Este
es probablemente el primer poema que escuché. Mi madre se lo había
aprendido en el colegio y nos lo recitaba (hasta donde se sabía) en
los viajes largos. Hoy, que lo he leído entero, me parece que no
tiene desperdicio. Por eso, aunque se alargue la entrada, lo copio
entero. También nosotros como el pirata queremos la libertad: una
libertad tan grande que nos libre del miedo a la muerte, del miedo a
cualquier cosa. Una libertad que nos llene de optimismo ante las
dificultades, que no haga sacar pecho y lanzarse hacia delante. Quizá
es la libertad que le faltaba a la princesa de la boca de fresa...
(Mira que suena cursi).
Sin embargo, a la libertad que canta Espronceda todavía le falta algo. Es genial poder tener como tesoro
el barco y por patria la mar, pero cantar a la libertad por la libertad, suena un poco a engaño, ¿verdad?
Me quedo con: solo quiero/ por riqueza/ la belleza/ sin igual. Me parece que si la libertad no tiene
un objetivo claro y grande se queda coja... Buscar la belleza es un buena meta, aunque en el día a día habría
que concretarla más. Prefiero esta frase de Louis Pasteur: “Feliz el hombre que lleva dentro una divinidad, un
ideal de belleza y lo obedece; y un ideal de arte, y un ideal de Ciencia; y un ideal de país y un ideal de las
virtudes del Evangelio.
Con diez cañones por banda, viento en popa, a toda vela, no corta el mar, sino vuela un velero bergantín. Bajel pirata que llaman, 5 por su bravura, el Temido, en todo mar conocido del uno al otro confín. La luna en el mar riela, en la lona gime el viento, 10 y alza en blando movimiento olas de plata y azul; y ve el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Asia a un lado, al otro Europa, 15 y allá a su frente Estambul: «Navega, velero mío, sin temor, que ni enemigo navío ni tormenta, ni bonanza 20 tu rumbo a torcer alcanza, ni a sujetar tu valor. Veinte presas hemos hecho a despecho 25 del inglés, y han rendido sus pendones cien naciones a mis pies. 30 Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Allá muevan feroz guerra 35 ciegos reyes por un palmo más de tierra; que yo tengo aquí por mío cuanto abarca el mar bravío, a quien nadie impuso leyes. 40 Y no hay playa, sea cualquiera, ni bandera de esplendor, que no sienta 45 mi derecho y dé pecho a mi valor. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, 50 mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. A la voz de «¡barco viene!» es de ver cómo vira y se previene 55 a todo trapo a escapar; que yo soy el rey del mar, y mi furia es de temer. En las presas yo divido lo cogido 60 por igual; sólo quiero por riqueza la belleza sin rival. 65 Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. ¡Sentenciado estoy a muerte! 70 Yo me río; no me abandone la suerte, y al mismo que me condena, colgaré de alguna entena, quizá en su propio navío. 75 Y si caigo, ¿qué es la vida? Por perdida ya la di, cuando el yugo 80 del esclavo, como un bravo, sacudí. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, 85 mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar. Son mi música mejor aquilones, el estrépito y temblor 90 de los cables sacudidos, del negro mar los bramidos y el rugir de mis cañones. Y del trueno al son violento, 95 y del viento al rebramar, yo me duermo sosegado, arrullado 100 por el mar. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar.» 105
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