Llegó la hora de la despedida.
No es un hasta nunca,
es un hasta siempre
que empezará en
cualquier rato que tenga libre,
cuando menos lo piense,
vendrá un verso taladrante
o una canción parlanchina
que no dejará de revolotear
en torno a mi cabeza
en un par de días...
Por supuesto, visitaré
la biblioteca, tu sección
favorita me mandará recuerdos
y tendré que pasear despacio
admirando tomo y tomo
en los estantes.
Tampoco dejaré Internet.
Y seguro que saltas
de blog a blog
hasta dar conmigo
sin piedad y sin timidez.
Ahora ya que me has picado
soy tu esclavo irrecuperable,
me tendrás esperando
ante mi portátil,
leyendo en la cama
hasta muy tarde (cuando
se juntan dos días),
mirando al infinito
en la cafetería.
En fin, sabrás cómo
localizarme aunque lleve
el móvil apagado.
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