Quiero forzarme a no olvidar. Hace hoy treinta y dos semanas que la DANA se llevó por delante tantas, demasiadas vidas. Quiero no olvidar que las supervivientes siguen bregando por volver a una nueva "normalidad". Y me lo voy a recordar cada semana los martes de la mejor forma que se me ocurra.
Al compartir la Elegía de Miguel Hernández había ya comenzado a gestarse este (a)poema dedicado a mi abuela valenciana. El título salió solo: Compañera del alma, compañera. Eso sí, me ha llevado todo este tiempo darle forma, escribiendo a trompicones, editando, borrando... De momento, así se queda. Espero que Miguel Hernández, allá donde esté, me permita la tropelía de destrozar sus preciosos versos para llorar a mi abuela y, como cada martes, las muertes evitables de la DANA.
COMPAÑERA DEL ALMA, COMPAÑERA
Temprano levantó la muerte el vuelo,
como el globo aerostático que cumplió
uno de tus sueños este verano.
Temprano madrugó la madrugada,
aunque recién cumplieras noventa y dos.
No perdono a la vida desatenta
que apenas me dejó los últimos.
Tenemos que hablar de tantas cosas…
No llegamos a darte la pequeña
virgen-fluorescente que te compramos
solo por ver qué cara ponías, cómo
nos imprecarías y si arrancarías
en carcajadas. Se ha quedado en nuestro
altarcito, recuerdo de lo que no fue.
Voy de mis asuntos al corazón,
¿sabías que antes de ponerte cara (con
y sin mascarilla) tu voz se me hizo
nido? Certeza de hogar hallado,
punto convergente de mi deseo de
comunidad, compromiso, justicia:
¡todo amor! Después serías nuestra abuela,
también nuestra compañera del alma.
La despedida entrecortó lágrimas
con la risa. Aun así, hay momentos que
me arrasa un dolor dulce y suave… ¡dolor
al fin y al cabo! que queda anclado en mi
costado. Porque te noto tan cerca,
preocupándote por mis garbanzos.
Echo de menos tu alma colmenera
pajareando en los emails con noticias
de Religión Digital y me faltó
tu reír por hacer de abuela en Pascua.
Lo que más pesa es que no recuerdo
nuestro último abrazo fuerte, tan
ligera que podría levantarte con
mis brazos, salvo el respeto a quebrarte,
tal vez, si apretaba demasiado.
Tu vida fue una gran fiesta, gracias por
invitarnos, compañera del alma,
compañera.
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