14 agosto 2012

Oración del enfadado

Adiós le dije a Dios con
enfado, y no me di
cuenta de que estaba
diciendo ADios
(y Dios reía).

Así que volví,
aunque como juré
que no lo haría,
volví por otro camino
para encontrarme mi
adiós.

No se me echó en cara
mi cabezonería,
fue como si siempre
se hubiera sabido
que, a pesar de mis
palabras, ni a mí
conseguí engañarme.

Por atar que no hubiera
vuelta, me vi dando
media vuelta para volver
a empezar. Y descubrí
que las palabras son
traicioneras hasta
para decir lo que no
se quiere.

Y descubrí que
aunque con Dios
no quieras dejar cabos
sueltos, no es su manera
de funcionar, y lleva las
de ganar, porque son
su reglas al fin y al cabo.

Por eso, cuando decidimos
no volver, deja la puerta abierta,
nuestra libertad suelta,
y señales en la nieve o en la arena
para que sepamos volver
(si queremos).

No nos espera con un reproche
en los labios, o una sonrisa
irónica, ni siquiera un “te lo dije”
se ve en su mirada. Nos recibe
como si nada hubiera pasado,
y al adentrarte en su mirada
te das cuenta de que nunca pasó
nada.

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