Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión
El proceso vital conlleva de por sí limitaciones, y aunque no podamos evitar del todo alguna que otra limitación, sí podremos atajarla y contrarrestarla ampliando al máximo nuestra esfera de intereses.
(Elias Canetti)
Quiero forzarme a no olvidar. Hace hoy tres semanas que la DANA se llevó por delante tantas, demasiadas vidas. Quiero no olvidar que las supervivientes siguen bregando por volver a una nueva "normalidad". Y me lo voy a recordar cada semana los martes de la mejor forma que se me ocurra.
La imagen del Cristo de Paiporta me impelió a volver a los versos, así que dado que es mi primer (a)poema en mucho tiempo, aquí lo dejo en esta primera entrega de Desde el barro.
EL DIOS DE BARRO
El Dios de barro no es un ídolo
de oro (con pies de barro). No, el Dios
se hizo barro porque es alfarero.
Eligió enfangarse la garganta,
descabezarse y dejarse arrastrar
por la riada que anegó su pueblo.
Eligió enterrarse en el lodo y que
lo encontraran al drenar las calles,
al achicar agua y barrer mierda.
Eligió intoxicarse de escombros
en el transcurrir de los días
sin que llegara ayuda, incomunicado.
Eligió no protegerse, no usar
mascarilla ni desinfectante
en la rebosante alcantarilla.
Eligió la mugre, el hambre, la sed,
la enfermedad y la angustia,
la soledad, pobreza: la muerte.
Pero eligió mi pala y a mi gente
quitando el lodo, solo una gota
del infinito océano de fango.
Así, el Dios de barro se nos hizo
presente en medio del cieno y trajo
esperanza en nuestra catástrofe.
Y os regalo esta otra imagen porque el poema me ha gustado más que lo que yo he escrito.
La verdad es que todos los valencianos y los que vivimos en la terreta solo tenemos una cosa en la cabeza... Sin embargo, como ya tenía esto escrito por mi cumplevida, le doy al botón de publicar.
No he resuelto mi duda lacerante. Puede que nunca lo haga… Así que para mi decimotercer cumplevida se me ha ocurrido compartir, por si sirviera a mis hermanos en la sombra, aquellas cosas que a mí me salva(ro)n la vida hace 13 años, el día que no morí.
La primera es muy obvia: la terapia farmacológica y la psicoterapia (en concreto, la reestructuración cognitiva). Aquí es un momento perfecto para dar las gracias, una vez más, a mis increíbles psiquiatra y psicóloga que, como escribí en los agradecimientos de mi tesis eterna, están siempre disponibles y no permiten que pierda el rumbo ¡incluso en un doctorado!
Bueno, la segunda también es muy obvia: las relaciones tanto familiares como de amistad. Y, sé que esto no es para todo el mundo, pero al final estoy hablando de mi propia experiencia y en mi historia también la relación con lo trascendente (o El Trascendente) ha sido cimiento ante el colapso total de mi existencia: forma parte de mi identidad y negarlo es no aceptarme ni quererme.
La tercera, el blog. ESTE blog. En el que llegaba a publicar varias entradas al día: ¡cuatro el día que acabé en Urgencias e ingresando en Psiquiatría! Pasé 26 días en planta en los que publiqué un total de ¡28 entradas!: (a)poesía, reflexiones, divulgación científica… Creo que se puede decir que me sostuvo en una de las peores épocas de mi vida.
La cuarta, la poesía. Volví a leer poesía, algo que había dejado de hacer en la adolescencia. También comencé a vomitar mis sentimientos en formato verso (mis apoesías). ¡Y, por supuesto, la literatura en general! Qué le voy a hacer, soy un ratón de biblioteca desde que aprendí a leer, y leo y leo sin parar.
La quinta, Twitter, como mi red social por excelencia. La de buenos ratos y amigos que me brindó la era pre-Musk.
La sexta, la divulgación. Por fin me lancé a contar por qué me gustaba la ciencia y qué tenía de tan apasionante y bella. Este blog, Twitter, los eventos presenciales me han regalado tanta VIDA que no sé cómo condensarla en palabras.
La séptima, dejar (un poco) de lado mis temores y atreverme con pequeños retos (grandes para mí, para que vamos a engañarnos…). Desde el carnet de conducir, a pesar de que no haya vuelto a conducir después del examen (queda aún mucho trauma). Hasta dar charlas cada vez delante de un público más numeroso. También cosas más prosaicas como hacer nuevas amistades y aprender a cambiar mi punto de vista sobre el mundo.
La octava, dedicar tiempo a averiguar qué cosas me gustaban. Por ejemplo, la música: nunca me había planteado qué música me gustaba de verdad. Y llegó el indie a mi vida: Love of Lesbian, Supersubmarina, Vetusta Morla, Manel,... con los primeros conciertos a los que asistí. Fue la temporada en la que me enganché a una serie de TV por primera vez (gracias NCIS por tanto jajaja).
La novena, empezar a quererme. Abrazar a la friki que llevo dentro y dejarle sacar todo su potencial (para, entre otras cosas, explicar los fluidos comprimidos con Superman, o Supercrítico para los amigos). ¡Oh!, y dejar sacar toda la tontería a mi niña interior (preguntadle a Carmen por mis locuras diarias). Más importante aún: experimentar la gratuidad de que me quieran por quién soy, sombras incluidas.
La décima, empoderarme de mi enfermedad o trastorno para que no me defina en negativo. Soy una superhéroe, como una de cada cuatro personas. He tocado fondo varias veces, he luchado contra toda esperanza (queriendo creer sin ser capaz de hacerlo que para mí también habría un “y vivieron felices”), me he levantado y me he vuelto a caer, he dado vueltas en la misma rueda y sigo aprendiendo todos los días a vivir conmigo de una forma más sana.
Incluyo la última cosa como bonus track porque no formó parte de la recuperación de mi primer episodio depresivo. Sin embargo, me acompañó en el descenso a las profundidades de una recaída y también en la lenta escalada a la normalidad. Postcrossing y amigos postcrossers, no sé qué habría hecho sin vosotros.
Aún no tengo claro si quiero o no publicar esto que he escrito. No he resuelto mi dilema, así que en parte lo publico para que tú, querido lector y/o lectora, me ayudes a desentrañarme.
El año pasado, apenas un mes después de mi undécimo cumplevida, me llegó la noticia de una muerte por suicidio de una persona. Había perdido el contacto hacía muchos años y nunca habíamos sido realmente cercanos. Pero sí lo suficiente como para tener su contacto y puede que esta persona también conservara el mío. Por eso, recordé todo el bombo que le había dado el 2 de noviembre anterior a celebrar mi cumplevida y me pregunté si esta persona lo vio y cómo le pudo afectar. Esa es la duda lacerante que me acompaña desde diciembre del año pasado: compartir mi alegría y mi agradecimiento, ¿ayuda o hace daño a la gente pasando por una situación complicada? Siempre pensé que salir del armario de la salud mental era positivo para las que me escucharan, al menos siempre he hablado de lo que a mí me hubiera gustado saber aquel 2 de noviembre y en otros momentos de "abismo". Ya no lo tengo tan claro...
Perdonadme, vosotros, hermanos en la sombra, a los que es posible que haya hecho daño. Y, por favor, necesito vuestra opinión.🙏
En esta fecha me gusta siempre decir que si hoy estoy aquí es porque tres de cada cuatro personas me convirtieron en superhéroe. Esa es la fuente de mi agradecimiento. Pero, a la vez, también quiero que sea fuente de reivindicación "profética". Hace poco leí Pageboy del actor Elliot Page y apunté la siguiente cita:
No debería tener que humillarme con esa gratitud. ¿Estoy agradecido? ¡Pues claro! Pero todo el mundo debería tener acceso a una atención médica vital (...)
Pues eso: atención médica vital YA para todos.
Identidad visual de SALUD MENTAL ESPAÑA para el Día Mundial de la Salud Mental 2023 (vía)
Justo después de Reyes de 2022, tropecé con este poema de Florentino Ulibarri y me pareció muy inspirador y que, además, entronca muy bien con el que compartí el año pasado de Carlos Pujol. Por aquí lo dejo como felicitación de esta fiesta de Reyes:
No localizo la fuente de la imagen :( Si alguien lo consigue, actualizo y quedaré agradecidísima
Si no me equivoco esta obra se llama The Manger, por Mike Moyers (vía)
Ya que era llegado el tiempo
en que de nacer había,
así como desposado
de su tálamo salía,
abrazado con su esposa,
que en sus brazos la traía,
al cual la graciosa Madre
en su pesebre ponía,
entre unos animales
que a la sazón allí había,
los hombres decían cantares,
los ángeles melodía,
festejando el desposorio
que entre tales dos había,
pero Dios en el pesebre
allí lloraba y gemía,
que eran joyas que la esposa
al desposorio traía,
y la Madre estaba en pasmo
de que tal trueque veía:
el llanto del hombre en Dios,
y en el hombre la alegría,
lo cual del uno y del otro
tan ajeno ser solía.
Este año Carmen y yo nos hemos puesto artistas y hemos decidido currarnos más el belén. En Twitter podéis leer el making of, aquí simplemente os dejo el resultado final:
¡Atención a nuestras ovejas! Es nuestra gamberrada particular de este año, el problema es que creo que nos hemos dejado el listón alto para el año que viene... y a ver qué idea loca se nos ocurre para entonces...
En fin... Muy feliz Navidad a todos, o feliz-lo-que-sea-con-lo-que-os-sintáis-identificados :)
Os dejo un villancico muy entrañable para mí, porque lo aprendí de mi madre, mi abu y mi tía abuela y me lleva a esas raíces familiares de Asturias:
Quizá el año pasado era mejor momento de ponerse moñas que este, que al fin y al cabo no es un número tan redondo. Pero si algo voy aprendiendo es que la vida y una misma tienen otros tiempos a los marcados por números y redondeces. Total, que me apetecía celebrar por aquí que hace 11 años que no morí.
En Twitter he convertido en una tradición celebrar la vida cada 2 de noviembre recordando el poema de John Donne. Este año lo incluyo también por aquí para explayarme mejor porque estos 11 años han sido alucinantes*.
Ese alucinantes lleva asterisco, porque sí, ha habido momentos y momentos y más momentos (y más y más y más y prometo que ya paro...). Sin embargo, en general estoy muy feliz del camino recorrido: de la curva de aprendizaje y autoconocimiento, del desarrollo de herramientas, de todas las personas que estáis en mi vida, de los logros y las limitaciones, de tanto y tanto cariño. Puedo decir que, aunque no lo sabía ni podía imaginar entonces, hace 11 años, empecé a vivir. Y estoy inmensamente agradecida.
Pero hoy, además de expresar este agradecimiento, quiero denunciar (otra vez) el estigma que rodea a las enfermedades mentales y al suicidio. Porque recientemente he tenido que aguantar escuchar que, frente al sufrimiento de la vida, el suicidio es la vía fácil. Y por ahí no paso. Ni. De. Coña.
Sé, porque recuerdo como era yo antes de decidir suicidarme, que es muy difícil comprender que lleva a una persona a tomar ese camino. Que, por regla general, nos consideramos incapaces de llevar a cabo esa acción. ¡Y es cierto! Ni siquiera sé si yo hubiera sido capaz de hacerlo aquel aciago 2 de noviembre porque antes de intentarlo ingresé en el hospital. No tiene sentido darle vueltas a si, finalmente, lo hubiera hecho o no, porque lo cierto es que no pasó. Pero, la diferencia es que yo sé que, con la presencia de ciertos ingredientes, sí podría encontrarme de nuevo en una situación en la que fuera capaz de intentarlo y conseguirlo.
En esa conversación argumenté que no era una decisión libre. Había quien no lo entendía porque al final eres tú quien realiza la acción final. Me contestaron que, precisamente, por la ausencia de libertad era la decisión fácil. Yo mantengo que no hay libertad en uno o en su opuesto: es decir, no hay libertad para decidir si sí o si no.
¿Puede un enfermo de cáncer decidir si la quimio le hace efecto o no? ¿Puede un diabético autorregular sus niveles de glucosa en sangre por pura decisión libre? ¿Puede un esquizofrénico dejar de oír las voces en su cabeza en pleno brote psicótico porque lo decida? No. Lo que sí pueden hacer es tomar la medicación. Ya si funciona o no, escapa de sus posibilidades.
Pues yo mantengo que las personas depresivas tampoco eligen oír esa voz interior que les incita a acabar con su vida. Tolstoi lo describe fenomenal:
Me venía la idea del suicidio de modo tan natural como antes los pensamientos para mejorar la vida. La idea era tan seductora que tuve que usar argucias contra mí mismo para no realizarla con demasiada precipitación.
Ojalá vosotros, queridos lectores, nunca hayáis tenido ese pánico de encontrarte un día en tu cabeza con esa idea de matarte que a duras penas puedes controlar. Porque yo recuerdo el día que quise cruzar el semáforo en rojo, una idea de la que apenas fui consciente hasta estar moviendo mis pies en dirección a la carretera (recordaré siempre el lugar en que ocurrió). Y también recuerdo cómo le di a la directora de mi Colegio Mayor las pastillas antidepresivas porque no sabía si se me iba a "ir la olla" y tomármelas porque sí. Y, por supuesto, recuerdo esa compulsión tan fuerte que casi puede conmigo de saltar por la ventana o hacer cualquier cosa que acabara con mi vida y de ese esfuerzo por distraerme leyendo de la torrefacción de la biomasa, una y otra vez las mismas líneas.
Me gustaría transmitir y remarcar que, antes de pasar mínimamente a mi consciencia, fue algo que se me ocurrió así, de golpe, sin haberlo buscado ni pensado antes (que yo recuerde), y que se me representó con tanta fuerza que me sentí llamada a hacerlo aun antes de ser consciente de que ese pensamiento estaba en mi cabeza sugiriéndome acciones "automáticas".
No. No creo que se pueda elegir apagar esa voz en tu cabeza que te dice que eres la causa no solo de tus propios sufrimientos inenarrables, sino de los que provocas en las personas que te quieren. No se puede elegir no escuchar que sobras en este mundo, que estaría mucho mejor sin ti, que sin ti se acaba el sufrimiento de tus seres queridos. No puedes elegir no estar convencida de que eres un error de Dios (si eres creyente).
Así que tengo clarísimo que a una persona en esas circunstancias no le puedes hablar de libertad y de decisiones fáciles. Es verdad que cada persona es un mundo, y mi experiencia es única e intransferible, pero ¿sabéis qué fue lo más consolador que me dijeron en los 26 días que estuve ingresada? Simplemente que las ideas de muerte y suicidio eran un síntoma grave de la enfermedad que tenía.
Yo no era un bicho raro, una chica con pocas luces, estaba totalmente tarada o era una pecadora irredimible. Yo me encontraba inmersa en una enfermedad terrible. Y punto. No sé si os podéis imaginar qué sensación de alivio me inundó. Y eso fue a lo que me agarré cuando me puse a leer sobre la torrefacción de la biomasa para no saltar por la ventana.
Yo no me “salvé” por ser fuerte, por tomar una decisión “libre” que me alejara de la vía “fácil”. No. Yo estoy hoy aquí, publicando este texto, porque tuve en 2011 (y en los años de después) una red de apoyo familiar y de amigos y porque pude tener acceso a sanidad privada. Punto. No puedo juzgar a las personas que no han tenido mi “suerte” (joder, NO es suerte, debería ser un derecho contar con atención sanitaria universal de calidad). No puedo y no lo haré.
Tampoco quiero que esto parezca como que yo era una santa, víctima de prejuicios de la sociedad o de mi propia historia. Lo cierto es que yo era insoportable en esta época. Mi hermana Carmen, que entonces tenía 13 años, me tenía miedo hasta para darme un recado como “la comida está lista”. Yo pasaba de la ira descontrolada al arrepentimiento más feroz por haber actuado de forma tan irracional causando daño en la gente. Tenía las emociones a flor de piel, de manera que podía contradecirme de minuto a minuto según me dictara la emoción predominante en mí en ese momento. Era una persona super absorbente, que exigía atención, comprensión y cariño casi continuo. También quería que me dieran la razón porque ¡yo la tenía (en mi cabeza)! Era el resto del mundo quien se equivocaba. Y, por supuesto, en mi decisión de suicidarme hubo también rabia y rencor, aunque lo que sobresale más en mi recuerdo es el hecho de no poder más, no ser capaz ya de seguir afrontando pequeñas cosas que me resultaban tareas titánicas lejos del alcance de las fuerzas que yo ya no tenía.
Por eso, vuelvo al origen de lo que pretendía ser este texto: expresar mi agradecimiento a las personas que permanecieron a mi lado. A las que siguen, a las que se tuvieron que alejar para no verse arrastradas en mi montaña rusa, a las que yo aparté por motivos totalmente ilógicos, a las que he conocido después y que me han acompañado posteriormente en otros momentos críticos (ver los enlaces de arriba, del asterisco de los alucinantes 11 años).
Así que ¡basta de hablar de mí! Este undécimo cumplevida quiero poner el acento en vosotros. En los que me acompañáis cada día en este periplo. En los que me habéis convertido en superhéroe. Porque os puedo decir con IZAL que
si me vuelvo a quedar desnuda y muerta en la calle y si me vuelve a atrapar la vida entre sus fauces, regresaré a aquel lugar, el día en que me salvasteis cuando os hicisteis hogar y estabais en todas partes.
Y es que si creo tener algo claro es saber qué personas forman parte de mi hogar y a quiénes puedo realmente acudir cuando todo se tuerce y, peor aún, cuando soy yo la que me tuerzo.
Aunque más que la canción de IZAL, hoy prefiero dedicaros esta otra canción: GRACIAS POR TANTO.
Nos seguimos viendo en la vida y espero que en muchos cumplevidas más. Un abrazo inmenso. GRACIAS POR SER PARTE DE MÍ.
El alquimista, Ryckaert, David (III) (sacado de aquí)
-¿Trabaja usted?- le preguntó el jefe de distrito.
-Sí -contestó Chojnicki-, trabajo. Trabajo, podría decirse, en broma. Me limito a continuar la tradición de mis antepasados, pero, si he de serles sincero, no lo hago con la seriedad con que lo hacía mi abuelo. Los campesinos de la comarca le tenían por un poderoso mago y, quizá, lo era. A mí también me tienen por mago, pero yo no lo soy. Hasta ahora no he podido fabricar ni un solo granito.
-¿Un granito? -preguntó el jefe de distrito-. ¿Un granito de qué?
-Pues de oro, ¡de qué iba a ser!- dijo Chojnicki como si fuera la cosa más natural del mundo-. Entiendo algo de química -siguió diciendo-, son viejos conocimientos de familia. Tengo aquí los aparatos más antiguos y modernos -dijo, señalando hacia las paredes.
El jefe de distrito vio seis hileras de anaqueles de madera. Allí había bolsas grandes y pequeñas de papel, almireces, recipientes de cristal como en las antiguas boticas, extrañas bolas de cristal llenas de líquidos de colores, lamparillas, mecheros de gas y tubos de ensayo.
-Muy raro, muy raro, muy raro -dijo el señor de Trotta.
-Y ni yo mismo sé decir -siguió explicando Chojnicki- si lo hago de broma o de veras. Sí, a veces, cuando estoy aquí por las mañanas, me domina el deseo y me leo las fórmulas de mi abuelo. Las pruebo a ver qué sale, me río de mí mismo y acabo marchándome. Pero vuelvo otra vez y pruebo de nuevo.
-Es raro, es raro -repitió el jefe de distrito.
-No es más raro -dijo el conde- que todas las otras cosas que hubiera podido hacer. ¿Quiere usted que me convierta en ministro de Educación? He tenido insinuaciones en este sentido. ¿O es mejor que me haga jefe de sección del Ministerio del Interior? También sobre esto he tenido insinuaciones. ¿O es mejor que me vaya a la corte, a la mayordomía? Porque también podría hacer esto, Francisco José me conoce…
El jefe de distrito hizo retroceder dos pulgadas la silla. Sentía una punzada en el corazón cuando Chojnicki llamaba al emperador por su nombre como si fuera uno de aquellos diputados que desde la introducción del voto universal había entrado en las Cortes o, en el mejor de los casos, como si hubiera muerto ya el emperador y fuera simplemente una figura de la historia patria.
-Su majestad me conoce -rectificó Chojnicki.
El jefe de distrito acercó la silla a la mesa y le preguntó:
-Perdone usted, pero, ¿por qué resulta tan inútil servir a la patria como fabricar oro?
-Porque la patria ya no existe.
-No le comprendo -dijo el señor de Trotta.
-Ya supuse que usted no me entendería -dijo Chojnicki-. Nosotros ya no vivimos.
-¿Estamos perdidos? -terminó Chojnicki la frase-. ¡Y tan perdidos! Usted y su hijo y yo. Nosotros somos los últimos de un mundo en el que Dios todavía concedía su gracia a las majestades y en el que los locos como yo fabricaban oro. ¡Oiga usted! ¡Vea usted! -Chojnicki se levantó y se fue a la puerta, dio vuelta al interruptor y en la gran araña del techo se encendieron las bombillas-. ¡Vea usted! Estamos en la época de la electricidad y no de la alquimia. Pero sí de la química, ¿entiende? ¿Sabe usted cómo se llama esto? Nitroglicerina -y repitió-, ya no es oro. En el palacio de Francisco José suelen arder todavía las velas. ¿Se da usted cuenta? ¡La nitroglicerina y la electricidad nos destruirán! Y ya no falta mucho, no falta mucho.
El resplandor de las luces eléctricas despertaba, por las paredes y los anaqueles, brillos y fulgores verdes, rojos, azules, temblorosos reflejos en los tubos y matraces. Carl Joseph seguía sentado, pálido y silencioso. El jefe de distrito miró en dirección a su hijo. Pensaba en su amigo, el pintor Moser. Y como el señor de Trotta había bebido ya bastante, veía, como en un lejano espejo, el pálido rostro del hijo borracho bajo los árboles verdes de Volksgarten, con un chambergo puesto y una gran carpeta debajo del brazo. Era como si el jefe de distrito poseyera los dones proféticos del conde para descubrir el futuro histórico y así podía ver lo que le esperaba a su hijo. Platos, fuentes, botellas y vasos se hallaban ahora medio vacíos y tristes. Brillaban maravillosas las luces en los tubos dispuestos por las paredes.