04 diciembre 2011

Borrachera de ideas


Un ecosistema pequeño.
Una persona, un acuario
donde pegar las narices
para indagar sus horarios.

Asco de calor,
náuseas de tranquilidad
de una vida claustrofóbica,
modélica.

Romper cristales,
desordenar el cuadro,
dejar las zapatillas
por ahí tiradas
para destrozar la rutina
de mi hábitat vital.

Se vende poesía barata
en el kiosco de la esquina,
se rumia el modernismo
delante de cervezas,
y nadie escapa
de la hora señalada
en su agenda.

¡Revolución!
Pero en silencio:
grabemos las palabras
con sus acentos,
que no se nos olviden
los ideales tan pronto.

Y resurgir de las cenizas
de otra época pasada,
sin aceptar consejos,
bailando en la terraza
con la botella llena de humor.

Pocos conservan
la adaptación evolutiva
de escuchar.
Menos aún, la de contemplar.
Han perdido un arco iris
por fabricarse uno a su medida.

Nos pasamos la vida buscando
y no sabemos el qué.
Lo intuimos en una canción,
en un verso, en el fondo de una copa...
Si hay suerte en la sonrisa
que, como un relámpago,
nos limpia la cabeza,
exclamando: ¡eso era!

Pero ni el eso
ni el era,
tienen ahora
un sentido definido.
Viajamos, flotamos,
esperamos...

¡Da el paso!
¡Quiebra todo!
¡Lanza tu idea y tu mundo!
Quizá cambies la dirección
de la órbita del mundo.

Al menos,
no te quedes en el sofá.
Salta deprisa y vive,
por si acaso se acabara
de repente.
Dale al mundo lo que puedas,
si es que puedes,
si es que quieres.

Renace de una generación escondida,
aprende a patalear el destino.
Puedes no lograr nada,
pero irte a la cama tranquilo.
Y soñar.
Soñar siempre
que lo hemos conseguido.

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