Ciego
el espíritu enrollado
en una
manta de ceniza.
Arrinconado
en un cajón
yace el
olvido eterno,
que
nunca despertó.
¡Y se
levanta con furia!,
cual
cuchilla viva
que
corta en lo más vivo,
arrancando
esquirlas de recuerdos
que no
fueron.
Enmohece
el silencio
atrapado
en mil palabras
que no
se pronunciaron,
y suena
a metal desafinado
que
llamara a la batalla,
aunque
nadie la oyó.
La tapó
el vacío
que
ocupa y llena el lugar,
en lo
hondo,
donde
el reloj no toca campanadas.
Y yo,
condenado por culpable,
como
todos los demás,
preguntó
si sirvió de algo.
Pero
cuando me hallen otra vez,
cuando
abandone la última brasa
que aún
vibra,
habrá
un grito en todo yo.
Porque
el sol, una vez,
salió
por el oeste
y el
viento segó los campos
con su
aliento.
Porque
el mar arañó la tierra
queriendo
abrazarla,
y al
final venció lo pequeño.
Porque
desde los picos más altos
se oye
la mañana
y
porque aprendí a respirar lluvia.
Y
cuando la luna dibuje su sonrisa
sabré
que piensa en mí,
¡porque
fui fuego, fui relámpago, fui vida!
Pero no
intentes alcanzarme
que ya
estoy lejos.
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