Alberto de
Suabia, con razón llamado Magno, fue el fundador de la ciencia
moderna. Hizo más que ningún otro hombre por preparar ese proceso
que convirtió al alquimista en químico y al astrólogo en
astrónomo. Es curioso que, habiendo sido en su tiempo casi el primer
astrónomo en este sentido, ahora perdure en la leyenda casi como el
último astrólogo. Los historiadores serios están abandonando la
idea absurda de que la Iglesia medieval persiguiera a todos los
científicos como hechiceros. Es casi todo lo contrario de la verdad.
El mundo los perseguía a veces como hechiceros, y a veces corría
detrás de ellos como hechiceros, con la manera de seguir que es lo
opuesto a perseguir. Solo la Iglesia los consideraba real y
únicamente científicos. Más de un clérigo investigador se vio
acusado de nigromancia por hacer lentes y espejos; acusado por sus
rudos y rústicos vecinos; y probablemente se habría visto acusado
exactamente igual de haber sido vecinos paganos o vecinos puritanos o
vecinos adventistas del séptimo día. Pero aún entonces tenía más
posibilidades de salvarse si era juzgado por el papado que
simplemente linchado por el laicado. El pontífice católico no
denunció a Alberto Magno como mago. Fueron las tribus semipaganas
del norte las que le admiraron como mago. Son las tribus semipaganas
de las ciudades industriales de hoy, los lectores de libros baratos
de sueños y folletos de charlatanes, y los profetas del periódico,
quienes le siguen admirando como astrólogo. Se reconoce que la
amplitud de sus conocimientos acreditados de datos estrictamente
materiales y mecánicos era asombrosa para un hombre de su tiempo. Es
verdad que, en la mayoría de los casos, había cierta limitación en
los datos de la ciencia medieval pero eso no tenía nada que ver con
la religión medieval. Porque los datos de Aristóteles y de la gran
civilización griega, eran en muchos aspectos más limitados aún.
Pero realmente de lo que se trata no es tanto de acceso a datos como
de actitud ante ellos.
Este
gran alemán, conocido en su período de mayor fama como profesor de
París, antes lo había sido en Colonia por algún tiempo. En esa
hermosa ciudad romana se congregaron en torno a él por millares los
aficionados a aquella extraordinaria vida que fue la vida de
estudiante en la Edad Media. (…) Se le llamó el Doctor Universal
por la amplitud de sus estudios científicos, pero la verdad es que
él fue un especialista. La leyenda popular nunca yerra del todo; si
un hombre de ciencia es un mago, mago fue él. Y el hombre de ciencia
siempre ha sido mucho más mago
que el sacerdote, ya que querría “controlar los elementos” antes
que someterse al Espíritu que es más elemental que los elementos.
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