En este blog ya hemos hablado en
otras ocasiones de la radiactividad: a raíz del centenario del Nobel concedido
a Marie Curie, para explicar en qué consiste este proceso químico, y una de sus
aplicaciones: la obtención de energía nuclear.
Es
sorprendente cómo el hombre es capaz de
descubrir y conocer el mundo que le rodea desde lo más grande hasta las
partículas subatómicas, y cómo desarrolla métodos para conseguir facilitar la
vida.
Ahora
voy a contar una historia real: en 1972 se descubrieron en unas muestras
minerales de uranio que la proporción de U-235 era ligeramente más baja de lo
habitual. Estos minerales procedían de la mina de Oklo en la República de Gabón
(África). La explicación tenía que ser que se había producido una reacción de
fisión nuclear, en la que se había consumido U-235, ¿pero cómo? Los científicos
concluyeron que el mineral de uranio estaba enriquecido con U-235 produciéndose
una reacción de fisión nuclear con agua ligera, similar a la que se produce en
un reactor nuclear. Analizando la cantidad de productos de fisión radiactivos
que quedaban en el mineral, se dató el “reactor” de Gabón hace casi 2000
millones de años.
En
la mina de Oklo se dieron las siguientes características que convergieron para
que se diera una reacción nuclear:
1. El
mineral de la mina estaba enriquecido en uranio.
2. Debido
a la transformación geológica, el depósito de uranio se lavaba de manera
continua hacia la región de Oklo, formando depósitos concentrados.
3. El
moderador, necesario para el proceso, era el agua de cristalización del
sedimento.
¡Es
una pasada! ¡Había un reactor nuclear natural funcionando cuando aparecieron
las primeras formas de vida sobre la tierra!
Me
quedó con la siguiente reflexión: “Como sucede con muchos de los trabajos
científicos, los humanos no son necesariamente innovadores, sino tan solo los imitadores
de la naturaleza.” (Química, Chang, McGraw Hill 6ª Edición,
p. 922)
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