Parece que el
tiempo no ha pasado
desde aquel
septiembre,
¿te acuerdas?
Vivimos ese verano
corriendo,
como en Fórmula
1,
(pronto y mal
dicho:
a toda leche).
Arrancábamos las
hojas del calendario
y parecía que no
avanzaban los días,
que septiembre,
cuanto más cercano,
nunca llegaría.
¿Sabes? Desde
entonces vivo,
pero es distinto.
No sé si es por
graduarme la vista
o porque me quedé
ciega.
Ahora cada día
tiene un color:
la mayoría grises
(así es Pamplona),
a veces alguno
azul
y otras verde
hierba.
Nunca rosa, ya no
más,
aunque de vez en
cuando
sí hay
atardeceres de tonos
anaranjados.
Siento en mi boca
continuamente
regustos de
amargura
porque noto que el
tiempo se escurre...,
y que yo sigo
anclada en septiembre.
Claro que hay
ilusiones infantiles
en forma de
caballo de Troya,
pero no cubren
toda su esencia...
Yo me dejo
engañar.
Sabiendo que no
son duraderas:
juegos locos de
chiquillos alocados,
cuando yo hace
tiempo que renuncié
a la eternidad...
Sí, desde aquel septiembre.
Suele ser siempre
otoño
ahora que juego a
vivir
y no vivo para
jugar a vivir.
Árboles desnudos,
hojas secas
que se pudren en
el suelo,
viento preludio de
invierno frío,
lluvia que
granizas
sobre mí solo en
aquel
día que se quedó
para siempre
ahí.
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