11 marzo 2012

Sueños


Tengo un sueño
que puede ser soñado
una y mil noches
de las mil y una noches.

Es la Historia interminable
recién inventada.
Pasa las páginas del libro
y olerás a nuevo: a tinta aún
sin secar, a árbol y bosque.

O puedes oler lo viejo,
las hojas amarillas
de letras desdibujadas
por el tiempo o una mancha
de café...

Depende de donde sople
el viento puedes oler
las dos cosas y ninguna.

Puedo compartir mi sueño
contigo, si quieres,
es demasiado grande
para soñarlo solo.

Te lo contaré en un susurro
que provocará terremotos
sin víctimas ni sufrimiento.

Porque he soñado
que tú y yo
podíamos cambiarlo,
que ni el tiempo ni el espacio
eran detalles a tener en cuenta.

Solo importaba el mundo
y que fuera bello y bueno,
y soñé que lo conseguíamos:
tú aportando aquello,
yo lo de allá más lejos.

Pero cuando intentamos leerlo
resulta que es imposible:
los cuentos están para contarlos,
los niños estamos para escuchar.

Los sueños están para soñarlos,
los niños para hacerlos realidad.
Para pedir un deseo a la estrella
fugaz de la noche,
para pedir la Luna
asomado al brocal del pozo.

Para pedir,
¿por qué no?,
al Dueño del mundo
que me alquile el universo,
y tratar de hacer con éxito
un par de experimentos...

Si me salen,
haremos una fiesta,
si no, soñaremos que
la noche está tan llena
de estrellas y de Luna
que sabemos que es de noche,
porque soñamos despiertos,
dormidos en la luz del día.

¿Soñamos?

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