Finales
de 2º de carrera. Los profesores de las optativas de 3º y 4º
vienen a presentarnos sus asignaturas de cara a que escojamos cuando
hagamos la matrícula. Se trata un poco de “vender la asignatura de
biología” a los pocos químicos que quedamos.
Se
sube el profesor de Edafología a la tarima, y empieza a contarnos
con guasa, que en una salida de campo cuando él estudiaba su
carrera, les paró la policía para preguntarles que qué estaban
haciendo... Le respondieron que eran estudiantes de Edafología, y el
poli preguntó: Edafo¿qué?
En
aquel momento yo me estaba preguntando por qué nunca se me ocurrió
considerar el suelo como objeto de estudio. Algo así como lo que me
ha pasado este curso con la enología...
Según
la RAE la edafología es la ciencia
que trata de la naturaleza y condiciones del suelo, en su relación
con las plantas. Me pareció interesante y ese curso no sólo me
matriculé en Edafología, sino también en Génesis y tipología de
suelos y en Química del suelo. Ninguno de mi clase comparte mi
afición, pero yo disfruté muchísimo en esas asignaturas.
Me
encantó aprender que suelos provenientes de un mismo material
edáfico pueden ser distintos según el ambiente donde estén, y
viceversa: que hay distintos tipos de suelos en un mismo clima por la
diferencia del material del que provienen o por otras variables.
Aprendí que los suelos se estructuran en horizontes y no en capas.
La
salida a Urbasa fue espectacular. Me gustaría recordar todo lo que
dijo el profesor sobre el proceso de formación de la sierra que
luego se traducía en distintos tipos de suelo, uno de ellos ¡de
arena de la playa!
Como
en todo, a mí siempre me gusta encontrar las aplicaciones prácticas.
Química del suelo se podría traducir también como Química
Agrícola. De un modo vulgar, podría decirse fabricar fertilizantes.
Para mí es mejor: estudio de la nutrición de las plantas, y cómo
hacer que esa nutrición sea más rentable. Al fin y al cabo, los
nutrientes principales de la planta son el nitrógeno, el fósforo y
el potasio (todo elementos químicos) y hay que conocer sus
reacciones en el suelo para aportar la cantidad debida y en la forma
debida a la planta.
Me
encantó hacer prácticas en TimacAgro, en el laboratorio de Química
del suelo. Estaban haciendo un estudio sobre la retrogradación del
fósforo. El fósforo es un elemento muy reactivo en suelos, que se
transforma en cosas que la planta no puede captar. La solución
tradicional era aportar el doble, el triple: lo que hiciera falta,
para que el cultivo fuera bueno. Pero el fósforo se iba acumulando
en el suelo hasta que se filtró a las aguas subterráneas, donde
sirve de nutriente a las algas. Este fenómeno se conoce como
eutrofización:
Las
algas crecen bruscamente al tener nutrientes en abundancia, y se
mueren porque no llega suficiente oxígeno para todas. Al morir, sus
restos sedimentan en el fondo del río o lago, haciendo más rápido
su envejecimiento.
En
el laboratorio pensaron desarrollar un fertilizante que soltara
fósforo sólo en la medida en que lo pedía la planta. Pretendían
disminuir la fracción de fósforo soluble en agua (que es la que
reacciona mucho en suelos y no puede ser asimilada por la planta) y
aumentar la fracción soluble en compuestos húmicos que la planta sí
puede obtener. ¿No es guay?
Mi
trabajo consistía en reproducir las condiciones de fósforo soluble
e insoluble en agua, en distintos suelos y con distintos
fertilizantes.
Leí
en la revista Nuestro Tiempo, que José María Albareda, farmaceútico
y químico, impulsor del CSIC estaba muy interesado en la Química
del suelo. Porque consideraba que la agricultura española podría
mejorar considerablemente y ayudar a salir dela crisis de aquellos momentos. En el artículo le definían como “un hombre con los pies
en el suelo”, y me gustó.
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