Cuando leí el prólogo de Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, allá por los dieciséis años, me sentí sacudida: ¡me pasaba lo mismo! Quería sacar tiempo para escribir todo lo que se me ocurría, a la vez que me iba decantando por la carrera de Ciencias...
"Por los tenebrosos
rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los
extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el
arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la
escena del mundo. (...)
Conmigo van, destinados a
morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un
sueño de la media noche, que a la mañana no puede recordarse. En
algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el
instinto de la vida, y agitándose en formidable, aunque silencioso
tumulto, buscan en tropel por donde salir a la luz de entre las
tinieblas en que viven.
Pero ¡ay, que entre el
mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que sólo puede
salvar la palabra; y la palabra, tímida y perezosa, se niega a
secundar sus esfuerzos! Mudos, sombríos e impotentes, después de la
inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. ¡Tal caen
inertes en los surcos de las sendas, si cesa el viento, las hojas
amarillas que levantó el remolino!
Estas sediciones de los
rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres:
ellas son la causa, desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones
y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí,
paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad
de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un
término, y a éstas hay que ponerles punto. (...)
¡Andad, pues! Andad y
vivid con la única vida que puedo daros. Mi inteligencia os nutrirá
lo suficiente para que seáis palpables; os vestirá, aunque sea de
harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo
quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estofa
tejida de frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con
orgullo, como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la
forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de
guardar un preciado perfume. Mas es imposible.
No obstante, necesito
descansar: necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo por cuyas
hinchadas venas se precipita la sangre con pletórico empuje,
desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos. (...)
Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y
cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de
la imaginación y personajes reales. Mi memoria clasifica, revueltos,
nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado, con
los días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es
acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.
Si morir es dormir,
quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin que vengáis a ser
mi pesadilla, maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de
haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis
engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron, en un alma
que pasó por la tierra, sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas
y sus luchas.
Tal vez muy pronto tendré
que hacer la maleta para el gran viaje. De una hora a otra puede
desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más
puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el
abigarrado equipaje de un saltimbanco, el tesoro de oropeles y
guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del
cerebro."
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/thumb/f/f6/Becquer.jpg/200px-Becquer.jpg |
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