Esta
entrada creo que será la última de toda la serie de Hombres de
ciencia, hombres de fe. En
palabras de Ángel Guerra: “El incremento de especialidades
es, por una parte, una necesidad, y conlleva ciertos
beneficios. Pero por otra acarrea algunas pérdidas y entre ellas la
mayor es frustrar la percepción del conjunto”.
Es
como una sensación de pérdida la que provocan estas palabras.
Porque dedicarse a la ciencia significa especializarse, pero es una
lástima tener que elegir entre unas cosas y otras. No poder abarcar
globalmente al hombre.
Me
consuela que haya personas que piensen que tanta especialización de
la ciencia la acaba desfavoreciendo. José María Albareda, de quien
ya he hablado en otras entradas, es un científico al que admiro por
su brillante carrera investigadora: porque supo tener los pies en la
tierra (se dedicaba a la Química del Suelo) con la mirada en el
cielo: buscando realizar bien su trabajo y hacerse mejor persona.
Fue
él quién organizó el CSIC, y fue su primer secretario. Y me gusta
saber que dentro de las áreas de investigación de dicha institución
incluyó las Humanidades. “Además, pensaba él, todos esos
enfoques metodológicos son compatibles entre sí por ser facetas
complementarias de un mismo proceso.” (Hombres de ciencia,
hombres de fe).
Estoy
leyendo ahora un ensayo de Rafael Gómez Pérez que se llama Ni
de Letras ni de Ciencias: Una educación humana.
Quizá me dé alguna idea más dentro de todos estos temas que me
preocupan: la educación de los institutos y de las universidades, la
intradisciplinariedad de las ciencias experimentales, y la
interdisciplinariedad con las ciencias humanas,...
Para
acabar, dejo una reflexión del libro de Ángel Guerra:
“Una
opinión extendida entre bastantes científicos es que la ciencia
empírica es totalmente objetiva. (…) Pero he podido
comprobar que esta radical separación entre ciencia y valores es
falaz. Su falsedad radica básicamente en que, siendo su objetivo la
búsqueda de la verdad, la Ciencia, tanto considerada en sí misma
como atendiendo a los sujetos que la cultivan, precisa de valores
metodológicos y personales para su correcto desarrollo.
Así, la ciencia experimental de calidad debe ser rigurosa y
coherente, y el buen científico veraz, honesto y respetuoso con los
demás. Además, como
ese tipo de ciencia es cada vez más un trabajo en equipo, la
generosidad, la responsabilidad y la lealtad son también valores
fundamentales, cuya necesidad se acrecienta al considerar las
aplicaciones que se derivan de ella. (…)
En
la actualidad, cuando se tienden a ocultar las heridas de la
sociedad, me ha parecido muy importante subrayar que la Ciencia,
además de buscar la verdad, tiene siempre una vertiente de servicio
a la humanidad, aunque los científicos no seamos muchas veces
conscientes de ello.
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