicar alguna cosilla.



Primero, he decidido coger un viejo poema de mi ingreso de noviembre de 2011 y transformarlo en un mucho más breve tanka (que conocí gracias a E.G-M.). Es mi primer tanka, a ver qué tal:

El árbol crecía
con lágrimas de hospital
por el pasillo.
¡Mirad! Árbol de la cruz
donde estuvo Él clavado.

La explicación aparece en este breve audio de apenas 2 minutos. Es el ensayo de lo que conté el 5 de marzo en la Basílica de la Sagrada Familia ante 2000 jóvenes y la cruz de Lampedusa. Fue una pasada compartir estrado con otros tres compañeros que habían perdido a miembros de su familia por asesinatos, habían padecido cáncer de huesos, o habían venido en patera desde Senegal. 

Y por último un par de vídeos. Uno de aquel evento en la Sagrada Familia. Y otro en el que nos entrevistaron a varios jóvenes, y que me gusta mucho por la mezcla de personas que salimos. Ahora ya lo sabéis (casi) todo de mi depresión ;)





07 abril 2017

El día que no morí

Dios sabe cuántas veces me voy a la cama con el deseo, incluso con la esperanza, de no volver a despertar, y por las mañanas abro los ojos, vuelvo a ver el sol y me siento miserable. (Las penas del joven Werther, Goethe)
Son muchas las causas de un suicidio, y, de una manera general, las más aparentes no han sido las más eficaces. La gente se suicida rara vez… por reflexión. Lo que desencadena la crisis es siempre incontrolable. Los diarios hablan con frecuencia de “penas íntimas”, de “enfermedad incurable”. Son explicaciones valederas. Pero habría que saber si ese mismo día un amigo del desesperado no le habló en tono indiferente. Ese sería el culpable, pues tal cosa puede bastar para precipitar todos los rencores y todos los cansancios todavía en suspenso… (Camus, en el prólogo de Carlos Seco Serrano a Vuelva usted mañana)
Para una persona que padece una enfermedad mental no hay nada más aterrador que un sentimiento. Positivo o negativo, eso da igual; sigue teniendo la capacidad de volvernos la cabeza completamente del revés sin dar la menor pista de cómo enfrentarnos a él de forma racional o razonable. (James Rhodes, Instrumental)
Vía
Era un día como otro cualquiera en la larga sucesión que me conducía lenta e inexorablemente al infierno de Dante (Lasciate ogni speranza...). Yo estaba irritable, insoportable para mí misma, y alguien pensando en animarme me dio una noticia que me sobrepasó. Me sentí incapaz de afrontar un nuevo reto en mi vida, y ya que mis oraciones no habían sido escuchadas, nada ni nadie parecía capaz de ayudarme, y yo sencilla y llanamente no podía más..., tome la decisión de suicidarme.
Dio la impresión de que yo aceptaba que nada iba a funcionar y que, por tanto, había tomado la decisión de suicidarme, y esa aceptación me procuró la sensación de libertad más increíble.
Lo mejor de querer suicidarte es la energía que sientes después de decidirlo: como si te hubieran dado alas después de haber avanzado penosamente por arenas movedizas durante varios años. (James Rhodes, Instrumental)
León Tolstoi. Vía

La vida se me había hecho insufrible. Una fuerza inexpresable me empujaba a liberarme de ella de algún modo. No puedo decir que deseara matarme. La fuerza que me alejaba de la vida era más fuerte, más plena, que cualquier otro deseo. Se parecía a mi antigua aspiración por vivir, sólo que iba en dirección totalmente contraria. Con todas mis fuerzas ansiaba abandonar la vida. Me venía la idea del suicidio de modo tan natural como antes los pensamientos para mejorar la vida. La idea era tan seductora que tuve que usar argucias contra mí mismo para no realizarla con demasiada precipitación. No quería apresurarme porque antes haría todos los esfuerzos posibles para desembrollarme. Si no lo consigo, siempre estaré a tiempo, me decía. Y así yo, un hombre feliz, retiré la cuerda de mi habitación donde cada día me quedaba solo al desvestirme para no colgarme del travesaño que había entre los armarios, y dejé de ir de caza con rifle para no caer en la tentación de liberarme tan fácilmente de la vida. Ni yo mismo sabía lo que quería: tenía miedo de la vida, intentaba huir de ella y, al mismo tiempo, esperaba algo de ella. (León Tolstoi, Confesión)
Ahora me hace gracia y me parecen hasta tiernos mi inocencia y candor. Como ya me habían asaltado ideas de muerte que me dejaban extenuada de miedo, no tenía en mi poder el cóctel de ansiolíticos y antidepresivos que estaba tomando. Solo contaba con una caja de Ibuprofeno y decidí usarla esa noche. ¡Alma cándida! En caso de que no funcionara, me escaparía a medianoche de mi Colegio Mayor y buscaría un edificio bien alto para tirarme. Ahora bien, la logística de la escapada y qué edificio del campus de la Universidad de Navarra o de Pamplona sería adecuado para una buena caída y accesible de madrugada, ni se me ocurrió pensarlo. Simplemente decidí matarme, y elegí el medio, y elaboré un plan B por si no me funcionaba.
Aquí hay un narcisismo y una lástima por mí mismo de manual. Ahora lo percibo. Sin embargo, cuando estás metido en ello, cuando sientes que te ahogas en esa mierda y todo parece de lo más real, no ves las cosas con perspectiva. En la depresión, el trauma, el estrés postraumático, como queráis llamarlo, no queda espacio para la realidad. Mi mundo se había desmoronado y solo cabíamos yo, mis delirios y mi ego. No me quedaba otra opción que irme de este mundo. Uno de los malentendidos más peligrosos sobre el suicidio es que nadie sabe que, para aquellos que lo están contemplando, casi siempre constituye una elección absolutamente válida. Se parece un poco a estar muerto de hambre, tras no haber comido durante días, y llegar de pronto a un restaurante en el que lo único que sirven es algo que odias hasta decir basta y que antes no te habrías comido ni loco, pero no tienes otra opción. Lo pides, te lo comes, te lo metes en la boca con las manos lo más deprisa posible y no paras hasta que estás a punto de desmayarte. La realidad de mi situación tal como yo la veía, y mi febril cabeza, habían empezado a agitar los cimientos de mi autosuficiencia, hasta el punto de que el poder y el lujo de tomar decisiones se me habían hurtado. (James Rhodes, Instrumental)
James Rhodes es uno de mis grandes héroes, y Laura una de mis grandes amigas
This girl I know at school had anorexia three years ago, when she was fifteen. Her dream was of wasting away to nothing- like a dried leaf in the wind, was what she said, just fading gently into death and everyone pitying her and blaming themselves afterwards for not understanding her. (The Children Act, Ian McEwan)
(...) trying to explain the paradoxical logic that becomes the norm when you are depressed is very difficult. (Marc Zeller, The Humanology Project)
Así que, ya más tranquila y serena, mandé un mensaje de SMS que venía a decir algo similar a "ya no puedo más. Esta noche me suicido". Sí, así de surrealista. Después me puse a leer o a hacer otra cosa parecida hasta que llegara la hora de poner en práctica mi decisión. Que nunca llegó, porque la receptora de mi SMS se plantó en mi habitación tremendamente agobiada e intentando convencerme para que acudiéramos a un médico. De mi NO inicial, pasamos a un "solo hablaré con mi médico de cabecera", le llamamos por teléfono pero no estaba disponible. Recuerdo que la enfermera o persona que me cogió me preguntó que si estaba bien y necesitaba algo, porque yo lloraba cual Magdalena mientras le hablaba. De ahí, aún no sé cómo, me convenció para ir a Urgencias, siempre con mi condición de no hablaré con nadie que no sea mi médico de cabecera. Le tocó a ella explicarle a las enfermeras que me traía porque me quería suicidar, e incluso cuando llamaron a la psiquiatra de guardia y me pasaron a consulta, ella tuvo que contar mis problemas porque yo no iba a hablar porque no era mi médico de cabecera. La psiquiatra la hizo salir para hablar conmigo, yo hablé poco, me negué a contarle mis planes de suicidio, pero me reafirmé en mi decisión. Y entonces me ofreció una alternativa: puedes irte y hacer lo que tienes pensado, o quedarte, ingresar voluntariamente y que te ayudemos. Vale, ahora sé, que si hubiera continuado en mis trece, hubieran llamado a un juez para ingresarme a la fuerza. Pero entonces no lo sabía. Fui capaz de razonar que, dar otra oportunidad a la vida no estaba tan mal... Sabía que iba a ser un camino duro, que la opción más directa era el suicidio, pero supongo que pudo mi instinto de supervivencia. Acepté ingresar.
Quitarle la posibilidad de elección es una de las cosas más aterradoras que le puedes hacer a alguien. (James Rhodes, Instrumental)
Mi informe médico habla de mi ingreso por "episodio depresivo grave con ideación autolítica estructurada" (aunque esa ideación fuera tan débil como una caja de Ibuprofeno y un edificio no identificado). Eso significaba una habitación con cámara para que desde el control de enfermería vigilaran que no intentara acabar con mi vida. El único sitio no vigilado era el cuarto de baño pero estaba cerrado con llave y tenía que pedir que me lo abrieran para usarlo (y luego lo cerraban). Aparte de eso, la política de la planta era hacerte una revisión de maleta para guardar en el control cualquier cosa electrónica (móvil, ordenador), cuchillas para depilarse, cargadores y demás cables, etc. Jolín, nunca se me hubieran ocurrido a mí sola tantas formas de matarme. Yo ingresaba tarde (para los horarios de hospital), me dieron la cena en mi cuarto y... no querían hacer la revisión de mi equipaje (que me habían preparado y llevado del Colegio Mayor) hasta el día siguiente. Me ofrecieron un camisón pero yo quise que me dieran un pijama de los míos. Era la primera vez que me ingresaban, estaba sola, vigilada, sin posibilidad de comunicarme con el mundo exterior, sin nada mío en mi poder más que la ropa que llevaba puesta. Al menos quería dormir usando mi propio pijama.

Recuerdo cuando me dijeron que se acababan los "privilegios" y que tenía que ir a comer al comedor de la planta con el resto de pacientes y hacer las terapias de grupo, etc. ¿Yo, con los locos? Perdonad la expresión pero estaba ACOJONADA en ese mundo nuevo para mí... Pronto me daría cuenta de que los locos no existen, los que sí existían eran personas normales y corrientes con enormes sufrimientos que conmocionaron mi vida para siempre.
El grupo de individuos más raro y variopinto que se pueda imaginar, pero todos ellos eran absolutamente adorables. (James Rhodes, Instrumental)
En cada turno de enfermeras, me asignaban una, y me preguntaban por mis ideas de muerte y de suicidio. Y yo no entendía nada, y no me sentía entendida: ¿acaso no había tomado la decisión de ingresar voluntariamente en vez de cumplir mis planes de suicidio? ¿Por qué me venían rallando con ideas de muerte? En fin, me pasé esos 25 días convenciendo al equipo médico de que ya estaba bien y de que me tenían que dar el alta y punto, o en palabras de James Rhodes: "Asumió las riendas una persona completamente nueva cuya única misión era salir de ese puto sitio."
Jaime Gil de Biedma. Vía
Jaime Gil de Biedma: - Yo tenía miedo a encontrarme suicidado antes de poder reaccionar. Entonces, lo que ideé… Cuando uno ha llegado a un cierto nivel de crisis de depresión obsesiva, en que la conciencia racional se desintegra, lo primero que ocurre es que no sabe muy bien lo que quiere y lo que no quiere; y cuando uno ya establece diferencias claras entre lo que quiere y lo que no quiere, está muy cerca de perder el sentido de lo que ha pasado y de lo que no ha pasado. Entonces, lo que hice fue autoinducirme una idea, inocularme una idea que me hiciera reaccionar histéricamente: crearme la idea de que yo ya me había suicidado.
Federico Campbell: - Lo cual era falso
Jaime Gil de Biedma: - Lo cual era falso, pero me la inoculé, y reaccioné a la idea de suicidio, o a la idea de que había intentado suicidarme, como si fuese un hecho cierto. Ese poema está escrito precisamente para no suicidarme, para conjurar el miedo que tenía a suicidarme, para darme por suicidado ya, como se ve en la última parte, donde hay una alusión bastante clara. Cuando escribí esa alusión al suicidio, tuve un ataque de pánico que me duró tres días. (entrevista Jaime Gil de Biedma o el paso del tiempo, el poema al que se refiere es Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma)
Evidentemente, el alta no era la solución. Seguía teniendo ideas de matarme tan fuertes como para pensar que se me podía ir la olla sin darme cuenta. Mi método fue... ponerme a estudiar como una loca. Toda una tarde leyendo sobre la torrefacción de la biomasa. No fue mi mejor trabajo en el máster, pero esa tarde de la que no recuerdo la fecha exacta, me salvó la vida de alguna manera.

Me pasé ese curso luchando contra todo y contra todos. Por sacarme las asignaturas, por hacer el trabajo fin de máster, por aprobar el carnet de conducir, por enterarme de cómo era el Alzheimer que tenía mi abuela, por cambiar el mundo peleándome y debatiendo por Internet, empezando un blog random en el que vomitar (literalmente) todo lo que pasaba por mi cabeza de ciencia, poesía, elucubraciones mentales y vitales... Nueve meses más tarde, volví a ingresar, solo una "semana de vacaciones" por mi bloqueo mental con los plazos del trabajo fin de máster. Y entonces di mi primera charla en público sobre poesía, hablando sobre Enrique García-Máiquez, Miguel d'Ors,... Y después me marqué un speech en el que les dije a los pacientes que eran mis héroes, que su lucha y superación del día a día me habían inspirado y que muchas gracias por todo. Era el germen de una charla que daría años después, en la que ver cómo les cambiaba la cara con mis palabras fue absolutamente precioso. Me gustaría dedicarles este post a esas personas y tantas más que no conozco, como un homenaje especial este 7 de abril, y disculparme públicamente si les hice daño sin querer por meterme en camisa de once varas con mi maldita rebeldía.

Aquí esta la famosa charla que me costó preparar y atreverme a darla 5 años

Fueron tiempos complicados. No soy la única persona del mundo que pensaba que los locos existen. Y te toca escuchar cosas tipo:
Ojalá estas viñetas no fueran necesarias...
- Ah, yo tuve una depresión cuando murió mi padre, pero... nunca llegué a estar ingresada. (Me alegro infinito por ti, pero creo que no estás entendiendo la gravedad ni las implicaciones de lo que te estoy contando).
- Bueno, va, ya está bien, ya has llorado bastante, para ya... (De verdad, que me encantaría poder controlar los síntomas de mi depresión pero si pudiera... quizá no tendría una depresión).
- ¿La depresión de Dolores es endógena o exógena? (Tal como explicó mi psiquiatra esa clasificación está un poco desfasada, y en cualquier caso: ¿qué importa? La ayuda la necesito igual).
- ¿Quién piensas que sufre más, tú o las personas de tu alrededor? (Ja, esa me la sé. Yo viví muy de cerca la depresión de alguien muy querido, y no es ni una gota de lo que estoy pasando ahora. Créeme, no se lo deseo ni a mi peor enemigo que no tengo... Ahora, tras haberla pasado, quizá añadiría una tercera categoría: haber pasado por una depresión y que alguien cercano a ti la pase y sepas bastante exactamente la mierda por la que está pasando y te sientes super impotente).
- Joder, ¿por qué la gente que se suicida no busca un lugar en el que no fastidie, en vez de tirarse a las vías del tren y provocarme un retraso de horas? (Quizá puedas pensar en la desesperación y soledad que siente una persona para vencer el instinto de supervivencia y quitarse la vida, y tratar de empatizar en que quizá, solo quizá, no sea capaz de pensar en tu pequeño retraso sino en acabar cuanto antes con un sufrimiento invivible).
- ¿Acaso quieres que te trate de manera diferente? (Eh... si te refieres a que soy peor por mi depresión, no estoy dispuesta a aceptarlo: tengo mis limitaciones como todo el mundo. Y quizá mis limitaciones te puedan hacer pensar en que todo el mundo SIN EXCEPCIÓN tenemos necesidades especiales que se manifiestan en distintos momentos de nuestra vida).

Mi vida después de la depresión. Llena de tesis, de Naukas, de Hablando de Ciencia, de Ignite, de nuevos amigos, de retos en forma de charlas o presentación del evento Desgranando de Ciencia. Pero siempre, siempre, acompañada de mi familia.
Pero no me puedo quejar. La mayoría de gente que me ha acompañado me ha empujado siempre hacia adelante. Gracias, Teresa, por llevarme a ingresar el 2 de noviembre de 2011. Gracias a mi familia por estar a mi lado en los momentos difíciles, cuando mi irritabilidad os daba miedo. Gracias, mamá, por sostenerme y abrazarme (aunque yo no me dejaba abrazar mucho) en esos momentos oscuros en que la desesperación me agarraba, y por no soltarme hasta que no me quedaban sollozos ni lágrimas por echar fuera. Gracias a los profesores de máster que me inspiraron, gracias a mis compañeros de máster, y en especial a Silvia, que siempre me animó y me ofreció ayuda cuando yo veía que no iba a ser capaz de acabar. Gracias a mi actual jefa que me contrató aún sabiendo la cantidad de medicación que tomaba, y a toda la gente que tras contarle mi historia me ha apoyado y me ha obligado a enfrentarme a mis miedos para sacar lo mejor de mí misma (¡supercríticas al poder!). Gracias a mi psiquiatra y a mi psicóloga. Gracias a todos los que me acompañaron de cerca y de lejos, y que me dieron la confianza de acabar contando mi historia en público. Gracias porque estoy aquí por vosotros.

Y hoy os quiero contar un pequeño secreto que me ha quedado claro tras mi ingreso y estos 5 años: tendré mis recaídas, mis movidas, ¡mis montañas rusas!, pero voy a cambiar el mundo, y va a ser un lugar mejor. Por eso, hoy, hablemos de depresión.

De mayor, yo quiero ser así. Y lo conseguiré :)

Esta entrada participa en la convocatoria de Next Door Publishers :)

06 abril 2017

No es buena intención, es no querer escuchar

Hoy me ha llegado otro texto digno de compartirse dentro de la convocatoria de Next Door. Me parece muy necesario, remarcar el peligro que suponen las pseudociencias a la salud. Y el autor/a es lo suficientemente valiente para señalar la causa principal: nuestra falta de empatía por comodidad. ¡Muchas gracias por compartirlo por aquí y sumarte a hablar de la depresión!

Vía
Me gustaría escribir unas notas sobre el estigma y el mal entendimiento que hay sobre la enfermedad (si bien es verdad que este desconocimiento no incumbe sólo a la Depresión. Pensemos, sólo por poner un ejemplo en las vacunas o, para ir a un asunto un poco más "banal" en las dietas detox).

Bien, quizás es una nota con un punto de resentimiento, no lo niego, pero cada vez hay más modas pseudocientíficas y es increíble el número de personas que se apunta a éstas. En este sentido, creo que en lugar de avanzar, la sociedad ha retrocedido. 

El resentimiento viene porque cualquier persona a quien le enseñas ni que sea una punta del iceberg que estás viviendo (y digo "viviendo" por decirlo de algún modo) tiene la cura para ti. Una cura que pasa desde el "No te lo tomes así, no hay para tanto" hasta el "¿Has probado X? (entiéndase como X, yoga, flores de Bach, mindfulness y un largo etcétera). 

Todo esto se esconde bajo una supuesta "buena intención", pero pasados muchas años con depresión, puedo afirmar que no se trata de esto. No es buena intención, es no querer escuchar, no querer aprender, no querer entender (¡con lo bonito que es entender y aprender!).

Lo que pasa con la Depresión pasa en muchos ámbitos de la realidad, pero lo que pasa con la Depresión duele (como duelen las guerras o las injusticias sociales). No estoy tratando de compararlo, ni de buscar culpables. Creo que es un problema de base, que empieza en nuestra educación como seres humanos y lo que falta es mucha EMPATÍA, así en mayúsculas.

Ojalá sea esta campaña un paso adelante y podamos salir de nuestro anonimato, pero sobre todo de nuestro sufrimiento.

Anónimo

04 abril 2017

Sufrir sola, superarlo en silencio

Hoy comparto un texto que me ha llegado para participar en la convocatoria de Next Door. Me he sentido completamente identificada con la historia de Montse Sancas. Desde aquí le doy un super gracias emocionado por plasmar en palabras la radiografía de una persona con depresión y le mando un abrazo inmenso con el deseo de que encuentre luz al final del túnel lo más pronto posible. Montse: ¡eres muy grande!

Vía
Algo parecido a lo que dijo, supuestamente, Virginia Woolf… y esa sería mi situación actual, porque una depresión es una enfermedad invisible y estigmatizada, de la que no se puede hablar, que debe permanecer en el anonimato y que no se note. Aunque puedas permitirte ayuda profesional, un lujo para muchos, se sufre en soledad y silencio.

La primera vez que dije no tengo ganas de salir y, para disimular, insinué un medio estado griposo, no pasó nada. La tercera vez que me quedé en casa ya fui castigada con un si te aislas, aún estarás más sola. Y cuando, con la excusa de la confianza y la sinceridad de la amistad, me atreví a decir que estaba deprimida y no tenía ganas de nada, también llegaron esas palabras tan habituales entre las personas que desconocen esta situación: no tienes de qué quejarte/yo también tengo problemas/Fulanita tiene cáncer. Y entonces sí, llegó el aislamiento y superarlo sola y en silencio.

Cierto, no tengo (casi) de qué quejarme, tengo trabajo, vivienda y salud, pero siento que no tengo motivos para levantarme ningún día, sólo obligaciones, y tengo que rebuscar en esa cotidianidad diaria algo que me anime a salir de la cama. Porque yo sólo deseo dormir, dormir y dormir. Cuando duermo no soy consciente de la vida y consigo descansar y recuperar algo de fuerzas para continuar con la batalla. En realidad, me gustaría dormir para siempre y no despertar nunca más. Los fines de semana son terribles y, a menudo, paso horas tumbada en el sofá, mirando el techo o intentando desconectar durmiendo. Es tristeza infinita, un lamento mudo que nadie escucha.

No puedo quejarme, ni insinuar mi malestar. Y como sigo, de cara al exterior, con una vida normal, aún es más difícil de comprender y se insinúa sólo desgana, o enfado, o lo que sea… Las amistades, las que aún aguantan, se mantienen a una distancia prudente. Están ahí, sí, pero no puedo molestar demasiado. A veces sólo necesito compañía para un café o un cine, pero nadie se ofrece a estar conmigo un rato y casi nunca cuento con ellas en los momentos más duros (bueno, los momentos más duros los paso en casa, que es cuando puedo relajarme y dejar que la depresión se manifieste en todo su esplendor). No comprenden nada. Otras amistades han resultado ser un engaño, un gran engaño y ni rasto de ellas. Y otras, se han alejado tanto que ya no volverán. Ya no uso la palabra amistad. Ya no confío. Ya no creo en nada ni en nadie.

Y sí, voy a trabajar y sigo con las clases de inglés. No puedo permitirme una baja y en las clases, a pesar de todo, me relajo y hasta consigo reir! Eso sí, empieza a preocuparme mi desinterés por aquellas actividades que me gustaban hasta hace unos meses. Este año no he ido al Saló del Còmic. Tampoco fui a la Calçotada Friki (no he faltado desde la 1ª, en 2010). No fui a Naukas el año pasado… Y así podría enumerar unas cuantas actividades más. Por ahora, la música es lo único que aún me emociona, pero tendré que renunciar, casi, a ella por temas económicos (¡ser pobre y tener gustos de burguesa es duro!) Consigo, con cierto esfuerzo, centrarme en la lectura, o disfrutar de nuevos contenidos en la TV. Pero cansa. Siempre estoy cansada.

La rendición absoluta está a la vuelta de la esquina. Esta lucha por seguir la vida agota y las pequeñas victorias no compensan, la mayoría de veces, el esfuerzo vital que supone seguir adelante. Las alegrías son tan fugaces, que apenas iluminan un segundo el pozo en el que me encuentro. Y, peor aún, para evitar ese desasosiego después del placer, tiendo a evitar esos momentos y sufrir lo menos posible después. Ya tengo suficiente con mi mente, que sólo calla cuando duermo, y mis intentos frustrados de encontrarme en ese inmenso vacío que ahora me rodea. Esa es la sensación que nadie entiende: estar perdida y no saber bien bien la razón.

Y cualquier circunstancia adversa se convierte en una montaña en el camino. Otro obstáculo más a superar, además de vivir sin sentido y sin esperanza. También, en este estado de fragilidad emocional, todo lo malo se magnifica y el enemigo cada vez es mayor. Todo va mal. No hay salida. No hay esperanza.

Debo admitir también que, en mi caso, tengo días buenos, diría que hasta gloriosos y me agarro a un clavo ardiendo si eso significa algo de luz o la oportunidad de reír. Sí, procuro reír siempre que tengo opción, para compensar las lágrimas que derramo en la intimidad. Como siempre le digo a la psicóloga, mi instinto de supervivencia es muy fuerte, está muy desarrollado y, a veces, no parezco enferma. A veces. Y despisto a la gente. “¿Estás deprimida? ¡Anda ya! Si estás organizando la jornada de puertas abiertas del PRBB…” Insisto: un instinto de supervivencia muy fuerte y que aún me empuja para salir de la oscuridad.

No sé si voy a salir de esta. Todo lo tengo en contra ahora mismo y no veo la luz al final del túnel, ni la intuyo, ni creo que exista. Pero toca seguir. De momento, no puedo hacer más.

Montse Sancas