La tristeza llega a ser
como un pozo sin fondo,
donde al meter el cubo
lo sacas lleno de vacío
y sin rastro de la última
lluvia de gozo y placer.
Una calle sin-sentido,
una vida sin-salida,
al final son atardeceres
nublados, no se ve el sol
ni el final del túnel.
Suenan las doce en el
reloj de pared,
sintiendo que avisa tarde,
que es un recuerdo
de la pérdida del tren.
Es un decir: Lo siento,
no llegué. Es un gritar:
¡No puedo!, sabiendo
que quien te escucha
no entiende. Y no quieres
que entienda. La cuesta
ya es muy negra, como
para desearla a otros.
Es un invierno muy frío,
el olvido total de las flores
porque no existe la primavera.
Una caída mortal, un baño
en la Estigia, sentirse el
átomo menos átomo
en toda su atomicidad.
Vagar sin rumbo
ya es costumbre
del que no sabe vivir.
¡No quedan fuerzas
para ser yo mismo!,
¿y quién soy yo?
La enorme soledad
de estar solo en multitud,
de ser mudo ante
predicadores. ¡Vida
de gusano!, excavando
en la tierra húmeda
sus húmedas madrigueras.
Cuantas palabras sueltas
esconden las miradas,
jugamos a ser niños sin
serlo, ya no sirven los
juguetes: Niño, con
las cosas serias no
se juega...
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