08 abril 2012

¡Domingo de Resurrección!

Lo siento. Vuelvo de la vigilia pascual en la catedral de Orihuela, y no me puedo dormir, vengo contagiada y rebosante de alegría, y por algún lado tengo que exultar... ¡Que sea por el blog, ya que Facebook lo veo muy apagado, y cuenta de Twitter no tengo...!

No hacía frío cuando ha comenzado la ceremonia en la plaza de las cadenas, con la hoguera y el cirio pascual, y una niña pequeña que gritaba: Papá, enchúfamela ya, señalando la delgada vela que nos han repartido (Se nota la crisis, ha dicho un seminarista o monaguillo), y he pensado que, o bien, en esta zona enchufar es sinónimo de encender, o bien la tecnología avanza demasiado rápido en las nuevas generaciones... Pero ya he hablado de eso, y si hace falta hablaré en otra entrada.

Me he estado fijando en la llama de mi vela. Confieso que tengo pánico al fuego. Toda mi Primera Comunión la pasé temblando de que se me cayera la vela sobre la tela que recubría el reclinatorio e incendiara el oratorio... Se me ocurrió hacer Químicas y me tuve que enfrentar a mi peor pesadilla: el mechero Bunsen. Puesto que no fumo, es mi único contacto directo con el fuego, a no ser que encienda las velas en una iglesia (que ha sido una mortificación muy buena hasta que he ido perdiendo un poco mi miedo...).

La llama que más quema es la azul (eso lo aprendí en el laboratorio), y la naranja da calor pero no quema mucho. Observaba la llama, azul por debajo, naranja por arriba, y bamboleante con el soplo más ligero que yo no era capaz de captar... ¡Ojo!, prometo que no había leído la entrada de Enrique García-Maiquez, pero he pensado en las palabras del Evangelio: La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará. Y pensaba que nuestra fe realmente es una vela, tan frágil que un niño la apaga después del cumpleaños feliz, que si la llevas en la mano te la apaga el viento... Y, sin embargo, también se ha dicho: No se enciende la luz para ponerla bajo el celemín, sino para que alumbre la casa entera (o algo así...).

Vuelvo a mi cuarto con olor a humo, y en este nuevo año de la Iglesia vengo con una oración: que no se apague mi vela.
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