Ya entiendo la etiqueta de
Enrique García-Máiquez de que los más míos los han escrito siempre otros... Y es
que nunca hubiera sido capaz de expresarlo mejor que así, que Victor Hugo el capítulo La ola y la sombra (Los miserables):
“¡Un
hombre al mar!
¡Qué
importa! El buque no se detiene por eso. El viento sopla; el sombrío buque
tiene una senda trazada, que debe recorrer necesariamente. Y pasa.
El
hombre desaparece y vuelve a aparecer, se sumerge y sube a la superficie;
llama; tiende los brazos, pero no es oído; el buque, temblando al impulso del
huracán, continúa sus maniobras; los marineros y los pasajeros no ven al hombre
sumergido; su miserable cabeza no es más que un punto en la inmensidad de las
olas.
Sus
gritos desesperados resuenan en las profundidades. Observa aquel espectro de
una vela que se aleja. La mira, la mira desesperadamente. Pero la vela se
aleja, decrece, despararece. Allí estaba él hacía un momento, formaba parte de
la tripulación, iba y venía por el puente con los demás, tenía su parte de aire
y de sol, estaba vivo. Pero ¿qué ha sucedido? Resbaló, cayó. Todo ha terminado.
Se
encuentra sumergido en el monstruo de las aguas. Bajo sus pies no hay más que
olas que huyen, olas que se abren, que desaparecen. Estas olas rotas y rasgadas
por el viento, le rodean espantosamente; los vaivenes del abismo le arrastran;
los harapos del agua se agitan alrededor de su cabeza; un pueblo de olas escupe
sobre él; confusas cavernas amenazan devorarle; cada vez que se sumerge
descubre precipicios llenos de oscuridad, una vegetación desconocida le sujeta,
le enreda los pies, le atrae; siente que se va a connaturalizar con el abismo,
que forma parte ya de la espuma, que las olas se le echan de una a otra; bebe
toda su amargura; el océano se encarniza con él para ahogarle; la inmensidad
juega con su agonía. Parece que el agua se ha convertido en odio.
Pero
lucha todavía. Trata de defenderse, de sostenerse, hace esfuerzos, nada. ¡Pobre
fuerza agotada ya, que combate con lo inagotable!
¿Dónde
está el buque? Allá a lo lejos. Apenas es ya visible en las pálidas tinieblas
del horizonte.
Las
ráfagas soplan, las espumas le cubren. Alza la vista; ya no divisa más que la
lividez de las nubes. En su agonía asiste a la inmensa demencia de la mar. La
locura de las olas es un suplicio; oye mil ruidos inauditos que parecen salir
más allá de la tierra, de un sitio desconocido y horrible.
Hay
pájaros en las nubes, lo mismo que hay ángeles sobre las miserias humanas, pero
¿qué pueden hacer por él? Ellos vuelan, cantan y se ciernen en los aires, y él
agoniza. Se ve ya sepultado entre dos infinitos: el cielo y el océano; éste es
sus tumba, aquél, su mortaja.
Llega
la noche; hace algunas horas que nada; sus fuerzas se agotan ya; aquel buque,
aquella cosa lejana donde hay hombres ha desaparecido; se encuentra, pues, solo
en el formidable antro crepuscular; se sumerge, se estira, se enrosca; ve
debajo de sí los indefinibles monstruos del infinito; grita.
Ya
no le oyen los hombres. ¿Y dónde está Dios?
Llama:
“¡Socorro! ¡Socorro!” Llama sin cesar.
Pero
nada en el horizonte, nada en el cielo.
Implora
al espacio, a la ola, a las algas, al escollo; todo ensordece. Suplica a la
tempestad; la tempestad imperturbable sólo obedece al infinito.
A
su alrededor tiene la oscuridad, la bruma, la soledad, el tumulto tempestuoso y
ciego, el movimiento indefinido de las temibles olas; dentro de sí, el horror y
la fatiga; debajo de sí, el abismo sin un punto de apoyo. A su imaginación se
presentan las aventuras tenebrosas del cadáver en medio de la sombra ilimitada.
El
frío sin contacto alguno le paraliza. Sus manos se crispan y se cierran, y
cogen al cerrarse la nada. Vientos, nubes, torbellinos, estrellas: ¡todo le es
inútil! ¿Qué hacer? El desesperado se abandona; el que está cansado toma el
partido de morir, se deja llevar, se entrega a la suerte y rueda para siempre
en las lúgubres profundidades del sepulcro.”
Está hablando de un presidiario recién salido de la cárcel y a quien la sociedad le da la espalda. Pero pienso que podría aplicarse igual de bien a los niños que mueren sin nombre, al pobre que pide en la puerta de una iglesia, al inmigrante que toca el acordeón en el parque, a los sin techo, a las personas enfermas,... En fin: a todo aquel que se encuentre solo. Y así queda una nueva entrada dedicada a la Soledad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Cómo termina esta historia?