10 junio 2025

Desde el barro #30 Compañera del alma, compañera

Quiero forzarme a no olvidar. Hace hoy treinta y dos semanas que la DANA se llevó por delante tantas, demasiadas vidas. Quiero no olvidar que las supervivientes siguen bregando por volver a una nueva "normalidad". Y me lo voy a recordar cada semana los martes de la mejor forma que se me ocurra.

Al compartir la Elegía de Miguel Hernández había ya comenzado a gestarse este (a)poema dedicado a mi abuela valenciana. El título salió solo: Compañera del alma, compañera. Eso sí, me ha llevado todo este tiempo darle forma, escribiendo a trompicones, editando, borrando... De momento, así se queda. Espero que Miguel Hernández, allá donde esté, me permita la tropelía de destrozar sus preciosos versos para llorar a mi abuela y, como cada martes, las muertes evitables de la DANA.

Compañera del alma, compañera


COMPAÑERA DEL ALMA, COMPAÑERA


Temprano levantó la muerte el vuelo,

como el globo aerostático que cumplió

uno de tus sueños este verano.


Temprano madrugó la madrugada,

aunque recién cumplieras noventa y dos. 

No perdono a la vida desatenta 

que apenas me dejó los últimos.


Tenemos que hablar de tantas cosas…

No llegamos a darte la pequeña 

virgen-fluorescente que te compramos

solo por ver qué cara ponías, cómo

nos imprecarías y si arrancarías

en carcajadas. Se ha quedado en nuestro

altarcito, recuerdo de lo que no fue.


Voy de mis asuntos al corazón,

¿sabías que antes de ponerte cara (con

y sin mascarilla) tu voz se me hizo

nido? Certeza de hogar hallado,

punto convergente de mi deseo de

comunidad, compromiso, justicia:

¡todo amor! Después serías nuestra abuela,

también nuestra compañera del alma.


La despedida entrecortó lágrimas

con la risa. Aun así, hay momentos que 

me arrasa un dolor dulce y suave… ¡dolor 

al fin y al cabo! que queda anclado en mi 

costado. Porque te noto tan cerca, 

preocupándote por mis garbanzos.


Echo de menos tu alma colmenera

pajareando en los emails con noticias

de Religión Digital y me faltó

tu reír por hacer de abuela en Pascua.

Lo que más pesa es que no recuerdo 

nuestro último abrazo fuerte, tan 

ligera que podría levantarte con

mis brazos, salvo el respeto a quebrarte,

tal vez, si apretaba demasiado.


Tu vida fue una gran fiesta, gracias por

invitarnos, compañera del alma,

    compañera.


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