24 febrero 2019

Capítulo 6: El discípulo amado

Bueeeeeeeeeeno, pues ha llegado la hora de continuar esta serie mayormente imaginada alrededor de la figura medieval de Alberto Magno. Este capítulo estaba destinado a ver la luz el 28 de enero pero la vida es compleja y mi autoestima fluctúa. Helo aquí como sexta entrega de esta saga, ya dejo de darle vueltas a si lo escrito es bueno o malo y lo dejo a juicio del lector.


(...) de Santo Tomás sólo se podría hacer un plano, como el plano de una ciudad laberíntica.
Chesterton


Le gustaba dar clases en el Estudio General de la Orden en París, le gustaba la interacción con los alumnos, revivir su época de estudiante y pasar de nuevo por todas las etapas de adquisición del conocimiento. Además, nunca desesperaba de encontrar a alguien con el que compartir su insaciable hambre de sabiduría. Porque hay que reconocerlo, la mayoría estaban allí para aprender lo básico, ninguno mostraba interés en ir más allá de Agustín de Hipona y de Platón. Es más, no era infrecuente que se escandalizaran del contenido de sus lecciones, si no se andaba con cuidado.
Y entonces, se fijó en un alumno del fondo de la sala. Aquel de imponente tamaño y de silencio aún más imponente. Nunca participaba en los debates ni hacía preguntas, pero muy mal profesor había que ser para no captar en sus ojos la atención y concentración de todo su ser. ¿Sería aquel…?
Empezó a encargarle pequeñas tareas que lo obligaran a salir de su mutismo. Como efecto secundario, sus compañeros se fijaron más en ese muchacho grande y desmañado que tenía una mirada especial. Su nombre era Tomás, aunque lo llamaban el Buey Mudo: se pensaban que tenía problemas de aprendizaje y que por eso el maestro Alberto le favorecía. Movido por la lástima, uno de los hermanos novicios se acercó a explicarle un día la lección. Cuando llegó al punto de mayor dificultad, con voz amable fue el propio Tomás el que le explicó a él resolviéndole todas sus dudas.
Otra vez quisieron burlarse de su candidez diciéndole que había un burro volando, y riéndose de Tomás que se giró a mirar. Pero la risa no les duró mucho… Tomás explicó apaciblemente que prefería creer que un burro volara a que un hermano dominico se riera de él.
Pero no aprendían… Y un día Alberto estalló: “Lo llamáis Buey Mudo, pero yo os digo que este buey mugirá tan fuerte que sus mugidos llenarán el mundo”. Sonó más profético de lo que quería haber sonado. La expresión de Tomás era indescriptible, se parecía un poco a la de un niño pillado por sorpresa, que no sabe muy bien cómo reaccionar para dejar de ser el centro de atención.
Desde entonces, Alberto lo tuvo claro. Era a él a quién estaba buscando. Fue el amigo y compañero que estaba esperando. Es verdad que Tomás nunca se interesó en disquisiciones de filosofía natural, pero con su inmensa capacidad era capaz de hacer fácil lo difícil, sin desanimarse en la descomunal tarea de cristianizar las teorías aristotélicas para el bien de la Iglesia.
Y su intuición resultó acertada como cuando debieron acudir a Roma a defender a las órdenes mendicantes. Tomás brilló en su exposición y refutación de las acusaciones que había presentado Guillermo de Saint-Amour. Non est discipulus super magistrumSufficit discipulo, ut sit sicut magister eius, pero en este caso y gracias al Dios Altísimo, vaya si Tomás había superado a su maestro humano, no dejaba de pensar Alberto. Aquel día Tomás salvó la existencia de los dominicos.
Por eso, le afectó mucho enterarse de su muerte. “Tantum elevatur viae meae a viis vestris”, es muy difícil entender qué se propone Dios Nuestro Señor cuando se lleva a semejante hombre tan pronto a su divino Reino.
Apenas tres años después de la muerte de Tomás, su querido Buey Mudo, ya estaban destrozando la obra que había llevado a cabo. Entonces fue Alberto el que se dirigió de Colonia a París para defender al discípulo amado, aquel que había crecido más que su maestro. Fue una manera de devolverle tantos favores y de darle las gracias por tanto como hizo en vida.
Fuentes
La luz apacible, Louis de Wohl
Santo Tomás de Aquino, Chesterton
Imagen vía

22 febrero 2019

Un homenaje a un lector muy especial

Esta entrada lleva muchos años en el tintero de los borradores sin empezar. Y no sé por qué me cuesta arrancar a escribirle unas líneas a... un lector muy especial. Me lleva acompañando desde que tenía un año. Me cuentan que fue mi primer relaciones públicas en el parque: él establecía el primer contacto con los otros niños, y yo después me unía al juego. Hemos compartido horas incontables construyendo casas para los Kinder o inventando historias de bolas locas y de dinosaurios que conseguían a veces darme miedo. Hemos creado concursos y canciones de viaje aburridas (como la de los los mantecados y pastelillos Viuda de Astorga, ejem, ejem). Le copié su idea de pintar un hórreo, y no sé cuántos llegamos a dibujar. San Marcelo, el abuelito Gumer, las Nochebuenas encantadas... Siempre ha sido una persona muy especial. Jugando a palabras encadenadas jamás usaría en su turno "rata" o "ratón" ¡pudiendo decir "ratificar"!, ¡a dónde vamos a llegar! Hemos leído Harry Potter a la vez, y me refiero a los dos compartiendo el mismo libro, hombro a hombro, esperándonos a que el otro hubiera acabado de leer para pasar de página. Eso sí, yo no le acompañé en su periplo por Amadís de Gaula, o El conde de Montecristo en francés..., mucho menos por el Quijote de Avellaneda. Recuerdo cuando me adelantó en los estudios de física, y cuando leía Historia del Arte para formarse el gusto como arquitecto. Pero cambió de parecer y se fue a estudiar Ingeniería a Donostia. Desde allí seguía cuidándome, a su manera única e irrepetible. Hemos hecho juntos el Camino de Santiago. Hemos compartido música.

Y como siempre aparece poco y de refilón en este blog, camuflado en poemas como Estrella fugaz o Echando cuentas..., hoy que cumple años he decidido dedicarle esta entrada. Porque sí. Porque se lo merece. Porque desde los inicios del blog ha estado ahí, apoyando, muchas veces en silencio, otras aportando su granito de arena: animándome a escribir, "quejándose" del descenso (o directamente parada) de mi ritmo de publicación. Porque probablemente es mi lector más fiel, publique la tontería que sea. Aunque también ha habido momentos épicos como cuando ganó La Ardilla de Oro. Y es que es un crack, y una gran persona leal y humilde y con un corazón que no le cabe dentro. ¡Feliz cumpleaños Jose! Per molt anys!