18 enero 2013

Apátrida




Esta vida acelerada,
en la que siempre voy corriendo,
muy justa de tiempo,
sin escribir apenas poesía.

Mi ciudad no deja
mirar a las estrellas, y olvido
que son puntitos,
y que parpadean.

Al menos me queda la luna,
tumbada haciendo una cuna,
o bien llenita después de las fiestas.


Debería estar prohibido
que pasen los días sin mirar
hacia arriba. ¿Cuántos
atardeceres me he perdido?

Los colores del sol sobre el mar
no los capta ninguna cámara
(¡y menos la del móvil!):
el rosa es más oscuro,
el rojo no es tan brillante.

La soledad me acompaña
a dónde quiera que pasee,
ese aire de exilio que respiro
en cada esquina. Siento la pérdida
como una astilla en el pulmón
que no me deja respirar
y duele muy adentro.

El pasado ideal
es el fardo más pesado.
Y si la pobreza es libertad
por la levedad del equipaje,
soy el ser más libre que ha
pisado esta tierra...
también el más triste.

Espero no ser irreversible.
O que la eternidad sea más breve.




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