17 abril 2014

La muerte

La muerte es la ausencia, y cómo duele… Tanto que cuesta hablar de ella.

El profesor de filosofía nos hizo leer Una pena en observación de C. S. Lewis. Me costó, no creas…, es un hombre al que se le muere la mujer y sus reflexiones. Pero te paras a pensar y es un trabajazo. Flipas cómo empieza el libro hablando de que nadie le explicó nunca que la muerte de un ser querido se parece más al miedo que a la tristeza. Bueno, todo lo que vaya a decir yo, ya lo dijo Lewis y él era profesor y no sé cuantas cosas más, así que…

Rodri era uno de los enfermos de mi planta. Parecía un crío pero me he enterado de que tenía alrededor de los cuarenta años. No hablaba: hacía ruiditos con la boca, y se balanceaba de un lado a otro. También se miraba fijamente la mano y movía los deditos. Si te acercabas a él, le hablabas, te rechazaba. A veces hasta te tiraba de los pelos, o te arañaba, o te pegaba al agitar los brazos y gritar. Y aún así creo que ejercía cierta fascinación sobre mí. Si no, no me explico lo que ha pasado.

Quizá es porque al dar de comer al señor Carlos, lo tenía al lado, en la misma mesa. Y al hablar con los otros, me sentía mal si no le dirigía la palabra. Claro que nunca parecía escucharme, pero una vez pasó algo raro, de esas cosas que solo me pasan aquí. Después de saludarle, y de irle hablando, cuando acabé de ayudar al señor Carlos, y estaba recogiendo bandejas y esas cosas, le dije:

-         - ¿Vamos, Rodri?

¡Y se levantó y vino conmigo de la mano! Solo fue una vez, nunca más pasó nada. Una vez me dio con las manos. Otra me arañó para que le soltara. También vi que se tiraba al suelo para que la Hermana le dejara. Quién lo hace de vicio es Blas, que ahora también está enfermo y en cama. Le daba de comer, y Rodri ni le chistaba, y como se atreviera a chistar, le daba un grito de aviso, y Rodri se comportaba. Eran una pareja sorprendente, porque se ve que Blas tiene retraso: en la cara, en la forma de hablar, y sin embargo, ahí estaba con su manera característica de agarrar la cuchara y metérsela a Rodri. Con determinación pero con firmeza. Acababan antes que yo con el señor Carlos. No sé, nunca me cansaba de mirarlos.

Pasó el verano. Yo estuve en la playa, y hasta que no empezó el curso no volví por el Cottolengo. Entonces me enteré de que Rodri había muerto el día anterior. Qué palo más grande. Los enfermos de mi planta estaban tristones. Incluso los que peor están que parece que no se enteran de nada…, esos también tenían caras largas: ¿se daban cuenta? Ver su hueco, su silla en la mesa, es duro. Muy duro. Cuánto duele tu ausencia, Rodri. ¿Cómo podías llenar tanto siendo tan pequeñito? Te echo de menos, Rodri. Todos te echamos de menos. Aunque en tu sitio haya otra persona, aunque Blas ahora ayude a otros, aunque todos requieran toda mi atención cuando voy de voluntario, que sepas Rodri, que te echo de menos. Me da miedo decir lo que voy a decir (debo de estar zumbado del todo), pero te envidio, Rodri: cómo hiciste tanto sin siquiera saberlo, cómo se nota que no estás aún cuando no siempre estuviera hablando contigo. Ahora es Blas quién está mal. Parece mentira que en tan poco tiempo me hayáis cambiado tanto y que os necesite tanto. 
Vía


(Este relato forma parte de la serie de Cuitas de un desdichado voluntario)

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