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Hecho
de menos que los costaleros hagan bailar los tronos, y que la Virgen
y el Cristo se saluden al encontrarse por las calles. Pero me han
explicado que en Orihuela la Semana Santa es la fiesta de los niños.
Los tronos son espléndidos, algunos de ellos hechos por grandes
autores como Salcillo. También brillan los trajes de los armados,
algunos con lanzas, otros con armaduras y escudos, todos desfilando a
paso marcial (entre ellos mis hermanos). Y los protagonistas son los
niños vestidos de nazarenos sin el capirote, llevan colgadas bolsas
con caramelos y dulces, y bombones Rocher (¡cajas enteras!). Caminan
al lado de los nazarenos, padres o madres o abuelos, que llevan un
cirio artificial, y al niño de la otra mano. Van mirando entre las
hileras de gente que espera la procesión para encontrar a sus amigos
y darles lo mejor que llevan en su zurrón. Antes de la procesión,
ya pasó una señora, repartiendo bolsas de plástico para recoger
caramelos. Y los niños que ese día no les toca salir en la
procesión, gritan a sus amigos vestidos de nazarenos para que les
llenen la bolsa. Los niños se pasean arriba y abajo, repartiendo,
buscando, saludando... De vez en cuando, hay uno que apenas levanta
un palmo del suelo, y que inocentemente va dando un caramelo escogido
de su zurrón, uno por uno a todos los que miran. Hasta que su
hermana mayor viene a buscarlo porque se ha retrasado...
Entre
tanto jaleo, a veces resulta difícil acordarse de que estamos en
Semana Santa: y que en la Cruz murió Dios. Pero quizá resuenan con
más fuerza las palabras: Dejad que los niños se acerquen a mí...
Hay niños y niñas por todos lados. Dentro de la orquesta hay alguno
que toca el tambor o la trompeta y que tiene que dar el doble de
pasos para mantenerse al ritmo de la procesión. Así es en Orihuela.
Pero
cuando toca rezar, se reza. Llega el trono de la Virgen o el de
nuestro Padre Jesús (patrón de Orihuela) y se levantan todos de sus
asientos y no vuelven a sentarse hasta que el paso ya se ha ido en un
silencio solemne que recorre las calles de Orihuela.
Destaca
la hospitalidad de sus habitantes. En seguida te adoptan como parte
de la Hermandad, te ceden sus sitios si van a procesionar esa tarde,
y te invitan a comer con la generosidad de los antiguos griegos de la
Ilíada y la Odisea... (Estoy leyendo la Ilíada, y los banquetes que
se describen no tienen nada que envidiar a los de esta localidad).
He
disfrutado visitando la casa-museo en la que se crió Miguel
Hernández. Aún no he empezado a leer su poesía, pero tengo un
recuerdo cercano de cuando lo estudié en Secundaria. Han conservado
la casa como era en otros tiempos, con los establos y el huerto
detrás de la casa, y las pequeñas habitaciones y cocina, ¡una
gozada!
Después
visitamos la escuela y la iglesia de los Dominicos. Era como ser
transportado a otra época de claustros y bóvedas pintadas. Orihuela
es un pueblo grande de tradiciones aún más grandes, que gracias a
su hospitalidad, vamos conociendo poco a poco. El museo diocesano de
arte sacro, el arqueológico de San Juan de Dios, el monasterio de
Montserrate, la iglesia de Santa Justa y Santa Rufina.
¡Qué bien lo pasamos! ¡Y qué risas!
ResponderEliminar¡Y tanto! ¿Repetimos? ;)
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