26 octubre 2013

Obviedades lectoras

Me crispa dejar un libro sin terminar, especialmente si estoy enganchada, pero hay ocasiones en que tengo que desprenderme de los ejemplares: calculé mal el tiempo de lectura (en realidad, pequé de avariciosa). 

Odio que al retomar ese libro, busque el sitio en el que me quedé, y cuando pienso que lo he encontrado, resulta que me ha despistado un párrafo y que ya lo había leído. Y me digo: no, era aquí. Pero tampoco es aquí. Y leo por encima, recordando los detalles, empapándome, pero siempre alerta para localizar por dónde iba. Parece que nunca es aquí.

Cada libro tiene su propio ritmo de lectura marcado por las palabras y los signos de puntuación. Cuesta cogerle el ritmo, normalmente llego trepidando de mis lecturas internáuticas, de los artículos y abstracts leídos por encima en busca de las 'palabras mágicas' o de la ciencia-ficción (esta es la principal razón por la que me planteo dejar, o al menos reducir, o al menos espaciar la ciencia-ficción) pero los clásicos o ciertos Premios Nobel de Literatura tienen un ritmo más lento. No me gusta esa sensación de estar pasando por alto tantas cosas a alta velocidad, pero reducir la marcha del motor puede requerir varias jornadas: depende de los minutos que rescate de mi día, de los plazos de la biblioteca, de la sensación de Beppo al comenzar a barrer una calle. ¡Pero qué placer inmenso adaptarse finalmente al ritmo del libro! Entonces se acaba el tiempo y empieza la eternidad, deja de importar la jungla del transporte público, los zarandeos de uno a otro extremo entre las articulaciones de los congéneres... El libro y yo quedamos acoplados salvo motivos de fuerza mayor (que haberlos, haylos), y es entonces cuando existe la posibilidad de historias interminables, o héroes inmortales.

7 comentarios:

  1. Decía Napoleón «Despacio, que voy deprisa». :D

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    1. Y mi madre: "vísteme despacio, que voy con prisa".
      Pero una vida entera no da para leer todo lo que quiero leer (y merece la pena) :D
      Aunque yo me refería más bien, a que hay libros con un ritmo muy fuerte, y otros que, en comparación, son lentos: se detienen más en la belleza per se de las palabras...

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  2. Si sabes que el tiempo no alcanza para todo leer,
    entonces que sea lo que debas leer.
    No encuentro porque pueda ser preocupante
    la impaciencia por las letras faltantes.
    Si está en el destino que algo sea,
    entonces que sea porque el destino sea.

    Ritmo "fuerte", no lo comprendo
    pues cada palabra conlleva un estruendo
    que dulce al oído se entienda lo trágico
    o amargo al ser dicho conmueva feliz.

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    1. Con ritmo fuerte me refiero a que no es lo mismo leer Asimov que a Canetti. Hay libros de los que solo importa la historia que te cuentan, y otros (para mí los mejores) en los que cada palabra tiene una belleza más allá de la historia.

      Mi sino está en el afán por conocerlo TODO, aún sabiendo que es imposible. Mi día se debate encarnizadamente entre lo que creo conocer ya, y lo que todavía no sé. Es la fuerza que me empuja hacia delante, y también la que me causa sufrimiento. En cuanto a lo que quiero leer, te respondo con Canetti: "Pero en mi caso nada sucede de otro modo, y por lo tanto tendré que comprar libros hasta el último instante de mi vida, sobre todo cuando sé con seguridad que nunca los leeré.

      Creo que es también parte de la rebeldía contra la muerte. Nunca quiero saber qué libros entre esos se quedarán sin leer. Hasta el final no está determinado cuáles van a ser. Tengo libertad de elección, puedo elegir en cualquier momento entre todos los libros a mi alrededor, y por ello tengo en mi mano el curso de la vida." ¿Con los libros puedo retrasar el curso de mi vida, y la aparición de la muerte?

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    2. Espero encontrar pronto el cuento del «Francisca»...

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    3. ¿Francisca? Me he perdido :P

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    4. Es un cuento que leí en la infancia. No te has perdido: me he adelantado. :D

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