Encuentro
la Bioética como un tema apasionante, porque supone la defensa de la
vida humana. Si tal como demuestran la ciencia experimental
(genética, bioquímica, etc.) existe vida desde la concepción, es
decir, desde que el espermatozoide del hombre se une al óvulo de la
mujer, entonces hay que defender la vida humana desde ese momento
hasta su muerte. Y el derecho debería reconocerlo como tal.
Hay
quienes defienden que la postura que yo mantengo es retrógrada,
propia de una mentalidad conservadora. En cierto sentido, tienen
razón, puesto que antes se consideraba la vida humana como algo
sagrado y, por tanto, se rodeaba de todo el respeto que merecía
según esta calificación. Sin embargo, han sido las nuevas ciencias
del siglo anterior las que nos han proporcionado las herramientas
para decir con certeza científica en qué momento empieza la vida
humana. Por lo tanto, ha sido la ciencia la que ha otorgado la razón
a la postura conservadora, así que no se me puede tachar de
retrógrada, sí de científica. En palabras de Ángel Guerra, “Y
que, fuera de toda discusión, si el mensaje es un mensaje humano, el
embrión es un ser humano cualquiera que sea la etapa de desarrollo,
y que como tal debe ser tratado.”, es decir, tras la unión del
espermatozoide con el óvulo se forma un nuevo individuo humano con
su propio y único genoma.
Es
cierto que a lo largo del embarazo pueden ocurrir muchas cosas, que
todavía no logramos comprender: a veces se producen aberraciones
cromosómicas, y el embrión no es viable por lo que acaba en aborto
natural. También puede ser que estos defectos cromosómicos sí sean
viables, y por tanto, nazca un niño con una patología genética.
Pero esto no autoriza a ningún médico ni a ninguna madre a decidir
si debe o no nacer ese niño: el mensaje es humano, por tanto, es una
persona humana.
¿De
qué nos sirve hacer una legislación que favorezca la integración
de personas minusválidas intelectual o físicamente, si de primeras,
estamos en una sociedad que no les deja nacer?
Se
pueden alegar distintas objeciones a las cuestiones planteadas. No me
propongo hacer un juicio de personas que han tenido tal o cual
situación. Me limito a decir lo que se ha demostrado
experimentalmente, y a exigir los derechos de aquellos que no tienen
voz para pedirlos.
Una
persona humana no es un objeto, sino un sujeto de derechos. Por
tanto, nadie puede decidir sobre su vida (antes de nacer o al final
de ella), nadie puede instrumentalizar su vida para investigar con
ella, aunque sea en beneficio de la humanidad. Como es una persona
humana, su bien entra dentro de los bienes de la humanidad. Nadie
debe poder decidir quedarse embarazada por fecundación in vitro si
considera que la vida humana merece todo el respeto...
Sé
que todo lo que digo puede sonar extraño, pero tiene una
fundamentación lógica que va más allá del puro sentimentalismo
que, en ocasiones, puede cegar lo que ocurre en realidad. Por eso,
más que un impedimento, considero la cultura cristiana como un valor
añadido ya que defiende la vida humana en todas sus etapas. Por eso,
me ha impresionado bastante este párrafo que uso para terminar la
entrada de Hombres de
ciencia, hombres de fe:
“Sin embargo, debido
principalmente a la descristianización de la sociedad a mi juicio se
han perdido tres cosas. En primer lugar, la dimensión de
la auténtica dignidad de la persona, sea cual sea su edad y estado
físico o mental. En segundo
término, la consideración de que los enfermos no son
pesadas cargas que hay que llevar de la mejor manera posible,
sino que representan un tesoro, pues con sus sufrimientos-asumidos
con libertad y sin amargura-mejoran a los demás y aumentan los
méritos propios para la vida eterna. Y en tercer lugar, que los
enfermos son los miembros de nuestra comunidad con quienes más hay
que extremar el trato, poniendo en su cuidado no sólo la caridad
sino también cariño. Esas
consideraciones, que con la difusión del cristianismo significaron
cambios en la sociedad pagana y fomentaron la atención a los
incurables y la asistencia médica desinteresada incluso con peligro
de la propia vida, también elevaron la calidad de la
sociedad.”
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