Chesterton
siempre logra sorprenderme. Y no es que haya leído mucho de su obra.
Este es el tercer libro, después de mi encuentro con Manalive
y un poco después con La esfera y la cruz. Lo
suyo no es literatura fácil, y me cuesta enganchar al principio,
porque nada es lo que parece, y no sabes detrás de qué cosas se
esconde su simbología extensa, y por tanto, qué detalles habrás
pasado por alto que eran importantísimos en la trama...
Pero
vale la pena intentarlo. Supongo que mucho más si se leen los
originales, porque Chesterton es un auténtico retórico que juega
con las palabras haciendo constantemente jugos de palabras que suenan
paradójicos y que se escapan casi sin que te dé tiempo a
re-pensarlos porque ya ha empezado con otra cosa/tema.
Elegí
El hombre eterno
porque Ortodoxia que
me recomendó Enrique García-Maiquez no estaba disponible en la
Biblioteca,y me pareció un título sugerente. Me esperaba una novela
y no un ensayo, pero me ha gustado mucho. Y eso que empezamos a
malas: parecía que Chesterton estaba empeñado en tirar por los
suelos mi defensa de lo útil. Al final, me dejé convencer por sus
argumentos llenos de sentido común y también de belleza.
El
libro es un resumen de la historia de la Humanidad antes de Cristo,
con sus logros y avances humanos y con la inevitable decadencia a la
que estaba sujeto, a pesar de sus esfuerzos. La segunda parte, trata
de la Humanidad desde Cristo, y sobre todo, en Cristo. Cómo la
Iglesia católica ha muerto en cada época y en cada movimiento que
atentaba contra ella (incluso su misma debilidad), para renacer más
joven y más nueva y más fuerte.
http://www.hispanidad.com/imagenes /cinelibros/hombre%20eterno.jpg |
En
su contraposición de filósofos racionalistas y poesía, me recuerda
a Nietzsche cuando señala que la verdad metafórica es la que mejor
explica al hombre. Nos gusta escuchar historias, nos gusta pensar en
nuestra vida como una historia.
También
me ha parecido interesante recordar que existió arte prehistórico
en las cavernas (por cierto, es excelente la comparación entre las
cavernas del hombre prehistórico y la cueva de Belén), y no fueron
los griegos los primeros en notar el impulso artístico. Es cierto
que ignoramos que significaban las pinturas rupestres para su pintor
y sus espectadores, pero qué duda cabe de que el hombre fue artista
desde que pisó el mundo (lo que, como señala Chesterton, no se
puede aplicar a ningún otro animal más o menos evolucionado).
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