¡Cuanto contenido
en tres palabras que
suman apenas cuatro sílabas!
Amargura de ser siempre
un número concreto (menor
que los dedos de las manos
tal vez). Aburrimiento de
estar los de siempre con
las historias que ya sabemos
de más de mil veces.
Memoria de que mal lo pasamos
escuchando a ya sabemos quién
cuando volvió a contar
esa historieta que cuenta cada vez...
Alegría de encuentro familiar
o de amigos, de ser pocos alrededor
de un mismo fuego, de re-encontrarse
con el viejo Pepe y tomar unas birras
hablando de nuestra vida y de política.
Compromiso de ir (con-sin alegría)
y fingir lo contrario de lo que
realmente sentimos.
¿Por qué seguimos siendo
los de siempre? Preguntan
los jóvenes, y los mayores
responden con su silencio.
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