21 marzo 2019

Química en la literatura: Primo Levi


Que la nobleza del Hombre, adquirida tras cien siglos de tentativas y errores, consistía en hacerse dueño de la materia, y que yo me había matriculado en Química porque me quería mantener fiel a esta nobleza. Que dominar la materia es comprenderla, y comprender la materia es preciso para conocer el Universo y conocernos a nosotros mismos, y que, por lo tanto, el Sistema Periódico de Mendeleev, que precisamente por aquellas semanas estábamos aprendiendo a desentrañar, era un poema, más elevado y solemne que todos los poemas que nos hacían tragar en clase; pensándolo bien hasta rima tenía. Que si buscaba el puente, el eslabón que faltaba, entre el mundo de los papeles y el mundo de las cosas, no tenía necesidad de ir muy lejos a buscarlo: estaba allí, en el Autenrieth, en aquellos laboratorios nuestros llenos de humo, y en nuestro futuro oficio.
Así explica Primo Levi en El sistema periódico cómo se decantó por estudiar la Química. En el prólogo a la edición que leí de su Trilogía de Auschwitz por Antonio Muñoz Molina (El testigo sin descanso) habla de lo difícil que es clasificar a Primo Levi... Era judío de nacimiento pero no religioso ni particularmente sionista. Había escrito libros pero él mismo aclara que nunca se hubiera convertido en escritor de no ser por Auschwitz. Y también y ante todo, era químico. Porque para él no era solo una manera de ganarse la vida sino que formaba parte de su identidad:
La Química era para Levi una vocación que implicaba una ética y también una estética: la ética del trabajo bien hecho, en el que se ponen los cinco sentidos, al que se dedican las fuerzas mejores de la inteligencia; la estética de la claridad y la precisión, antídoto contra las retóricas embusteras y las palabrerías infecciosas del fascismo, y contra las vaguedades y las indulgencias de la literatura.
Químico de día, escritor de noche: muchas veces Primo Levi dijo de sí mismo que se veía como un centauro, una criatura que es dos cosas a la vez y no acaba de ser del todo la una ni la otra.
Precisamente la química le salvó la vida en Auschwitz, ya que fue seleccionado para trabajar en un laboratorio y eso le permitió estar a resguardo del crudo invierno. Así lo cuenta en el primer libro de la Trilogía, Si esto es un hombre:

- Me he doctorado en Turín el 1941, summa cum laude- y, mientras lo digo, tengo la exacta sensación de no ser creído, a decir verdad no, lo creo yo mismo, basta mirar mis manos sucias y llagadas, mis pantalones de forzado con costras de fango. Y sin embargo soy yo mismo, el doctor de Turín, es más, particularmente en este momento es imposible dudar de mi identidad con él, puesto que el depósito de recuerdos de química orgánica, incluso después de la larga inercia, responde a mis instancias con inesperada docilidad; y, también, esta ebriedad lúcida, esta exaltación que siento cálida por mis venas, cómo la reconozco, es la fiebre de los exámenes, mi fiebre de mis exámenes, aquella espontánea movilización de todas las facultades lógicas que tanto me envidiaban mis compañeros de facultad.
He disfrutado mucho sus libros, sobre todo Si esto es un hombre y El sistema periódico. Más que recomendados.