Era un viernes como otro cualquiera. Pasé por mi casa para recoger algo que necesitaba, y decidí aprovechar que la lavadora había terminado para colgar la ropa. Al encender la luz de la cocina, me llamó la vista un objeto extraño en la ventana, caí que era un ser vivo de considerable tamaño (más grande que mi mano, más las alas), y sentí como el miedo se extendía por cada terminación nerviosa de mi cuerpo, y lo siguiente que recuerdo es estar en mi cuarto con la puerta cerrada. A pesar de mi estado convulso no podía dejar de encontrar cómica la situación de tener un murciélago dentro de mi casa, y cuando me dirigí al trastero para armarme como don Quijote e incluso llamé a una persona para compartir esos momentos tragicómicos. Un jersey como yelmo y no encontré escudo. Lo peor estaba por llegar, porque solo apreciar el tamaño, y que un murciélago no es más que una rata con alas, y el recorrido que tenía que hacer para sacarlo de mi territorio, y todos los virtuales vuelos que ideó mi imaginación calenturienta como alternativas indeseables... ¡Pánico elevado a un número enorme!
Como estamos en "familia" os cuento que lloraba de desesperación aún riéndome por teléfono... No podía manejar esa fuerza invisible que me impedía cumplir mi objetivo. Curiosamente me vino a la cabeza la ideología de género y la igualdad de hombre-mujer, porque yo siempre me he sentido partidaria de las feministas (salvando alguna distancia) pero descubrí que más que Quijote era la princesa del guisante (y juro por lo más sagrado que debe ser la primera vez en mi vida que me identifico con una princesa rosa): ¿por qué, por qué no hay príncipes azules que rescaten a las princesas en apuros en la vida real?
Como estamos en "familia" os cuento que lloraba de desesperación aún riéndome por teléfono... No podía manejar esa fuerza invisible que me impedía cumplir mi objetivo. Curiosamente me vino a la cabeza la ideología de género y la igualdad de hombre-mujer, porque yo siempre me he sentido partidaria de las feministas (salvando alguna distancia) pero descubrí que más que Quijote era la princesa del guisante (y juro por lo más sagrado que debe ser la primera vez en mi vida que me identifico con una princesa rosa): ¿por qué, por qué no hay príncipes azules que rescaten a las princesas en apuros en la vida real?
Me pareció una gran idea, y desde la entrada de la cocina empecé a lanzar mis zapatos disponibles. Se me había olvidado que no tengo puntería..., pero la fui afinando y al llegar al tercer par (penúltimo zapato que me quedaba) le rocé al bicho, ¡y apenas se movió! Antes y conociendo que los murciélagos son ciegos y no le afectaba que yo encendiera o apagara las luces, ideé trampas de sonido, arrojando la escalera metálixa contra el suelo con escaso resultado. ¡Último zapato! ¡ZAS! Le acerté de lleno, y solo un ligero estremecimiento y no se movió...
Derrotada en casa. Me retiré a la batería segura de mi cuarto, con el rabo entre las piernas. Decidí no salir nunca más... hasta el día siguiente en que me iría del piso... para no volver hasta que alguna de mis amables compañeras llegara y me ayudara a superar mis traumas. Pero hay instintos que apenas se pueden controlar... como el hambre: llevaba unas 2-3 horas enzarzada en mi lucha particular y eso abre el apetito a cualquiera, además de que no había cenado.
Como bien recordarán mi enemigo estaba en la cocina... donde lógicamente estaban mis vituallas. Requería un esfuerzo de penetrar en la tierra de nadie y sustraer las viandas correspondientes. Allá fui. Abrir el armario y la nevera suponían reducir drásticamente la distancia entre el murciélago y yo por primera vez. No dejaba de ser curioso: tan inmóvil y pegado a la ventana, alrededor de la cual estaba dispuesto artísticamente mi calzado y la escalera en la entrada. El caso es que con la aproximación, la miopía dejó de ser una excusa para la ignorancia y la duda, y creí ver ¡que tenía plumas! Mirándole a un metro con atención me pareció incluso que tenía pico. No sé por qué la idea de que fuera un pájaro y no un murciélago mutante y carnívoro me animó a coger de nuevo mi lanza con la que le empujé hacia fuera y cerré la ventana. ¡Qué más da que se pierda una batalla si ganamos la guerra! ¡Las guerras las ganan los soldados cansados! Y me gané el pan de cada día.
Mi escasa cultura en biología me hace dudar de que tipo de animal entró en mi casa, así que he decidido copiar y bautizarlo como golonciélago.
[Dedicado a mis 'amigos de Internet' que me acompañaron en el 2.0]
Jajaja, buenísimo.
ResponderEliminarRecuerdo que me ocurrió algo parecido hace años, pero en esa ocasión, lo que había en la ventana de mi habitación no era un murciélago, sino un muñeco de peluche horrible que había pegado mi hermano pequeño y se confundía detrás de la cortina.
A las tantas de la noche puse en pie a toda la casa, no sólo tenía un príncipe para rescatarme, tenía un ejercito entero a mi disposición que al final no hizo otra cosa que llamarme: ¡tonta!
El miedo bloquea completamente el cerebro... Y si a eso le sumas la imaginación (que Teresa de Jesús llamaba "la loca de la casa") se pueden producir cualquier tipo de fenómenos paranormales xDDD
EliminarUn saludo
No puedo resistirme, voy a decirlo:
ResponderEliminar"¡Qué tontas son las mujeres que se asustan de un ratón (o golonciélago, en este caso)
y no se asustan del hombre, que es el animal mayor!"
He dicho.
;)
Es que me encuentro a un hombre en mi casa en esas circunstancias, ¡y sí que me da algo! :O
EliminarGracias al Jefe, solo era un golonciélago y aunque me doliera mi orgullo y me diera miedo, la historia tiene un final feliz (y muchas carcajadas)