19 abril 2012

Autobiografía poética


Me regalaron un cuaderno
de Mickey Mouse, donde
escribía poesías sobre
Navidad. Quería ganar
algún año el concurso
del colegio (nunca
lo conseguí).

Llegó Secundaria,
perdido el cuaderno,
y a estudiar a los clásicos,
el romanticismo,
las vanguardias,
y las generaciones
del 98 y del 27.

Coqueteé con las Rimas
de Gustavo Adolfo Bécquer,
en la adolescencia.
Abandoné la poesía poco
después asustada de
la floritura de Rubén Darío.

Y me fui por Ciencias.
Andando los años,
coincidí con poetas
que recitaban poesías.

No era mi mundo.
(¡Ay si dejáramos de lado
tantos qué dirán, qué pensarán,
yo no valgo ni sirvo...!)
Me siento más cómoda
entre causalidades
que entre metáforas,
aliteraciones y métricas...

Pero llegó un momento
que inmersa en el manual
de la Química Física,
me puse a componer versos
sin rima. Los guardé en secreto
entre problemas de ecuaciones.
Y no fue un poema
(en concreto fueron tres).

Mil veces los escribí
y otras mil los borré...
Estaban en mi memoria,
los repetía de vez en cuando
para no olvidarlos,
se los dejé a una amiga
(qué vergüenza).

Al segundo intento
empecé un blog,
y las colgué.
Porque aprendí
que cuando se escribe
para uno solo
el egoísmo corroe
más que el odio
y envenena hasta
el licor más dulce.

Por eso, aunque
no tenga público,
este es un blog público
donde publico
algo parecido
(o no)
a la poesía.

Sin maestros ni guías
me adentré con Pedro Salinas,
que dulzura de imágenes,
de la amada y el amor.

Seguí con Antonio Machado,
y se me hizo árido,
acudí a mis recuerdos
de Literatura,
para conoce su Soria.

Recordaba el nombre
de Enrique García-Máiquez
y me hice seguidora
de su blog. Leí
(por recomendación)
a su hermano Jaime,
y me enganchó
Miguel d'Ors
con su poesía suave.

Así sigo desahogándome,
leyendo, buscando agujas
de oro en un pajar
de clásicos.

Desemboqué en Orihuela
y me di de bruces con
Miguel Hernández, y ahí
estoy: aprendiendo de métrica,
conociendo al poeta,
a su tierra, la guerra,
la luna y el sol.

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