26 marzo 2012

Conócete a ti mismo

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Mi mente está
llena de compartimentos
estancos.
Tienen un interruptor
que se conecta
cuando debo acordarme
de algo
(aún no he descubierto
cómo funciona...).
¡Ay si me fallara
un día el circuito
eléctrico!
Se enciende
para la lista de favores
que prometí
que pediría a Dios.
También para preguntar
a Fulanita por aquel
asunto que quedó
en el aire
la última vez que
hablamos despacio.
¡Ah! Y por supuesto,
preguntarle a mi hermana
por su examen de
mecánica
(que no se me olvide
ahora que la veré...).
Mi imaginación tiene
pinta de trastero desordenado,
con las baldas de estanterías
combadas por el peso
de los libros por leer.
Planean mil papeles
que son planes retocados
y posiblemente algún
horario que nunca cumpliré...
¡Para qué hablar
de los propósitos!
Los creé mudos
para que no me griten,
al abrir la puerta,
su fecha de caducidad.
No es un lugar inhóspito
aunque no haya sitio para
sentarse y abunden
las papeleras, llenas hasta
los topes, de aquello que
deseché.
A pesar de lo que te cuento,
no es mal cuarto,
de verdad, tiene
una luz inefable
que lo hace íntimo
y encantador.
No es mía,
no la he sacado
de ningún momento
en particular.
Simplemente está ahí,
y como es hermosa
la acepto
como un don inmerecido
y doy gracias por el regalo.

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