¡Menuda racha! Ayer celebramos #WomeninSTEM y recibimos la noticia de la detección de ondas gravitacionales, pero ¡atención!, que no hemos acabado: hoy, 12 de febrero es el #DarwinDay, en conmemoración de su nacimiento en 1809.
Y resulta que 2015 fue todo un #DarwinYear para mí. Tenía pendiente leer algo de Charles Darwin desde hace mucho tiempo. Alentada, por ejemplo, por José Luis Moreno que recomienda siempre que puede sus libros y también por el cómic de Jordi Bayarri. Pero, es que, además, durante febrero de 2015, La Buhardilla dedicó un especial a este científico, tremendamente interesante: hablando de su viaje, de su Teoría de la Evolución de las Especies, de la ciencia de su época (el siglo XIX) y de la evolución (valga la redundancia) de su famosa teoría.
Así que cuando entré en una librería en Pamplona a conseguirme los últimos libros de JR Alonso (El hombre que hablaba a los delfines) y JM Mulet (Medicina sin engaños) y me tropecé con la Autobiografía de Darwin, no lo dudé demasiado.
Su Autobiografía es un libro muy breve (me dice Goodreads que el más breve de los que leí en 2015), y porque me salté el prólogo para evitar spoiler no entendía porque había párrafos escritos en negrita. Tal y como leí después, se correspondían a los que su familia había censurado por sus críticas a la religión y a ciertos personajes de su época. En realidad, una reseña mucha más buena de este libro la podéis encontrar en Afán por saber. A mí me dejó con las ganas de saber más acerca de su viaje en el Beagle, así que lo siguiente que hice fue encargar por Internet su Diario del viaje de un naturalista alrededor del mundo. Este sí que es un libro gordo con ganas, y en ciertos pasajes, un poco cuesta arriba de leer, pero he de decir que me gustó mucho. Me gustó la actitud de Darwin que se fija en un montón de pequeñas cosas y que trata de darles explicación a través de sus conocimientos, sus estudios, y la observación del mundo que le rodea.
Los colibríes parecen gustar especialmente de estos sombríos y retirados lugares. Siempre que veía a estas diminutas criaturas zumbar en torno de las flores, haciendo vibrar sus alas con tal rapidez que difícilmente son visibles, me acordaba de las mariposas esfinges: sus movimientos y costumbres son en realidad muy semejantes en varios respectos. (Lo que me recordó a esta reveladora entrada en Hablando de Ciencia).Pero también sus reflexiones morales y filosóficas, a raíz de las personas de distintos países que conoció en sus viajes.
Cabe, pues, afirmar que la codicia y el egoísmo producen en la inteligencia la ceguera más absoluta. He de mencionar aquí una anécdota de escasa importancia, por haberme impresionado en aquella ocasión más hondamente que cualquier relato de crueldad. Cruzaba una corriente en una barca de pasaje con un negro extraordinariamente estúpido. Al intentar hacerme comprender alcé la voz e hice varios gestos, entre ellos el pasarle la mano por la cara. El hombre debió de creer, a lo que supongo, que yo estaba furioso e iba a pegarle, porque al momento, con aire asustado y medio cerrados los ojos, dejó caer las manos. Jamás olvidaré la sorpresa, disgusto y vergüenza que me causó ver a un hombrachón fornido aguardar en aquella posición humillante un bofetón que, según se figuró, pensaba yo descargarle. Este hombre había sido por la esclavitud arrastrado a un nivel de degradación inferior a la del más indefenso animal. (Las negritas son mías)
(Y no es sólo el blanco el que actúa como agente destructor: los polinesios de origen malayo, establecidos en algunas partes del archipiélago de las Indias Orientales, han hecho retroceder a las razas indígenas de oscuro color.) Al parecer, las variedades de la especie humana se comportan entre sí como las diferentes especies de animales: el más fuerte extirpa siempre al más débil.¡Feliz Día de Darwin!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Cómo termina esta historia?