Esta entrada está
dedicada a mis amigos los filósofos, aquellos que piensan que la
ciencia es control, dominio y manipulación. Me baso en el gran
filósofo Santo Tomás de Aquino para justificar que el sentido de la
investigación científica le viene dado por ser parte de la búsqueda
de verdad. La labor de Santo Tomás de Aquino, en palabras de
Chesterton: “Había ganado su batalla por un radio más amplio de
la filosofía y de la ciencia; había desbrozado el terreno para un
acuerdo general sobre la fe y la investigación; un acuerdo que en
general ha sido respetado entre los católicos, y desde luego nunca
abandonado sin desastre. Era la idea de que el científico siguiera
explorando y experimentando libremente, mientras no reclamara para sí
una infalibilidad e irrevocabilidad que habría ido en contra de sus
propios principios. Entretanto la Iglesia seguiría desarrollando y
definiendo acerca de cosas sobrenaturales, mientras no reclamara para
sí un derecho a alterar el depósito de la fe que habría ido en
contra de sus principios. (…)
Y un poco más adelante,
en la misma biografía vuelve a resaltar: “Santo Tomás estaba
dispuesto a admitir que a la única verdad se pudiera acceder por dos
caminos, precisamente porque
estaba seguro de que solo existe una verdad. Por ser la fe la única
verdad, nada podía descubrirse en la naturaleza que en última
instancia contradijese a la fe. Por ser la fe la única verdad, nada
realmente deducido de la fe podría en última instancia contradecir
los hechos. Era sin duda una confianza curiosamente osada en la
realidad de su religión; y aunquealgunos aún persistan en
disputarla, se ha justificado.”
Pero
lo que más me ha gustado es la sutil defensa de lo útil, cómo
Santo Tomás de Aquino descubre que el conocimiento comienza en los
sentidos: es un filósofo puramente realista, que valora la
materialidad de la realidad que le rodea. Chesterton acaba afirmando
que el pecado es espiritual (procede del espíritu) mientras que el
mundo al ser creado por Dios, “vio que era bueno” según relata
el Génesis. Todavía va un paso más lejos: quizá la materia no
fuera del todo pura (como sugirieron Platón y San Agustín, y detrás
todos los agustinianos), pero tras la Encarnación todos los sentidos
(a través de los cuales conocemos) han sido purificados, “hechos
de nuevo”, lo material nos puede llevar de vuelta a Dios.
Aquí
se justifica plenamente las ciencias experimentales como búsqueda de
una mayor comprensión del hombre y del mundo. Obviamente el
conocimiento científico no basta para que el hombre sea consciente
de su relación de criatura con su Creador, y aquí es dónde
Benedicto XVI propone ese diálogo interdisciplinar. También se
requiere la moralidad para un uso de la ciencia, pues la mera
utilidad de lo investigado no es razón suficiente para legitimarlo:
es necesario, como señala Benedicto XVI en el mismo discurso, que
esté al servicio del desarrollo integral del ser humano.
Bibliografía
Discurso de Benedicto XVI a la Academia Pontificia de las Ciencias, 2010
Santo Tomás de Aquino, G. K. Chesterton
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