-El abuelito
se ha ido al Cielo.
-¿Por qué
mamá?
Elena
suspiró, se sentía incapaz de responder a sus hijos. Habían sido
unos días muy intensos, con tantas idas y venidas al hospital,
decisiones muy duras sobre si proseguir con el tratamiento o
autorizar el uso de la morfina. Estaba cansada, y apenas le quedaban
dos semanas para salir de cuentas de su embarazo. Su cuerpo se
resentía del agotamiento acumulado, de cuidar de su madre, del dolor
de la pérdida.
Y llegaba a
casa y se encontraba con Lola y Pepe. A pesar de que no podía más,
los miraba con ternura. Los veía tan pequeños y tan ajenos a su
sufrimiento con esos ojos de niños muy abiertos, sorprendidos.
-Entonces,
cuando se hace de noche y salen las estrellas, ¿ahí está el
abuelito?- preguntó Pepe.
-Tú calla,
que eres un pequeñajo- le cortó Lola, que por algo era un año
mayor-Mamá, el abuelito, ¿está en las estrellas?
Elena sólo
pudo asentir con la cabeza, procurando contener las lágrimas.
-¡Ah!
Entonces volverá. Un día de estos pondremos una escalera en su
huerta de tomates, y él bajará otra vez a vivir con nosotros como
antes- replicó muy segura Lola guiñándole el ojo a Pepe.
Elena no
contestó. No sabía si reír ante la ocurrencia o llorar por todo lo
que llevaba encima. Además, su bebé pronto nacería.
La vida
seguía el curso normal y corriente. Los mismos paseos al parque,
cuidar de que la abuela no le diera muchas vueltas a las cosas
ocurridas, vigilar las travesuras de Lola y Pepe, y esperar a la
pequeña Marta. Una tarde volviendo de un paseo especialmente largo,
al llegar a casa, Lola y Pepe se pusieron a correr frenéticamente
dando gritos como locos.
-¡El
abuelito! ¡El abuelito!
Elena y la
abuela dieron un respingo sobresaltadas hasta comprobar que Pepe
señalaba inocentemente una estrella brillante en el firmamento.
-Sí,
hijos, el abuelito- pudo decir Elena tras tomar aliento.
Me acuerdo de esto...
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