El
12 de febrero de hace 202 años nació Charles Darwin el famoso
naturalista que enunció la revolucionaria teoría de la evolución
en su obra El
origen de las especies.
Para los que hemos nacido en el siglo XX no nos resultan extrañas
las consecuencias de dicha teoría porque hemos crecido con ellas.
Pero, en su momento, y después, cuando se han ido encontrando
pruebas que afianzan su teoría, fue toda una revolución del
pensamiento y de la ciencia.
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La
teoría de la evolución implica que todos los seres vivos han tenido
un ancestro común, que a lo largo del tiempo ha ido evolucionando
bajo la influencia de la selección natural, y que ha llevado a la
divergencia y diversidad. Al principio, pudo ser una barrera
geográfica, la que distanció a dos poblaciones de la misma especie,
que a lo largo de los años evolucionaron de distinta manera para
adaptarse mejor al ambiente de vida. Genéticamente se traduce en que
los genes, bien por la selección natural o por simple estadística,
van cambiando de generación en generación, hasta que ambas
poblaciones no pueden entrecruzarse: ya tenemos dos especies
distintas.
Los
partidarios de la ideología darwinista defienden que los hechos
contradicen la creación del hombre por Dios. Sin embargo, hoy en día
se ha comprobado que la teoría de Darwin es correcta en esencia,
pero eso no significa que esté en contradicción con la fe. De
hecho, Dobzhansky, fundador de la Genética evolutiva
experimental, dice: “el cristianismo es una religión
ímplícitamente evolucionista, en cuanto cree que la Historia tiene
un significado: la corriente de esta fluye desde la creación, a
través de la progresiva revelación de Dios al hombre, desde el
hombre hasta Cristo y desde Cristo al reino de Dios. San Agustín
expresó esa Filosofía evolucionista del modo más claro.”
En
cambio, es más difícil de encajar la evolución para otras
religiones que creen en la reencarnación, y por tanto, tienen una
visión cíclica (y no lineal) de la historia.
En el libro de Ángel Guerra de Hombres de ciencia, hombres de fe defiende que aunque la ciencia experimental pueda explicar el origen de la vida e incluso producirla en condiciones controladas, eso no significa que no haya habido creación: “ Y ello porque aunque se desconozca cómo se ha producido un acontecimiento, no significa que éste carezca de una causa concreta. Una cosa es la imprevisibilidad y otra muy diferente la incausalidad (…).”
En
ese mismo libro argumenta: “(…) no es en absoluto
insensato pensar en la existencia de unas pautas o patrones,
intrínseca e inseparablemente unidas a la materia, que se cumplen
constante e inexorablemente en los niveles fisicoquímicos y en una
determinada dirección. Y lo que vale para el origen de la vida es
extrapolable a la aparición de modificaciones sustantivas en la
evolución de los seres vivos. Afirmar que las mutaciones carecen de
causa es traspasar la frontera que hay entre el terreno de la ciencia
experimental y de la técnica adentrándose en el campo filosófico,
donde la ideología propia del investigador puede jugarle muy malas
pasadas y conducirle a conclusiones acientíficas y, muchas veces,
erróneas.
Así,
puede afirmarse que toda la Naturaleza muestra la existencia de un
dinamismo tendencial natural cuyo despliegue produce sistemas
naturales que son totalidades reales y no una mera adición de sus
partes. (…) Entre todas las partes de un todo vivo se genera un
conjunto de interacciones reales que todavía no llegamos a entender
por completo.”
En
palabras del filósofo español y sacerdote Mariano Artigas:
“la ingente cantidad de pasos que han sido necesarios para llegar a
los niveles de organización más complejos ha sido producida porque
los pasos básicos ya contenían las potencialidades necesarias para
la formación de los pasos siguientes. Además, este proceso no puede
reducirse a una afortunada suma de sucesos históricos: ha producido
resultados muy sofisticados que existen y actúan en la actualidad.
De hecho, podemos decir que uno de los resultados más notables del
progreso científico contemporáneo ha sido que hemos comenzado a
saber cómo actúa la organización natural, y esto se puede resumir
en una palabra: información.”
Y
es aquí donde el autor de Hombres
de ciencia, hombres de fe
introduce la tesis
novedosa (o por lo menos para mí lo ha sido): no solo la evolución
no contradice la creación por Dios sino que forma parte del plan que
Dios tenía al crear el mundo. Al
crear la materia la dotó de las potencialidades para que se
desarrollara por selección natural hasta alcanzar la máxima
perfección en la conservación del material genético, a través de
numerosos procesos de prueba-error generando la biodiversidad de
nuestro planeta. Y cuando por evolución se generó una base lo
suficientemente desarrollada, Dios volvió a actuar sobre la creación
infundiendo el alma para crear al hombre. Así, dice el autor,
“Esa intencionalidad escondida será muchas veces incomprensible
para nosotros, pero más que a defectos del plan debemos atribuirla a
que somos seres racionales pero de inteligencia limitada. (…)”
Finalmente,
quiero acabar esta entrada con unas palabras del Santo Padre
Benedicto XVI: “existen
muchas pruebas científicas en favor de la evolución, que se
presenta como una realidad que debemos ver y que enriquece nuestro
conocimiento de la vida y del ser como tal. Pero la doctrina de la
evolución no responde a todos los interrogantes y sobre todo no
responde al gran interrogante filosófico: ¿de dónde viene todo
esto y cómo todo toma un camino que desemboca finalmente en el
hombre? No somos el producto casual y sin sentido de la evolución.
Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno
es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario.”
Ununcuadio, no te metas con la evolución, que es tema espinoso, y no precisamente por el asunto de Dios. En realidad, nadie sabe muy bien cómo han evolucionado las especies, y menos si nos metemos a mirar la evolución del hombre.
ResponderEliminarYa, pero he leido ssobre el tema y me parece super interesante!!! y no por el tema de Dios, sino por el hecho en sí...
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