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Novelón
de Víctor Hugo. Largo, y en algunos tramos, pesado al cambiar de
ambiente y de personajes radicalmente y de golpe volver a traer a los
de siempre. Impresionante la manera de describir los sentimientos y
retratar psicológicamente a los personajes, buenos, malos:
miserables, porque nada es blanco y negro: todos ellos están sujetos
a las presiones de la vida, tienen dudas y vacilaciones (sí, hasta
los más depravados). La naturaleza, al más puro estilo romántico,
participa en los cuadros descriptivos de las sensaciones y estados de
ánimo de los personajes, ya hable del capítulo de El mar y el
náufrago; y así sucede con todo: las calles de París, las casas,
la ropa, los jardines. Todo matizado con las reflexiones filosóficas
del autor, que hacen dudar incluso de sus verdaderas intenciones:
¿cuál tiene que ser la postura de la Iglesia frente a los pobres?
¿Cuál es el papel de las revoluciones en la historia? ¿Qué es lo
bueno y lo malo? ¿Cómo debe enfrentarse la sociedad al crimen, a la
pobreza, a los miserables? Son cuestiones que el autor plantea, a
veces a voz en grito, otras en voz baja...
Me
gusta que sea un ferviente patriota francés (lo mejor, incluida la
definición del pilluelo está en París). Y me gusta compararle con
León Tolstoi, porque ambos hablan de Napoleón, uno en Guerra
y paz
y otro en Los
Miserables,
claro que uno es ruso y otro francés. Uno odia a Napoleón y otro le
idolatra. Pero ambos concuerdan en que lo que gobierna la Historia
(sí, con mayúsculas) es una determinada Providencia. Las batallas
no se ganan por la genialidad o los errores de un determinado
general, sino porque está determinado que así sea. Para Víctor
Hugo es la sangre de los hijos derramada que lloran las madres la que
clama al Cielo, y hace que Napoleón se hunda...
Absolutamente recomendable. Para reír, para llorar, para enfadarse,
para tener miedo, y luego aunque la historia no es creíble para ser
real, acaba metiendo al lector tan dentro como para vivirla y
asombrarse de los giros peculiares que la hacen increíble pero
maravillosa. Hay que dedicarle tiempo, y aviso: engancha como una
droga.
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