Quiero forzarme a no olvidar. Hace hoy veintiséis semanas que la DANA se llevó por delante tantas, demasiadas vidas. Quiero no olvidar que las supervivientes siguen bregando por volver a una nueva "normalidad". Y me lo voy a recordar cada semana los martes de la mejor forma que se me ocurra.
El próximo 4 de mayo mi abu cumple 85 años. Justo a raíz del fallecimiento del papa Francisco el pasado lunes de Pascua, recordaba una anécdota que los "involucra" a ambos. Todavía vivía ella en Pamplona y la acercamos a su casa después de la misa del gallo. Íbamos cantando villancicos y felicitando la Navidad a los escasos transeuntes a través de las ventanillas abiertas del coche. Mi abu estaba avergonzada y nos decía que paráramos. Yo le respondí que Francisco había pedido a los jóvenes que "armáramos lío". Debió contestarme algo parecido a que no de esa forma.
Pero la historia protagonista de esta semana es más reciente: hace algo más de cuatro ella me tejió la bufanda de la imagen (con ayuda de María S. ¡¡mucha ayuda!!). La busqué después de su última caída que derivó en su ingreso en una residencia.
Me gusta mucho porque es un color que a ella también le gusta, porque me la hizo mi abu y por la cantidad de anécdotas a las que dio pie y que son las que he intentado cantar con palabras en el (a)poema de hoy.
Además, quiero dedicárselo a las pérdidas materiales que ocasionó la dana, ya no necesariamente de cosas de valor (casas, coches,...) sino de pequeñas prendas con tantas historias enhebradas como mi bufanda. Recuerdo cómo unas pocas personas malintencionadas, y otras muchas desinformadas, corrieron el bulo de que se estaba lanzando al vertedero la ropa que se donaba a los afectados (¡cuánto mal se puede hacer!) y no, solo se trataba de los despojos que quedaron detrás del agua y el barro. Pues a esos trapos arrasados, que quizá tenían tanto o más valor sentimental que mi bufanda, y a sus propietarios van este martes mis versos.
RETRATO DE UNA BUFANDA
Ves esta bufanda
y te parece un trapo
más bien incómodo
(¿demasiado larga?,
¿demasiado corta?)
y además con algún
punto perdido. Te
digo que no sabes mirar...
No ves la tarde ni
las manos artríticas
que empuñaron las agujas.
No ves la llegada
del bisnieto berreando,
ni la perra que no
había forma humana de callar.
No ves la inseguridad
de esas manos reclamando
ayuda: ¿Remato
o sigo? -Sigue. -No,
que no quedará lana
suficiente para
rematar. - Pues remata.
-¿Pero no ves que
sobrará demasiada?
Solo el bisnieto en brazos
del nieto rompió el bucle,
mientras otras manos
acabaran porque
las primeras perdieron,
hace tiempo,
el hilo del saber.
¡Oh!, ¿cómo puedes ser
tan ciego y no ver esa
mirada de cariño,
ternura, orgullo,
un-no-sé-cómo-definir
que se había quedado
entretejido cuando
me tendieron esta
bufanda, la misma en
la que tú ahora solo
ves un trapo imperfecto?
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