1927:
Hacia la Licenciatura en Químicas
“(…) Guadalupe inicia la licenciatura en Ciencias Químicas en
octubre de 1933. Si pocas eran las mujeres que hacían entonces el
bachillerato completo, menos eran las que optaban por realizar una
carrera universitaria. Además, las pocas alumnas que tenía la
universidad estaban concentradas en las facultades de Filosofía y
Letras o de Farmacia. Guadalupe encontró que, entre los sesenta
alumnos del primer curso de Químicas, solo había cinco chicas.
El viejo edificio de San Bernardo albergaba las distintas facultades
de la Universidad Central, aunque sería por pocos años, porque
acababa de comenzar la construcción de la Ciudad Universitaria.
La Sección de Químicas compensaba la falta de espacio para las
aulas y, sobre todo, para los laboratorios, con un buen claustro de
catedráticos. Todas las cátedras estaban cubiertas por profesores
que estaban en la plenitud entonces de su ejercicio profesional.
(…) Le entusiasma su carrera y, obviamente, le gusta la
investigación. Tiene, además, puesta su ilusión en dedicarse a la
docencia universitaria.”
Guadalupe
Ortiz de Landázuri,
Mercedes Eguíbar Galarza, testimonios mc 2ª Edición
En la Facultad de Químicas
“Y
sobre todo, años de hambre. De hambre y estudio intenso,
porque en octubre de 1944, tras aprobar el terrorífico Examen de
Estado en el Caserón de San Bernardo, me matriculé en la Facultad
de Ciencias. Elegí, naturalmente, la sección de Químicas, que
tenía su sede en un amplio edificio de ladrillos rojizos con forma
de U, con dos alas paralelas y ventanas en banda, que compartíamos
con matemáticos y físicos.
En
los laboratorios de aquella Facultad pasé muchas horas de mi
juventud. Cierro los ojos y puedo percibir todavía aquel olor: un
olor ácido, penetrante, a nitrato, a sulfuro, a disolventes de bajo
punto de ebullición. Podría andar a ciegas por aquellos
laboratorios, entre balanzas, retortas, probetas, infiernillos y
alambiques, y aún me asombro de que no voláramos por los aires con
algunos experimentos...
El
nivel académico era alto: comenzamos muchos y terminamos pocos. (…)
Tuve
profesores magníficos: Emilio Jimeno Gil, tan expresivo siempre, nos
explicaba Química Inorgánica; Antonio Rius Miró, Química Técnica;
Manuel Lora Tamayo- que luego fue ministro-, Química Orgánica;
Fernando Burriel, Química Analítica; Antonio Ipiens La casa, con su
sempiterna pipa entre los labios, Experimental... Octavio Foz
Gazulla, un fisicoquímico de Teruel, bastante joven- que había
sacado la cátedra en 1941, a los 33 años-, acabó dirigiéndome la
tesis.”
Un
mar sin orillas, Antonio
Rodríguez Pedrazuela, RIALP
Hoy
como entonces hay cosas que se repiten... Hemos tenido muy buenos
profesores, otros no tanto. Empezamos muchos y terminamos pocos,
aunque hay algunos que terminarán y eso no es menos valioso.
Las
clases en su mayoría las hemos tenido en el edificio de Biblioteca
de Ciencias, la mayoría en un aula pequeña, que bautizamos como “el
zulo”. El primer año nos marcaron como la “peor generación de
químicos que había pasado por la Universidad”, y con ese estigma
pasamos curso tras curso, demostrando que no éramos tan malos y que
con nosotros uno se puede echar unas risas siempre (y un par de fotos
también...). Quizá el ser pocos fue algo que nos apiñó. Bajo el
respeto a nuestras distintas formas de pensar y de actuar fuimos
formando una masa compacta: la generación π-bond.
La
verdad, es que en mi caso, la carrera fue un despropósito continuo.
Primero no me gustó casi nada, y solo me quedé porque aprobé todas
las asignaturas. En segundo proyectaba hacer la doble con Bioquímica
o bien cambiarme; pero descubrí que no me gustaba la bioquímica y
la química me apasionaba. Eso no me ahorró sufrir en tercero la
Química Física y la Química Inorgánica Avanzadas. En cuarto tenía
puesta la vista más en acabar y en investigar que en las
asignaturas... Pero superé la temible Orgánica Avanzada y terminé
con los 310 créditos.
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