Últimamente vivo una nueva experiencia que es
observar el mundo desde los cascos con música. Hasta ahora nunca (y cuando digo
nunca, es literal) había llevado música por la calle y, más en general cuando
estoy en movimiento. El resultado es… curioso, distinto a lo anterior, y
presenta ventajas e inconvenientes como todo en esta vida. Lo que no ha
cambiado es que camino deprisa porque voy siempre justa de tiempo, y que ando
muy en mi mundo. Pero eso no me impide percatarme de mi alrededor: es más,
puede que sea más consciente debido a llevar los cascos puestos precisamente
por esa sensación de extrañeza.
En un momento que reunía todo lo anterior
(prisas, cascos y carrera) vi a un hombre mayor tropezar con un escalón y
prácticamente caerse al suelo. Mi reacción fue de aguantar la respiración y dirigirme
hacia él. Pero lo más gratificante fue ver que no era la única. Me parece que
todos los que fuimos testigos intentamos ayudar. Un transeúnte hizo el mismo
gesto que yo de detenerse. Un chico joven que estaba sentado en el soportal con
una chica se levantó de inmediato. Cuando vimos que no se había hecho daño, que
no caía al suelo, que estaba bien, volvimos a la posición de salida: el chico
volvió a sentarse al lado de su chica, la gente siguió su camino… sin decir
nada, yo creo que este hombre no fue consciente de toda la atención a la que
estaba siendo sometido. Yo me desvié un poquitín más, me quité un casco, y le
pregunté: - ¿Está bien?
Y aquella persona que seguía contemplando
donde se había tropezado como si no se lo creyera, me dedicó una gigantesca
sonrisa para decirme que estaba bien. En realidad, podía haberme olvidado de la
conferencia a la que iba…, en vez de irme tan rápido. Así que ya sé que debemos
exigir una educación de calidad y que debemos preocuparnos del rumbo
individualista de nuestra sociedad, pero yo me guardo esa sonrisa como un
trofeo de tantos “héroes” discretos que ese día se movieron y de los que nadie
sabrá nunca.
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