26 octubre 2011

UNA TARDE CON EL ABUELO


Sole se despertó de la siesta. Miraba las paredes del cuarto sorprendida, ¡si ella había dicho que no iba a dormir nada! Como mamá no hacía caso de sus pataleos y de sus quejas, le prometió que no cerraría los ojos en ningún momento. ¿Cómo se había dormido? Quizá fue un hada bromista que le echó polvos del sueño cuando estaba distraída. Sí, tenía que ser eso, porque ella siempre cumplía sus promesas.
            Se incorporó en la cama, y tomó carrerilla para lanzarse al pasillo y aterrizó en la cocina.
            -¡Vaya!, ya te has despertado. Pensaba que ibas a dormir durante toda la tarde.
            Sole sonrió. No podía enfadarse con su abuelo, porque era el mejor abuelo del mundo. Ella sabía que sus amigas le tenían envidia por su abuelo. Y es que ninguna tenía un abuelo tan joven con todo el pelo blanco como la nieve, ¡si casi parecía Papá Noel!
            -¿No hay nadie más en casa, abuelito?
            -Estamos tú y yo.
            -¡Qué divertido!
            El abuelo sonreía mientras volvía a coger el destornillador. Estaba arreglando la puerta de un armario que se había desencajado. Sole se acercó dando saltitos y se quedó mirando su pelo blanco. Le daban muchas ganas de acariciarlo pero tenía miedo de que al hacerlo se rompiera algún hechizo mágico... Se quedó quieta un par de minutos calibrando las horribles consecuencias de tocar el pelo de su abuelo. Suspiró.
            -Abuelito, quiero tener el pelo como tú.
            -¿Sí?- contestó distraído.
            -¡Sí! ¡Y lo quiero ahora!
            Sole se puso a pensar. Se sentó en el suelo entre los tornillos, agarrándose las rodillas para que no se le subiese el vestido. El abuelo la miraba de reojo, observando las arrugas del entrecejo de Sole, que se esforzaba por hallar respuesta a su dilema.
            -¡Ya lo tengo!
            Sole se levantó de un brinco y salió como un rayo de la cocina. Volvió con un lápiz blanco de sus pinturas nuevas.
            -¡Mira, abuelito!- daba grititos al pasarse el lápiz una y otra vez por sus cabellos castaños.
            El abuelo paró de trabajar para contemplar a su nieta cariñosamente.
            -¡Ya está! ¿Cómo ha quedado?
            -Hum...
            -¡Voy a mirarme al espejo del baño!- Sole volvió a salir corriendo. El abuelo iba a seguirla pero sonó el timbre y tuvo que ir a abrir.
            -Hola, papá. Gracias por quedarte con Sole este rato, me la llevo al parque para que corra y juegue...
            Mientras, en el baño Sole se miraba decepcionada porque su pelo seguía igual que siempre. En un gesto de ira tiró el lápiz contra el suelo, ¡ya no le gustaban sus pinturas!
            -¡Sole, vamos al parque!
            -Voy, mamá- dijo con el ceño todavía fruncido. Se acercó a la entrada y su madre le dio el abrigo. Sole le susurró al abuelo: -Esta vez no lo he conseguido, pero lo volveré a intentar.
            El abuelo le guiñó un ojo y le acarició el pelo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Cómo termina esta historia?