Si le parece al organizador, este capítulo 3 participará en la III Edición del Carnaval de Humanidades para demostrar que la Ciencia es Cultura, y por tanto, la historia de la ciencia y de los primeros científicos está interrelacionada con el desarrollo de la cultura occidental, San Alberto Magno patrón de los científicos fue un monje santo para la Iglesia Católica, alquimista, aristotelista cuando era una herejía para su fe, observador naturalista y mucho más.
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¡Por fin!, había encontrado lo que llevaba meses buscando, y no pararía
por poca luz que diese la vela. ¿Conseguiría terminarlo antes de la medianoche?
No debía llegar tarde a los maitines…, y después apenas habría tiempo hasta los
laudes. ¿Por qué tenía que oscurecer tan rápido? Su ritmo de lectura bajaba
considerablemente sin que tuviera que ver con el cansancio acumulado. Y es que
cuando estaba estudiando el tiempo dejaba
de existir y solo importaba aclarar el asunto que le quitara el sueño en ese
momento. Claro que para vivir en el convento tuvo que aprender a calcular el
tiempo, normalmente gracias a la incidencia de la luz solar, y varios otros
trucos desarrollados de manera inconsciente. Al principio se había ganado severos
sermones por impuntualidad en la vida monacal. Tenía mucho que agradecer a la
aptitud para el estudio, el superior le había exonerado de las tareas pesadas
para que dedicara su tiempo a la preparación para obtener su magister
theologiae en París.
El primer año como novicio fue la prueba de fuego. El resto ya salía
solo, incluidos los ayunos y demás mortificaciones corporales estipuladas por
Santo Domingo. Se había acostumbrado a las largas caminatas para recorrer la
ciudad y acudir a dónde les llamaban o dónde les enviaba el superior. También a
la estructura del estudio en lectio y disputatio, más las llamadas artes
liberales.
Se transmitía de año en año la leyenda de la primera intervención
pública de Alberto. La exposición brillante y clara de la doctrina agustiniana,
y el acierto en contestar las quastiones planteadas por los maestros. La
alocución final en la que recogía la tesis defendida y el silencio que se podía
cortar al finalizar. Cuando sonó el atruendo de los aplausos, el ponente se
sobresaltó visiblemente, Alberto había levantado la vista hacia el tribunal que
también se habían unido al público, Alberto notó cómo las orejas le ardían. Con
el tiempo había conseguido no enrojecer demasiado cuando había de hablar ante
muchas personas.
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Desde entonces, leía sin descanso los manuscritos que se guardaban en
el naciente Studium Generale de la Orden dominicana en Colonia. Aprendió nuevas
lenguas como el hebraico y alguna noción de griego, además de perfeccionar su
latín, por el afán de leer los escritos originales. Era una manía estrambótica
y a veces peligrosa, ¿acaso no le bastaba con la lengua hablada por Jesús de Nazareth
y los Apóstoles? No, no bastaba. Había un mundo entero por descubrir acerca de
otras tierras que habían establecido un modo vde vida distinto…, y no por ser
paganos habían de estar equivocados en todo… ¿Acaso la Iglesia no había
aceptado las tesis agustinianas que provenían del pagano Platón? Estaba claro
que la observación de la naturaleza mostraba las maravillas de su Creador, si
solo existía una verdad, ¿los paganos no la habrían encontrado aunque con
cierto error? Si uno estaba firme en sus creencias, ¿por qué había de ignorar
todos aquellos pozos de sabiduría que no podían hacer ningún mal a nadie? Pues
si era verdad, ¿cómo no iba a ser parte de la Verdad, y por lo tanto del Bien?
Y el bien no podía ser mal por definición…
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No le preocupaba demasiado que los demás le consideraran excesivamente
original por esa ansia de conocer las últimas causas y primeros principios. Apenas
quedaba ya nadie en el convento capaz de recordar su noviciado y a fray
Ilustrísimo, ni la noche que cambió su vida para siempre. Era obvio que todos
en su momento habían apreciado el cambio de carácter, su aplicación al estudio,
y su reciedumbre para trabajar en lo que le pidieran. Nadie se explicaba qué
había ocurrido ni por qué Alberto acudía cada día con flores para la Virgen de
la catedral en construcción, y pasaba las noches estudiando viejos manuscritos
o de rodillas en la capilla.
Los siguientes capítulos de esta serie los puedes leer en los siguientes enlaces:
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