Me equivoqué al odiarte:
no era a ti, mi gorda
adicta al chocolate
que me mira en el espejo,
contra quien tenía cargos.
Pensándolo despacio,
no me hubiera dolido
que falles otra vez
en aquello y lo de más lejos.
No necesito perdonarte
la timidez y el miedo,
y no me pareces fea
cuando te salen granos.
Ahora sé que odio
a una persona diferente:
alguien que no existe
pero que actúa como si
viviera.
Me refiero a la perfecta-
mente imagen que
me he forjado de mí misma.
Sí: la sonriente, sobria,
templada y divertida.
La que controla todo
tipo de situaciones límite.
En una palabra: la que no soy,
y- Dios mediante-
espero no ser nunca.
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